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El fuerte debate interno del PSOE sobre la posición a adoptar en la nueva tentativa de Mariano Rajoy por conseguir la investidura en el Congreso de los Diputados se ha polarizado en torno a dos posiciones: o aceptar la investidura o mantener el No.
Parece, al día de hoy, que la Comisión Gestora encabezada por Javier Fernández se decanta por plantear en el Comité Federal la conveniencia de abstenerse en la investidura. Al mismo tiempo, muchas agrupaciones locales, alguna provincial y alguna regional siguen siendo partidarias de mantener el No.
En esta disyuntiva, en la que quienes ostentan cargos de gobierno en las autonomías (los llamados barones: Vara, Page, Puig, Diaz, Lambán) y una parte de los actuales diputados aparecen totalmente distanciados de sus bases, y con la decisión de la Gestora prácticamente tomada (la abstención), solamente quedan los flecos de cómo vestir al santo: abstención en bloque, abstención técnica (11 diputados) o alguna fórmula imaginativa que puede recordar a la ingeniería fiscal que practican los defraudadores.
En toda esta cuestión, y desde los partidarios fervientes de la abstención, como Eduardo Madina, se ha venido percutiendo con un argumento que en modo alguno puede asumirse desde un mínimo conocimiento del modo de actuar de la derecha: que como el PP gobernaría en minoría, la mayoría del Congreso puede hacerle muy difícil el ejercicio del gobierno.
Quienes así se manifiestan son los mismos que se han negado a admitir que hubiera un “gobierno Frankestein” y que para evitarlo no dudaron en dar un golpe de estado preventivo. Esos mismos son los que creen, ingenuamente, que todos los grupos que podrían haber formado ese gobierno abortado, se pondrán permanentemente de acuerdo. Eso no será así, y lo veremos.
Quienes pretenden hacer creer a militantes y votantes socialistas que rindiéndose (rendición, y no otra cosa, es la abstención) ante el Partido Popular estará el PSOE en condiciones de hacer oposición y de encabezarla, ignoran una seña fija en el ADN de la derecha española: que ni paga traidores (los que dieron el golpe de estado preventivo) ni hace prisioneros.
Si el PSOE, junto con los demás grupos de la oposición “torturan” al PP en el ejercicio del gobierno, Mariano Rajoy no dudará, y lo hará cuanto antes, en mayo de 2017, en convocar nuevas elecciones. El escenario se lo han puesto a huevo.
Con un PSOE rendido, Podemos en luchas internas que pueden terminar como el rosario de la aurora, Izquierda Unida liquidada por el nieto de Anguita, unas elecciones en julio de 2017 le darían una mayoría absoluta por muchos años al PP y terminarán por hundir al PSOE hasta la irrelevancia.
Desgraciadamente, la dignidad que muchos votantes y militantes socialistas manifiestan no es compartida por los dirigentes de la Gestora y quienes la han puesto. En mor de un falso pragmatismo, prefieren arrodillar al partido ante la derecha antes que vivir de pie, erguidos y defendiendo la dignidad.
Quienes dieron el golpe de estado preventivo, traicionando al Secretario General elegido por la militancia, son los mismos que quieren echar de los puestos de la dirección nacional al PSC, que con su primer secretario, Miquel Iceta se mantiene en el voto negativo.
Abstenerse no es el falaz argumento de decir que no es apoyar. Eso es una falacia. Abstenerse es rendirse.
Ya puestos, la Comisión Gestora del PSOE debería someter al Comité Federal poner como condición al PP que Rajoy no sea el candidato a la investidura. Que si quieren la abstención, el candidato sea Francisco Correa.
Vale.
Tras las segundas elecciones generales en 6 meses, y conseguir aumentar en 14 los escaños respecto a las elecciones de diciembre de 2015, Mariano Rajoy aceptó el encargo del jefe del Estado de intentar formar gobierno. Ahora ha aceptado. En enero de 2016 no tuvo agallas de asumir su responsabilidad como partido más votado. Cuestión de valentía y honorabilidad. La perdió entonces, la poca que le quedaba, y ahora se arrastra pasteleando con su spin off y haciendo trampas con el calendario. Y con más cosas.
