Archivos para agosto 2021

Dos noticias recientes que se han cruzado en mi pantalla me llevan a tomar de nuevo el asunto de la Plaza de Toros de Cáceres. Por un lado, una noticia de ámbito nacional, originada en Gijón y que ha significado un tiro en ambos pies para los taurinos: lidiar y matar un toro nombrado feminista y otro nigeriano, han llevado al Ayuntamiento gijonés a establecer el final de esos espectáculos en la Plaza de Toros de la ciudad. Por otra parte, en la prensa de Cáceres aparecía una doble petición de los taurinos: que se reparen los daños del coso cacereño y que se pueda utilizar por la escuela taurina.

Estas circunstancias, lo sucedido en Gijón y la demanda de los taurinos de reparación de la Plaza de Toros de Cáceres, reflejan la encrucijada en que se encuentran la afición taurina, en una evidente situación de resistencia frente a la creciente ola en contra de quienes abogan por la desaparición de las corridas de toros.

Esta situación divergente tiene un componente económico claro en Extremadura, ya que la desaparición de los espectáculos taurinos repercutiría en el mantenimiento del paisaje de las dehesas, no tanto a mi parecer como para bautizarlo de definitivo, y no tanto por el número de puestos de trabajos y empleos de los espectáculos, ya que son puestos de trabajo claramente exiguos y, en todo caso, discontinuos.

Picasso. Plaza de Toros

Sin embargo, la realidad suele ser tozuda y es evidente que los espectáculos taurinos están en nuestro país en franca recesión, cuando no en clarísima retirada. No es ya que las corridas de toros resistan más o menos, es que en la mayoría de los casos, salvo ferias importantes, el público cada vez es menos numeroso y esas corridas o novilladas en plazas menores, no pueden aspirar a obtener recursos de su pase por televisión.

Que la plaza de toros de Cáceres requiere una inversión, cuando menos, de unos 350.000 € para dejar de ser peligrosas para sus usuarios o personas que caminen en su alrededor, también puede llevarnos a pensar si merece la pena gastar ese dinero cuando seguramente haya necesidades más acuciantes y de mayor interés público.

En nuestro mundo globalizado, con una mirada puesta en Europa y la mirada de Europa puesta en nosotros, como en cualquier otro país, los espectáculos públicos con animales son cada vez menos, y menos cuando en esos espectáculos se mata al animal protagonista, en muchas ocasiones previa tortura para terminar estoqueando a la fiera.

Personalmente, creo que el toro de lidia, como raza, deberá desaparecer en un tiempo relativamente corto, y los espectáculos taurinos no podrán continuar siendo una parte de las ferias y las fiestas de ciudades y pueblos.

Las tradiciones son solo eso, tradiciones, y sabemos que en muchos casos están montadas sobre leyendas y supercherías. Ya en 1567, el Papa Pío V, en su bula ‘De Salute gregis Dominici’ prohibió las corridas de toros por ser espectáculos vergonzosos y sangrientos.

Vale.

Visitando el Museo Helga de Alvear prácticamente en su inauguración, me surgió una inquietud o un interés en saber si dentro del Arte Contemporáneo la visión política de los artistas podía ir más allá de la mera interpretación de la realidad a través de sus obras, o de la denuncia social, algo evidente viendo muchas de las obras e instalaciones presentes en las salas del Museo.

Kimsooja, Oct 22 2000

Otra cuestión sería si los propios artistas que plantean obras claramente de contenido o denuncia social expresaran, sin duda alguna, que responden a un compromiso político, así lo hicieran. También, las circunstancias en que se fraguan las obras de contenido indubitablmente político, podrían entenderse más o menos comprometidas, como es la de Ai Weiwei.

Thomas Hirschhorn. Power tools.

A mi modo de ver, solamente una obra, la lámpara que el disidente chino Ai Weiwei, podía entrar en el criterio de arte político. Seguramente, careciendo de datos de otros de los artistas representados en la muestra, alguna obra más podría entrar en ese criterio.

Ai Weiwei es claro en su denuncia del Partido Comunista Chino en cuanto a al fuerte sistema de contención de las libertades políticas y sociales de los ciudadanos chinos, aunque hace una salvedad en cuanto a que es ese sistema político el que está impulsando a la PRC a ser una gran potencia económica, lo que no se traduce en derechos y libertades, según él, de la población, sometida a un férreo control.

Descending light. 2007

La vocación del Museo Helga de Alvear y de su impulsora se manifiesta en que, durante el tiempo que duró la construcción del magnífico edificio diseñado por Tuñon y Mansilla y culminado, ya en solitario por Tuñón, es permanecer abiertos a nuevas incorporaciones de obras de artistas que puedan, sobre todo, añadir valor, añadir calidad y añadir frescura a los fondos, ya muy amplios, de que dispone el Museo.

