Archivos para December 31, 2020
Durante los primeros años de la década de 1900, por diversas autoridades locales y provinciales se pretendió que la ciudad contara con una Academia Militar, ofreciéndose para ello el Hospital Provincial y destinando a las funciones sanitarias y de beneficencia del mismo, el conventual de San Francisco. El Ayuntamiento y la Diputación provincial adoptaron acuerdos políticos para que, si la dotación la Academia militar llegaba a la ciudad, se pudieran hacer realidad tanto el uso militar para el Hospital y el sanitario y de beneficencia para el convento de San Francisco.
El 8 de octubre de 1904, Manuel Sánchez del Pozo escribió el artículo que a continuación se reproduce, en el que manifiesta su rechazo a que San Francisco acogiera el uso sanitario. Manuel Sánchez del Pozo escribió bajo el epígrafe de “El tiempo viejo” varios artículos cuyo contenido fue y es ignorado o, incluso, despreciado por diversos autores, pero que en su momento tuvieron el acogimiento en los periódicos de la época.
Con sumo gusto, defiriendo á las indicaciones de algunos amigos que han leído con sorpresa en El Noticiero que el local del ex-convento de San Francisco reúne condiciones higiénicas á propósito para hospital, sin más razón que la de haber sido elegido por los frailes para vivienda propia, vamos á historiar á grandes rasgos sus antecedentes para que El Noticiero se persuada de la ligereza con que ha sido emitida su opinión, pues ni el sitio fué elegido por los frailes, ni la situación que ocupa en el centro de la ribera el edificio le pueden prestar condiciones de salubridad, ni en el siglo XV que se edificó el convento, estaba la ciencia médica á la altura de hoy para juzgar la inconveniencia de su instalación en aquel lugar.
Según la historia del reverendo padre definidor fray José de Santa Cruz, referente a la provincia de San Miguel de Intratragun, á la que pertenecía el convento de franciscanos re regulares observantes de Cáceres, dicho convento se debió á un milagro que describe de esta forma:
«Triste y abatido por no haber logrado que el Concejo de la villa le condiera permiso y terreno donde fundar un convento de su Orden, caminaba hacia Mérida el virtuoso fray José Ferrer, en un pequeño pollino, que habiendo perdido una herradura marchaba con gran dificultad, cuando la casualidad hizo que, en dirección contraria y de vuelta de su paseo, regresara á la villa, ginete en un poderoso caballo; el regidor perpetuo D. Diego García de Ulloa, que no obstante haber sido el que más oposición había hecho en el Concejo, á la solicitud de fray José; éste, atendiendo solo a las riquezas que poseía, se acercó humildemente al caballero demandando una limosna para herrar al pequeño jumento que le conducía.
Persuadido el Ulloa de que no llevaba dinero alguno á prevención, le manifestó con agradable cortesía su sentimiento de no poderle complacer, mas como fray José insistiese rogándole que se registrase los bolsillo, visiblemente contrariado, procedió á registrarse, y cuál no sería su asombro al sacar entre los dedos una extraña moneda de oro que nunca habían visto sus ojos.
Presa de una intensa emoción se apeó del caballo y abrazando á fray José le rogó que se volviera á la villa, citó nuevamente al Concejo á sesión extraordinaria donde expuso lo acaecido, y tales fueron sus manifestaciones que el Consejo en pleno no sólo determinó la fundación del convento á sus expensas, sino que la obra se realizase en corto plazo y en el sitio que se obró el referido milagro.
El convento se inauguró en 1472, y bajo el patronato de los reyes católicos, sus primero habitantes fueron diez y ocho monjes (1) que antes de seis años se vieron reducidos a menos de la mitad para el trabajo en las predicaciones y cura de almas, pues las calenturas intermitentes los perseguían por modo extraordinario.
Esta circunstancia fatal les obligó a pedir hospitalidad dentro de la población, donde establecer una enfermería, y á la munificencia de un ilustre prócer, progenitor del señor vizconde de la Torre Albarragena, decidieron el poder tener la espaciosa y bien acondicionada enfermería de San Antonio de Padua, donde siempre residieron el mayor número de frailes por las excelentes condiciones de salubridad que ofrecía.»
Sin que para nosotros haya verdadera exactitud histórica en la relación de todos los hechos narrados por el reverendo definidor, no terminaremos este artículo sin consignar otro hecho que cita, de que habiendo pedido el primer guardián al citado don Diego Ulloa una arroba de vino para el sacrificio de la Misa, se excusó Ulloa por no tener más vino que el de una tinaja que por haberse agriado no podía ya beberse, pero queriendo el guardián probarlo, pasaron á la bodega, viendo D. Diego con sorpresa que el vino antes picado, se había convertido en un excelente vino rancio.
MANUEL SÁNCHEZ DEL POZO