A día de hoy, no se sabe si Rajoy se presentará a la sesión de investidura, renunciando como un mal caballo en un salto de obstáculos.
Creo recordar que cuando Mariano Rajoy fue ungido por el dedo magnánimo de Aznar para que fuera su sucesor a título de capo, en la Cadena SER Iñaki Gabilondo realizó una “ronda rápida” con dirigentes de todos los partidos sobre qué les parecía la abdicación de Aznar en Mariano. Todos los que iban desfilando por los micrófonos amarillos alababan el carácter moderado del ungido. Todos, menos Rodríguez Ibarra, que sorprendió al propio Gabilondo, que también consideraba a Rajoy moderado y dialogante. Ibarra recordó que había tenido que negociar con él algunas cuestiones referidas a Extremadura y destacó que a Rajoy no le gusta perder nunca y que, en la práctica, es un intransigente. Iñaki quedó sorprendido.
La legislatura de Rajoy, con mayoría absoluta se ha caracterizado por dos cosas, propias de gentes como él: ha sido duro e intransigente con los débiles (recortes a lo bestia, desprecios a las autonomías, ninguneo del parlamento donde contaba con mayoría absoluta…) y pusilánime con los poderosos. Sus genuflexiones ante la troika, ante Merkel nos han costado terribles zarpazos a los ciudadanos, su mediocridad, su incompetencia y su cobardía han supuesto graves daños al Estado del Bienestar cuya recuperación ahora mismo se me antoja muy complicada.
Si a ello unimos su complacencia, cuando no su complicidad, con la corrupción y los corruptos, tenemos a un candidato a la presidencia del gobierno lastrado por su propia forma de comportarse políticamente, y por ser presidente de un partido político que debe responder en sede judicial por corrupción, y que según los propios estatutos del Partido Popular, es al presidente del partido al que corresponde su representación legal.
En esta situación, un candidato dubitativo, un partido, Ciudadanos, cuya única finalidad es la de pillar cacho, y el resto de partidos negando, una vez y otra, su apoyo, la investidura resulta poco menos que imposible. Y ello unido a las campañas electorales de las elecciones autonómicas vascas y gallegas arrojan un panorama sombrío.
Este conjunto de cosas, todas en la órbita de responsabilidad, si tuviera algún atisbo de qué es eso, del candidato, Mariano Rajoy, y su partido, hacen que los esfuerzos de la derecha política y económica presionen por tierra, mar y aire sobre el Partido Socialista y su secretario general para que, al menos, se produzca una “abstención técnica” que permita a Rajoy ser presidente sin merecerlo. Y eso es algo que al día de hoy, no está en las agendas.
Incluyo en esa derecha política y económica a conspicuos ex altos cargos de gobiernos socialistas, con Felipe González en cabeza y a actuales “barones” regionales, más preocupados por salvar su silla y su ego que por ejercer políticamente sus convicciones socialistas. En más de un caso, dudo de esas convicciones.
El panorama no pinta bien para Rajoy, que ha impuesto un calendario diabólico que puede llevarnos a una jornada electoral el día de Navidad. Un calendario que es exhibido como una carta de chantaje contra el PSOE, y que reproducen, con la misma desvergüenza con la que se mueve el candidato, los editoriales de los periódicos, los periodistas afines, que muchas veces parecen sicarios. El comportamiento de los medios de comunicación requiere estudio e investigación, aunque el servilismo con el que se comportan denota que el gobierno en funciones tiene suficientes elementos como para tenerlos atemorizados.
Vale.
En estos días en los que la presión política de cara a la investidura de nuevo presidente del gobierno recae no sobre el encargado de conseguirla sino sobre el segundo partido más votado, conviene recordar algunos conceptos.
Uno de ellos parece que es la necesidad de que el PSOE se mantenga neutral en la investidura, esto es, que se abstenga en el procedimiento del artículo 99 de la Constitución para no entorpecer la investidura de Mariano Rajoy. Esta cuestión de neutralidad es la que subyace en todas las presiones mediáticas y políticas. La abstención que se exige al líder del PSOE no es una cuestión política. No es eso lo que quieren los que la demandan.
