Archivos para mayo 2022

Ayer, 28 de mayo, se produjo un incendio en el entorno de Aldea Moret, que afectó a las antiguas instalaciones de Campsa en Cáceres. Más allá de la noticia en sí, de la localización del incendio y de algunos, afortunadamente, escasos, daños personales, no hubo que lamentar más estropicio. ¿O sí?

No sé en qué grado se vieron afectadas las paredes de las naves que fueron de la compañía Campsa, ya en ruinas. En unos días, trataré de ver qué quedan de las viejas paredes. Pero me temo que los bomberos pudieran haber tenido que derribar alguna de las paredes de las naves más grandes.

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Bien es sabido que en las viejas fábricas, en las abandonadas instalaciones fabriles suele darse un arte que resulta vigente por el tiempo que lo abandonado, lo viejo, permanece en pie de modo muy precario. Cuando la ciudad va engullendo (o destruyendo) esas viejas paredes, el grafiti desaparece, y, como la pared que lo sustenta, muere.

De un tiempo a esta parte, desde algunas administraciones (Ayuntamiento, Diputación) se pretende utilizar la técnica grafitera, o, simplemente, la pintura mural para dotar a los pueblos de elementos artísticos que no sean los cerrados espacios de un museo (inalcanzables para la inmensa mayoría de las localidades) y, al mismo tiempo, favorecer las actividades pictóricas de jóvenes que muestran su valor artístico en acciones bajo el eslogan del “muro crítico”, que enlaza la pintura mural institucionalizada con la definición que la http://www.rae.es da a “grafiti”: Del it. graffiti, pl. de graffito. 1.- Firma, texto o composición pictórica realizados generalmente sin autorización en lugares públicos, sobre una pared u otra superficie resistente.

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Las paredes de las naves principales de la antigua Campsa constituían por sí mismas un auténtico museo del grafiti en nuestra ciudad, junto con unas instalaciones de una antigua vaquería en la Charca Musia, ya en gran parte desaparecida, y las paredes de la vieja nave de El Romeral, junto al Molino de El Marco. Algunos recintos más escasos, o más pequeños continúan mostrando grafitis de gran valor artístico, como la pared del IES García Téllez a la calle La Roche sur Yon, o el Parque Bosnia.

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En la vieja nave de Campsa, el valor artístico de los grafitis que se habían ido incorporando sucesivamente a lo largo de los años es indudable. Desconozco quienes son los autores de la inmensa mayoría de las pinturas que los componen, pero no tengo dudas sobre su calidad y sobre la necesidad, en algunos casos, de preservarlos, siquiera sea mediante una adecuada catalogación, identificando autores, fechas, etc. así como fotografías de conjunto y detalle que puedan ser conocidos por la mayoría de cacereños, que no frecuentan, obviamente, espacios que, incluso, pueden ser peligrosos por su deterioro.

No se trataría, ni mucho menos, de hacer un listado y localización exhaustivos de todos ellos, sino de los que realmente reúnan valores de autenticidad y calidad artísticas, y tampoco de cerrar un catálogo, sino que estuviera abierto a nuevas incorporaciones o a aquellas que provengan de otros espacios actualmente desconocidos para quien suscribe.

He añadido a este texto solamente grafitis provenientes de la antigua Campsa, cuyo incendio motiva esta entrada en el blog.

Vale.

Parece que a los beatos y demás ralea que trafican con el dolor ajeno, la distancia en el tiempo transcurrido los convierte en más sectarios, más radicales. Ellos, que dicen vivir una fe que promueve perdonar, no son capaces de ellos. Es más, se obstinan en la humillación de los humillados, en aumentar, en todo lo posible, su vanagloria por los crímenes cometidos.

