¿Cómo era aquella canción de Víctor Manuel? Todos tenemos un precio, todo se compra y se vende… Hoy, en el Diario HOY de Badajoz, con sucursal en Cáceres, un periodista le pone precio a la ciudad de Cáceres. Todo en orden. Claro, que el referido periodista también tendrá un precio. Y no precisamente el importe de su nómina.
Espero que no lo niegue.
Pero ponerle un precio a toda una ciudad ya es atrevimiento, osadía, y, sobre todo, mala fe.
Porque para ese dizque periodista el precio que la ciudad de Cáceres tiene que pagar es permitir una mina, una gran mina de litio a poco menos de un kilómetro y medio de la ciudad de Cáceres.
Se basa el dizque periodista en que todas las mejoras experimentadas por la ciudad en la que pace se deben a la pertenencia a la UE. Pero olvida ese dizque periodista que el precio a pagar, según él, es en agradecimiento a esta UE que tanto ha hecho por nosotros. Desvía el tiro, no ha calculado bien la parábola de la trayectoria del obús, y parece que la mira del fusil la tiene rota.
Porque Cáceres no le debe nada a la Unión Europea, ya que todo lo que señala sobre los favores recibidos no son eso, favores, sino justicia y equidad. Él, el dizque periodista, sí le debe a la ciudad de Cáceres el plato de lentejas que alcanza para llenar la andorga.
El litio que pueda haber en el lugar señalado como mina se debe quedar donde está. El dizque periodista cree que toda la ciudad ha de estar agradecida a la Unión Europea. Ni más o menos agradecida que Badajoz, Madrid o París.
Agradecida la ciudad de Cáceres ha de estar a los primeros pobladores que encontraron en esta tierra abrigo para guarecerse de los rigores del invierno y agua para refrescarse de las flamas del verano. Agradecida a que esos primeros pobladores nos dejaran la Cueva de Maltravieso, la Cueva del Oso, la Cueva de Santa Ana, el uso ancestral del Calerizo, de los humedales de los alrededores.
Agradecida la ciudad de Cáceres ha de estar a la civilización romana, que nos dejaron la Vía de la Plata, murallas de grandes sillares, caminos de unión entre el imperio del sur con las minas de oro del norte.
Agradecida la ciudad de Cáceres ha de estar a los musulmanes, a los almohades, cuyas murallas señalan, muchas veces aupadas sobre restos de sillares romanos, un esplendoroso y valiente pasado, que dejaron la enseñanza de los regadíos con el agua que el generoso Calerizo vierte a través de la Ribera de la Madre.
Agradecida la ciudad de Cáceres a los señores castellanos que tras conseguir arrebatar la ciudad a los almohades construyeron una ciudad de torres y palacios, de casas fuertes, de calles cuyas curvas aún se mantienen.
En definitiva, la ciudad de Cáceres ha de estar a todos aquellos que la poblaron, que la ocuparon, que la defendieron y cuyo legado hoy nos pertenece a todos… menos al dizque periodista.
El dizque periodista cree que debemos pagar el precio de los bienes recibidos a Europa, cuando toda nuestra historia, menos la del libelo en el que vierte sus úlceras, es una contribución, siquiera modesta, pero fuerte, al fuerte esplendor de esa Europa que según su sagaz entender nos lo quiere cobrar.
Porque el dizque periodista sabe, por experiencia propia, que los favores recibidos (no de la ciudad, claro) no vienen de Europa, vienen de Australia, y a los canguros nada les debemos. Nada. Él, por como se expresa, parece que sí.
La ciudad de Cáceres mal que le pese al comedor de lentejas y sopas canas, seguirá siendo lo que es. Y el litio, mal que le pese al comedor de lentejas y sopas canas, seguirá estando donde está y no podrá ser extraído por ningún especulador minero. Y menos para pagar una deuda que la ciudad no tiene. Él, seguramente, sí tenga una deuda. Pero allá el.
El hombre gordo y el flaco
El gigante y el Enano
Y aquel que viste de gris
Para vivir camuflado
El que trepa de puntillas
Y se olvida de sus pasos
También… aquel que niega su brazo
Al que vive mas abajo.
Todos tenemos un precio
Todo se compra, se vende
El traficante, el artista
Intercambian sus divisas.
El esclavo, como el rey
Tienen idéntica piel
Y en el horno se verá
Que todos somos igual.
(Víctor Manuel)
Vale.