Exigen que el segundo partido más votado renuncie a su derecho de votar en la sesión de investidura en contra de un candidato propuesto por el jefe del Estado. Exigen, en el valor supremo de la gobernabilidad, que el PSOE se abstenga. Pero en un concepto que no es político, que no es el del ejercicio de una opción política, sino que tiene más que ver con el concepto de neutralidad en un conflicto armado.
Al término de ir leyendo editoriales que parecen todos cortados por el mismo patrón (o patrona), lo que exige al PSOE es que se aparte, que deje que los demás (en este caso, los demás es solo uno, Mariano Rajoy) pueda ser investido presidente del gobierno. Quienes exigen esta opción hablan de abstención o abstención técnica (la ausencia, imprevista, de un determinado número de diputados socialistas en el momento de la votación de la investidura).
Es evidente, o así debería serlo, que un partido político que ha concurrido a las elecciones, no puede ser neutral. La abstención, en las votaciones políticas, nunca es neutral, siempre favorece al poder. En cambio, la neutralidad (mirar para otro lado) no solamente favorece al poder sino que lo refuerza.
Si el PSOE, como exigen los editoriales cargados de metralla, se convierte en neutral, no solo favorece a Rajoy, sino que invalida a los socialistas para hacer oposición. La abstención, que es el no voto en la sesión de investidura, es una opción que tiene un punto de escape (abstención crítica, por ejemplo). Pero no es el caso.
La abstención que Rajoy necesita (dada su incapacidad genética para conseguir apoyos) es una rendición sin condiciones que en la magnanimidad de los editoriales de El País (y en las traicioneras propuestas de Felipe González et al.) sería bien vista, sabiendo que esa rendición llevaría aparejada, primero, la exclusión de los socialistas de los ámbitos de decisión, y, segundo, una perpetuación del Partido Popular en el poder.
Abstenerse (en el sentido de neutralidad que necesita El Incapaz) es rendirse. Y de momento, es la opción que no contempla el PSOE, aunque algunos, abducidos por el síndrome “partido de gobierno”, enredan para torcer la voluntad de su secretario general, algo que no habrían consentido cuando ellos lo fueron.
En estos tiempos tan complicados, no vale ser neutrales.
Parafraseando a Gabriel Celaya, “maldigo la política concebida como un lujo trivial por la derecha”. Alguien decía, respecto de las elecciones, que la abstención siempre favorece a la derecha. La neutralidad (el silencio) es el arma que la derecha utiliza contra los trabajadores.
Vale.
La aceptación por Mariano Rajoy del encargo del Jefe del Estado para formar gobierno, conforme a lo previsto en el artículo 99 de la CE ha abierto dos líneas de información muy interesantes. La primera, de momento en sordina, es la de saber si finalmente Rajoy acudirá a la investidura o se aculará en tablas, contraviniendo el mandato constitucional de aceptar la formación de gobierno, que solamente podría no conseguir si va a la investidura y pierde la votación. Rehusar solamente les está permitido a los caballos en los concursos hípicos.
La segunda línea, en la que estamos inmersos, es la obtención de apoyos para la investidura y para formar gobierno. Que no son lo mismo.
Para formar gobierno tiene dos opciones: o gobernar con los 134 miembros del Grupo Popular en el Congreso o gobernar en coalición con Ciudadanos sumando los 32 diputados de la formación de Albert Rivera.
Para la investidura es más complejo, necesita más apoyos. Por ejemplo, necesita sumar los mismos apoyos que consiguió para elegir a Ana Pastor como Presidenta del Congreso. Esto es, necesita sumar los votos de los independentistas catalanes de Artur Mas.
O por ejemplo, necesita la abstención de entre 10 y 15 diputados (lo que se denomina una abstención técnica: “nos abstenemos para posibilitar la investidura, nada más”). Todos los disparos (en su más violenta acepción verbal) están dirigidos a Pedro Sánchez, que de momento aguanta el fusilamiento.
Un fusilamiento que no solamente nace del Partido que está en fase de ser procesado por destrucción de pruebas en un proceso penal, sino al que se han sumado todos, todos los demás partidos y, de modo sospechosamente entusiasta medios de comunicación que en su día fueron respetables, como El País.