Cuando los legisladores españoles (tanto del Parlamento estatal como de los parlamentos autonómicos) aprueban democráticamente las normas para ir eliminando las humillaciones de las que fueron capaces de infligir a los perdedores de una cruzada que no no fue tal, sino la excusa de sacar de las oscuras entrañas de gentes ahítas de odio y rencor contra los españoles que creían que con la II República habíamos entrado en la senda del progreso, y que no fue sino un espejismo roto a base de asesinatos, crímenes, crueldad… encabezado por un sujeto que, sobre todo, fue un mal militar, sin honor, sin lealtad.

Portada de «Tragedia y represión en Navidad». Julián Chaves Palacios.

El golpe de estado de Franco, que originó la guerra civil, causó mucho dolor, muchísimo, tanto que muchos españoles aún no nos hemos repuesto de lo que significó la barbarie, aún seguimos sufriendo el dolor infligido por los asesinos y sus causahabientes.

En la navidad de 1937, al socaire de un supuesto complot urdido en Cáceres contra Franco, hospedado en el Palacio de los Golfones de Arriba por la familia facciosa propietaria del mismo, se preparó una razzia, ordenada por el mismo criminal que dirigía las operaciones contra los rojos en Cáceres, un tal Rada, para detener a un grupo peligrosísimo… de mujeres que luego, tras unos “juicios” rápidos, fueron pasadas por las armas.

Entre aquellas mujeres se detuvo a Ramona Navarro Bravo, que contaba con 33 años y cinco hijos, la mayor, de 11 años, y a pesar de todo, Ramona, según los represores tenía tiempo y capacidad para ser urdidora y emprendedora del presunto compló. Ramona bastante tenía con su casa y con alimentar a sus hijos.

Los siniestros franquistas la detuvieron, a pesar de estar embarazada de ocho meses, y la llevaron a la prisión, y fue sometida al mismo consejo de guerra, en el que con la rapidez del rayo, dictaron sentencia, condenándola a muerte. Es probable que en su barbarie, los asesinos tuvieran al menos un instante de duda: ¿cómo matar a una mujer embarazada, matando también a su hijo?

Esta duda la resolvió el consejo de guerra añadiendo un párrafo a la sentencia: “Su ejecución tendrá lugar transcurridos 40 días desde el alumbramiento, continuando mientras tanto detenida en la Casa de Maternidad a la que será trasladada con las precauciones debidas. Se ordena al director del Hospital nº 1 donde está situada dicha casa que avise tan pronto como el alumbramiento tenga lugar a los efectos de ejecución”.

A primeros de febrero de 1938, Ramona fue llevada a la maternidad, desde donde regresó (“fue regresada”) a la prisión un mes después. Para entonces los ecos del “compló” ya eran menores, aunque ese complot siempre fue la excusa para escarmentar a ciudadanos y ciudadanas republicanas. A Ramona se le conmutó la pena de muerte por otra más suave, la cadena perpetua, que comenzó a cumplir en Cáceres, para ser inmediatamente trasladada a la prisión de Santander y luego a otras.

Del libro «Tragedia y represión en Navidad». Julián Chaves Palacios.

Junto a Ramona y otras mujeres, vecinas suyas, de la calle Gómez Becerra, también fue condenada a muerte, y ejecutada Dionisia Sánchez Martín, una joven natural de Junciana que había venido a Cáceres para ayudar a Ramona con los hijos que ya tenía y con el que nació está presa.

Quién es quién en esta historia:

Ramona Navarro Bravo, cacereña que había nacido en el número 2 de la calle Barrio de San Antonio, en la habitación medianera de dicha casa con el retablo de la ermita del santo. Madre de 5 hijos, la mayor de 11 años recién cumplidos, de nombre Rosario, mi madre.

Casimiro Sánchez Martín, natural de Junciana, Ávila, que trabajaba como carrero con la empresa de los Blázquez, que también eran originarios de Ávila. Hermano de Dionisia, a la que había traído a Cáceres. Casimiro también pasó temporadas en la prisión de Cáceres.

