El 29 de octubre de 2016, en el Congreso de los Diputados se escenificó la bajada a los infiernos del PSOE, que comenzó su viaje en el Comité Federal del 1 de octubre, donde se consumó la caída del primer (¿y único?) Secretario General del Partido directamente elegido por la militancia. Cuando 68 diputados del PSOE se abstuvieron en la votación para elegir a Mariano Rajoy como presidente del gobierno, ya habían sufrido, en pocos minutos, dos tremendos empellones. Uno, del propio beneficiado del harakiri del PSOE, y el otro, de un Rufián de nacimiento.
Los exabruptos de postureo de un diputado charnego (en realidad, un renegado) no dejan de ser eso, un exabrupto, que, como sucedió después del discurso de Rajoy, tapó la verdadera puerta del infierno por la que el PSOE salió camino de la realidad.
Hoy, en las redes sociales, conspicuos militantes del partido se dedican a tratar de rebatir las palabras de… Rufián. Del discurso de Rajoy, poco.
El candidato Rajoy, en su breve discurso, dijo, básicamente, que le dejen gobernar y no le molesten. El portavoz del PSOE, Antonio Hernando, se tragó un sapo de descomunales dimensiones y, siguiendo un manual escrito por otros, dijo que Rajoy tendrá enfrente a su grupo, que hará oposición.
Finalizados los días de infierno para el partido, y tras la investidura del socio de Francisco Correa, ahora comienza la realidad. Una realidad que puede ser, y será, a buen seguro, más dolorosa para los socialistas que el paso por el infierno. Porque llave de la realidad solamente hay una, y, para poder salir del infierno, 68 diputados del PSOE la dejaron, rendidos, en manos del candidato del Partido Popular.
Cuando la realidad vaya desbrozando su camino, cuando el faro y guía de Rajoy vaya presentando proyectos de ley, aprobando reales decretos, el grupo del PSOE irá descubriendo que o les da su beneplácito o el fulgor de las llaves de nuevas elecciones les cegará.
Rajoy puede, a partir del 3 de mayo de 2017 convocar elecciones en cualquier momento, y lo hará, sin dudarlo, si no consigue aprobar los presupuestos con la abstención, otra, de los 68 diputados que han facilitado su investidura. O si no consigue aprobar cualquier otra medida que considere imprescindible “por el bien de España”.
El PSOE, la dirección del partido y los diputados en el Congreso y los mal llamados barones, se verán, una y otra vez, en el espejo que ayer les mostró Rajoy: o me dejan gobernar o convoco elecciones.
En la primera opción, necesitará cómplices (no son de esperar medidas que mejoren la vida de los trabajadores), y en la segunda de las opciones, cualquier adelanto electoral, y cuanto más cercano en el tiempo, más, será culpa de los socialistas.
La tortura a la que la derecha, y no olvidemos que la derecha española ni paga a traidores ni hace prisioneros, someterá a los socialistas se verá día a día, minuto a minuto, en cualquier momento. En todo momento.
El infierno para los diputados socialistas y para el partido terminó ayer, con la investidura de Mariano Rajoy. La realidad, más dura y más cruel, empieza ahora. La derecha (y Rajoy no es más que un instrumento) no perdona: ha cazado una pieza imposible hasta ahora.
La realidad se aparecerá a cada paso, en cada página del BOE o en cualquier Comisión del Congreso. Ante esa realidad al grupo socialista solamente le cabe luchar con armas sin munición: las preguntas de control parlamentario son salvas y las proposiciones no de ley, pólvora mojada.
Rajoy tiene expedito el camino.
La realidad, la cruda realidad, más dura, más duradera, empieza ahora.