El bombardeo a que se somete al Secretario General del PSOE me parece inhumano, y más cuando mariscales socialistas olvidan que Pedro Sánchez está legitimado por la militancia y traicionan, sí, traicionan a su propio partido.
Desvergüenzas como las de Corcuera, Bono, Felipe González, Leguina… no deberían tolerarse y deberían ser expulsados, sin honores, de la organización. No pueden haber traidores. Y no puede haber la tibieza de la que hacen gala «los barones».
Conste, además, que no es esta opinión interesada, sino que es una toma de posición a favor de quien está siendo crucificado. La resistencia, hasta ahora, de Pedro Sánchez debería ser digna de tomar en cuenta. No sé si aguantará hasta el final o si se rendirá, cautivo, desarmado y traicionado.
Pero es que, además, se da la paradoja de que si Rajoy está en disposición de formar gobierno ahora, tras una segunda convocatoria electoral, es gracias, única y exclusivamente, al partido de Pablo Iglesias, gracias a Podemos. En la breve legislatura anterior, los votos negativos a la investidura de Pedro Sánchez emitidos por Iglesias y los suyos, dieron a Rajoy la oportunidad de, en unas segundas elecciones, mejorar sus resultados.
Podemos, unas veces izquierdas, otras peronistas, otras socialdemócratas, otras ni se sabe, hizo el trabajo sucio a la derecha. Y no pareció un accidente, pareció lo que era y lo que es: ejecutar un encargo de la derecha.
Ahora, Podemos, está en el momento de culminar su trabajo y pasar por caja (en su acepción más pesetera) absteniéndose en la votación de investidura y facilitando a Rajoy que pueda gobernar.
Dijo una vez Pablo Iglesias que le gusta, como a Hannibal Smith, que los planes salgan bien. Ahora, absteniéndose, su plan saldrá bien: su plan de que si él no puede gobernar, que gobierne la derecha, lo tiene a huevo. ¡Abstente, Pablo!.
Vale.
Con motivo de la visita fugaz de Mr. Obama a nuestro país, cuando escribo este post he conocido que ha recibido tres regalos. Seguramente alguno más, pero desconozco cuáles y de quién.
Uno, del jefe del estado, consistente en una edición inglesa bien cuidada de El Quijote. No está mal: algo propio, exportable, de calidad. Otro, un jamón, con su correspondiente jamonero y cuchillo, que le ha regalado Rajoy. Un poco cateto, pero que también es algo propio, exportable y de calidad (siempre que haya sido un Denominación de Origen de Extremadura, por supuesto). El tercero, un libro sobre la Brigada Lincoln, con una dedicatoria un pelín pedante, de manos de Pablo Iglesias. Ahí ya no podemos decir lo mismo, Podemos.
Tanto la jefatura del estado como la presidencia del gobierno han sabido acertar en manifestar en sus regalos que somos un país capaz de producir maravillas como El Quijote o manjares como el jamón. Pablo Iglesias ha errado.
No entiendo cómo habiendo ascendido a Julio Rodríguez a la categoría de coach personal en asuntos de Defensa, no haya sabido en encontrar un presente que hiciera saber a Mr. Obama, a la sazón emperador del universo, que nosotros, que nuestro país tiene capacidad de exportar calidad, también en materia de defensa.
La Brigada Lincoln es un ejemplo para todos de la lucha antifascista, eso no lo duda nadie, pero no aportaron a nuestro país, en su lucha contra el franquismo, más (y es importante, sí) que un ejemplo de dignidad. Pero la dignidad cuando no hay libertad solamente nos convierte en esclavos. O en los súbditos que fuimos durante el franquismo.
Puestos a seguir con aquello de que el emperador Mr. Obama tuviera claro que desde España también se exporta libertad, no hubiera estado mal que Julio Rodríguez hubiera aconsejado a Pablo Iglesias la elección de alguna buena biografía de Bernardo de Gálvez, un español al que los Estados Unidos de Norteamérica le deben una parte, importante, de algo muy valioso: la independencia y la libertad.