Con su padre, mi abuelo, pasando temporadas en prisión, su madre primero sentenciada a muerte y luego a cadena perpetua, su tía Dionisia asesinada, fue mi madre, Rosario, la que tuvo que hacerse cargo de sus hermanos más pequeños, de llevar la casa… Y, después, cuando el hijo de Ramona que nació en prisión, llamado Salvador, fue llevado a casa por Casimiro, siguió siendo la guía de la casa. Casimiro fue a recoger al hijo pequeño a la prisión de Santander, cuando por órdenes gubernativas (de los fascistas) tenía prohibido salir de Cáceres más allá del término de Arroyo de la Luz.

Vale.

1.- La historia, esta historia, está incluida en el libro “Tragedia y represión en Navidad. Doscientos republicanos fusilados en Cáceres por el ejército franquista en 1937”, del historiador de la Universidad de Extremadura Julián Chaves Palacios, con datos familiares de Ramona Navarro Bravo y Dionisia Sánchez Martín, que conozco por ser nieto de Ramona y sobrino nieto de Dionisia.

Se celebra en Cáceres (sí, esa ciudad sin tren, al oeste, muy al oeste de Madrid y al norte, muy al norte de Sevilla), un pequeño festival, porque para eso es una ciudad pequeña, al que asisten unos cuantos festivaleros y gente así, a los que les da por abarrotar una ciudad hecha a la medida de Juego de Tronos y que se expande como una potente bolsa de helio, tan grande, que casi se revienta por los cinco costados. Eso sin exagerar.

He intentado con poco éxito, la verdad, y con menor empeño, buscar entre las familias que se acercan hacia la plaza Mayor alguna en la que hubiera algún menor, para encontrar alguna que fuera visitante Womad, de hace unos años (el festival cumple este año su Trigésima Edición) y que ahora traen a sus hijos para que vean qué es este festival. Pero nada.

Seguramente habrá alguna, más de una, que vayan haciendo crecer la pandilla womera, y que esa pandilla vaya saltando de generación en generación.

Es verdad que debería haber pensado antes este intento de estudio sociológico a la altura de las encuestas que le hace el comandante al periódico de la grapa, pero como todas las grandes ideas que tenemos los grandes pensadores, se me ha escurrido cuando ya no da tiempo para prepararla. Quizás el año que viene, si Dios quiere, pueda encontrar el modo de llevarla a la práctica… si es que para dentro de un año me acuerdo.

Cuando vean fotografías de los pequeños grupos de asistentes al festival (digo lo de pequeños grupos de asistentes por aquello de que no se vayan a enfadar los periódicos y las teles de la capital, que ostentan todos los récords de asistencia), fíjense bien y recuerden que, por ejemplo, este bloguero ha tenido la osadía de preguntarle a la dotación de una furgoneta de la Policía Nacional estacionada en plena ciudad monumental si estos muchachos, los de los asistentes al Womad, les deban mucho trabajo. La respuesta ha sido que no, que son buena gente. En realidad son miles de buenas gentes que pasean por una ciudad abierta al mundo y que lo que quieren es divertirse. Solo y nada más que eso.

He preguntado a varias parejas con niños si eran de Cáceres. Todas tenían la misma respuesta. Sí. Quizás, si hubiera preguntado a muchas, a muchas, hubiera salido alguna, hubiera acertado alguna, y así poder armar un “reportage” que habría llevado, de verdad, el título de Womeros de segunda generación. Porque lo que está claro es que gran parte de los horarios de las actuaciones previstas para cada uno de los días, permiten que niños y adolescentes puedan escuchar las músicas del mundo, bailar las músicas del mundo y fijar en sus recuerdos lo que significa un espacio, una ciudad, puesta a disposición de todo la gente que quiere pasarse por ella.

Espero, creo, que lo mismo el año que viene pueda encontrar esa segunda generación de womeros y conocer de ellos que significa el Womad.

Vale.