Pero estamos en lo de siempre, en el postureo. Pablo Iglesias no le ha hecho un regalo a Mr. Obama para que pudiera serle de interés, lo ha hecho para epatar, que le gusta mucho al muchacho. Otra cosa es el desconocimiento de la historia de EEUU y de cómo desde España se contribuyó decisivamente a que obtuvieran su independencia del imperio británico.
Recientemente, “EEUU salda su deuda con el héroe español de la Independencia 230 años después” publicó www.eldiario.es, colocando un cuadro de Bernardo de Gálvez en el Capitolio, símbolo del poder norteamericano:
http://www.eldiario.es/andalucia/Bernardo-Galvez-colgara-paredes-Capitolio_0_332817061.html .
Entre el regalo institucional de Felipe VI, el regalo pudiéramos decir folklórico de Rajoy, hubiera estado mejor un regalo de identidad propia de nuestro país, y el regalo pedante e histriónico de Iglesias, sin duda los dos primeros.
O el coach Julio no tiene influencia ninguna en Pablo o ambos demuestran que lo que pasó, pasa y pasará en nuestro país les trae al pairo si no es para hacerse una foto y conseguir que los fanáticos seguidores caigan en la misma pedantería.
Vale.
El conocimiento público de unas grabaciones en las que se conoce que el ministro del Interior se alía con el director de la oficina antifraude catalana (que depende del Parlamento de Catalunya) nos está dejando perlas para enhebrar un collar que ríete de las majorica. Y nos está dejando dudas que no sé si son más inquietantes que esperpénticas o viceversa.
En primer lugar: ¿quién graba las conversaciones que tienen lugar en el despacho oficial del Ministro del Interior? No he visto todavía una respuesta convincente.
Por supuesto, todavía no se sabe quién ordena que se graben esas conversaciones, si es el propio ministro o el jefe de los conserjes. Y menos aún desde cuándo se producen esas grabaciones. Lo digo por si alguna tuviera la desdicha de ser llamado al orden por el correspondiente titular de ese despacho.
En segundo lugar: ¿a santo de qué el Ministro del Interior se reúne en su despacho con el Director de la Oficina Antifraude de Catalunya? ¿Visita oficial? ¿Se hizo en su momento, hace dos años, pública aquella reunión de la que ahora tenemos puntual conocimiento?
En tercer lugar, cuando el Ministro del Interior recibe a cualquier persona, pública o privada, en reunión oficial u oficiosa ¿avisa de que su conversación pude ser grabada para mejorar el servicio, o el Ministro no avisa porque no tiene ni idea de lo pasa en su despacho?
En cuarto lugar. Suponiendo, que es mucho suponer, que el ministro de la porra no supiera que sus conversaciones eran grabadas, o que sí lo supiera, ¿avisaba o avisa a sus interlocutores de este hecho? Porque como es comprensible, si existe una relación de afinidad entre ministro e invitado, o si la relación es tensa por rivalidad política… ¿cómo informar de que la reunión es grabada?
En quinto lugar, si en ese despacho se graban las conversaciones entre su titular y quien acude llamado o llama para acudir, ¿conoceremos algún día la grabación de Fernández Díaz cuando recibió a su amigo, y sin embargo presunto delincuente, Rodrigo Rato para hablar de quién sabe qué?
En sexto lugar, ¿quién tiene acceso a las grabaciones y está en condiciones de filtrarlas a un medio de comunicación? Fernández Díaz ha ordenado una investigación para saber quién ha filtrado la grabación, pero no se conoce que haya explicado las cuestiones a que me refiero en los párrafos anteriores.
En todo este asunto, Fernández Díaz aparece, dice él, como víctima. Claro, que si respondiera a las preguntas anteriores, lo mismo no se nos puede vender su victimismo.
La realidad nos devuelve la imagen de un ministro patético en todo su mandato, con un ejercicio prácticamente dictatorial en el manejo o manoseo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad de Estado, imponiendo medallas a vírgenes, creándose amigos imaginarios, transportando perritas en medios aéreos del ministerio…
Esta realidad que gracias a la grabación conocida nos devuelve a un sujeto que nunca debió ser ministro, y que termina su navegar con la patética imagen de querer ser víctima de su propia incompetencia, de su nulidad al frente del ministerio.
De esta, no le salva ni Marcelo, y el diagnóstico que lo de Fernández Díaz es grave, muy grave. Tanto en lo personal como en lo político.
Si no es cesado antes del 26J, su patetismo se trasladará ya a su jefe, Mariano Rajoy, y si después del 26J recoge su acta de diputado por Barcelona, demostrará que los votantes del Partido Popular son el espejo de un individuo que ni sabe qué pasa en su despacho y no tiene interés alguno en saberlo.
Prefiere pasar por ignaro antes que asumir la realidad.
Vale.
Durante los primeros años de la transición se produjeron algunos episodios de crispación o de descalificación del adversario político. O lo que, en lenguaje más vulgar, llamaríamos insulto. Pongamos un ejemplo muy conocido: Alfonso Guerra llamó a Adolfo Suárez “tahúr del Mississipi”. Un insulto (pretendía menospreciar al adversario) pero que dejaba un cierto halo de valor literario e incluso político. La figura del tahúr del Mississipi, con su chaleco y su reloj, recordaba a personajes de películas, con un soporte de cierta leyenda. Pero era un insulto, al fin y al cabo.
En estos tiempos en los que la sobreabundancia de información busca el titular más llamativo, el de más impacto, el insulto político tiene su hueco. Aunque no siempre quien insulta o lo pretende acierta.
En julio de 2014, el diario ABC publicaba: “Pablo Iglesias: El debate político izquierda-derecha es de trileros” (http://www.abc.es/espana/20140710/rc-pablo-iglesias-debate-politico-201407100954.html).
Más recientemente, el Secretario de Organización del PSOE, César Luena, llamaba trilero a Mariano Rajoy, presidente del gobierno en funciones (http://www.lasexta.com/noticias/nacional/cesar-luena-afirma-que-rajoy-actua-como-trilero-antisistema_2016012200431.html).
En estos dos casos, el insulto (trilero por no decir directamente tramposo) demuestra que quien habla desconoce el valor semántico en las palabras. Cada palabra tiene un valor en sí misma. Y un valor en su contexto. Trilero es el experto jugador del trile, eso de “¿dónde está la bolita?”. Ese es su valor en sí mismo. Y su extensión semántica la ha convertido en sinónimo de tramposo, que es como la utilizan Pablo Iglesias y César Luena.
Pero el valor en su contexto tiene algún elemento que ambos dirigentes políticos parecen ignorar (en realidad, ignoran, por haber elegido su componente inmediato y no su análisis).
Si en algún momento se tiene uno que sentar a negocia, o está negociando cualquier asunto con otro, no conviene en ningún modo sentirse inferior, u otorgarle un valor de superioridad manifiesta al adversario. Alfonso Guerra utilizó la figura del tahúr del Mississipi en sí misma “con su chaleco y su reloj” para vestir su insulto.
Pablo Iglesias y César Luena reconocen, cuando llaman trileros a los adversarios, su indefensión, su inferioridad. Y en cualquier negociación, en este caso política, que se pretende entre iguales, reconocerse inferiores es reconocer la derrota.
¿Por qué Iglesias y Luena se reconocen inferiores? La respuesta es bien sencilla: porque el trilero nunca pierde, sólo cuando le pilla la policía y lo aparta de la circulación un breve tiempo.
El origen de esta utilización del lenguaje contra uno mismo cuando pretende insultar al adversario (el insulto salta cuando los argumentos desaparecen) rodeando el alegato de conceptos sustitutivos. Es una consecuencia del abuso del “lenguaje políticamente correcto”.
Si lo que pretendían Iglesias y Luena era describir conductas tramposas, lo correcto hubiera sido, sencillamente, llamar tramposos a los otros. Porque una trampa la puedes sortear y desenmascarar al tramposo. Al experto trilero no le vas a ganar nunca y sales al debate con la derrota en la frente.
Sería muy recomendable, en este contexto, si se pretende llamar tramposos a los rivales, establecer sin duda alguna, el concepto de trampa, y describir en qué consiste la trampa y cómo se puede eliminar. Y también sería muy recomendable que leyeran a los clásicos en estos asuntos, como a Philip Roth y su libro “La pandilla”.
Vale.