No sé si en este afán de Helga de Alvear de añadir obras de interés, o, incluso, de impacto, se encuentra la adquisición de “Síndrome de Guernica”, de Francisco Sánchez Castillo, que había recalado en Cáceres formando parte de “Cáceres Abierto”, habiéndose expuesto en la Plaza de San Mateo, con un fondo en el balcón de la fachada principal del Palacio de Los Golfines de Arriba, donde residió algún tiempo durante la Guerra Civil el dictador Franco.

La incorporación de esta obra al Museo ha sido inmediata para exponerla al público, en dos elementos distintos: uno, colocando sobre uno de los arandeles del jardín los hierros formando pacas, y la otra, exhibiendo en el Auditorio algunas piezas y el vídeo del proceso de desguace y transformación del yate de Franco, porque de eso trata la la instalación, del desguace del Azor, uno de los símbolos del poder que ejerció con mano de hierro el dictador.

Sánchez Castillo. Síndrome de Guernica. 2012

La obra de Ai Wewei es de 2007, y la de Sánchez Castillo de 2002. Las dos tienen, por propia definición de sus autores, una significación política, siendo la primera una obra bien acogida por las mentes bien pensantes de Occidente por cuanto supone una desacreditación del régimen comunista chino. La segunda, en el tiempo transcurrido desde 2012 adquiere nueve años después cada vez más actualidad y más valor, porque los deseos de una normalización real y efectiva de la Memoria Democrática requiere una redefinición de los símbolos que perviven, y son muchos, de una Guerra Civil y de una Dictadura, que nunca han sido sometidos a la más adecuada asimilación a los valores que deben conformar una democracia real, como las occidentales que tanto aplauden cuando se trata de la obra del disidente chino.

Las tensiones que genera apelar a esa normalización y asimilación entre los materiales e ideológicos del fascismo impuesto por el dictador Franco frenan esa normalización tan necesaria.

Vale.

Entregada la entrada de “Las cábilas de la Labradora” al albur de su vuelo por la red, puse en marcha mis recuerdos, mis notas mentales sobre las parte de Cáceres en la que se asentaban aquellas viviendas, y así fue como asocié dos topónimos que casi siembre escuchaba unidos: la Labradora y las cuevas de la Becerra (así, en plural) ya que a ellas se llegaba por el mismo camino, pasando bajo la vía del tren hasta coger el camino de Cabeza Rubia, pegado al muro de bloques de cemento del recinto de la Estación.

Una conversación con Eloy Vaquero, padre de mi prima María “Todolibros”, y a quien conozco desde siempre (su suegro era primo de mi padre), aumentó mis referencias sobre la zona y asentó otras cuestiones que ya conocía. Con lo recordado y con la buena memoria de Eloy fui componiendo un pequeño mapa, de momento solamente escrito, en el que aparecían las cuevas de la Becerra, o cueva de la Becerra con la mina de la Labradora.

Situadas más al sur de la mina, la cueva que figura en el imaginario local, pero cuya ubicación exacta puede perderse, fue también un abrigo en el que obreros, gente humilde, encontró refugio. Y sufrió en ese refugio.

En julio de 1927, se produjo un incendio que acabó con un buen número de chozos habitados por gentes de Aldea Moret. Así contaba la noticia del incendio el periódico conservador “Nuevo Día”:

Diario NUEVO DÍA. 4 de Julio de 1927. Cáceres

A la hora de recoger en esta entrada la única noticia del incendio que he podido encontrar, he tenido dudas de eliminar los nombres de los damnificados, o de mantenerlos. Ha ganado la segunda opción, más que nada con la esperanza de que algún descendiente de aquellos, algún familiar, pueda aportar información que nos ayude a una mejor visión de cómo era la vida tanto de los habitantes de aquellos chozos como de las cábilas, dándose la circunstancia de que en ambos tipos de “viviendas” se hizo uso de paredes de adobe, terminándose con tejas de los hornos del Junquillo (“casas de Tejares”) las cábilas, y con taramas o retamas los de los hornos.

Después del incendio, el 4 de julio de 1927, solamente he podido encontrar dos noticias más: una en el mismo periódico “Nuevo Día”, dando cuenta del reparto de una suscripción para ayudar a las familia, y otra noticia, sobre el mismo reparto en el periódico católico “Extremadura”, que no había dado cuenta anteriormente del incendio.

Pero buscando esas posibles noticias posteriores y recordando lo que me contó Eloy Vaquero sobre la cueva, encontré alguna sorpresa. Eloy me refirió que a esa cueva se arrojaban animales muertos (mulos, burros, etc.). Claro, cuando los vientos cambiaban, los malos olores se esparcían sobre el Junquillo (¿quién no recuerda, hace menos años, los malos olores provenientes de la cantera de Baltasar cuando ya se estaba utilizando para arrojar vertidos de materiales inertes, de escombros, de tierras de excavaciones de obras?). La cantera creo haber visto que ha tapado (lo tengo que comprobar) los terrenos de la mina de la Labradora y de la cueva de la Becerra, de la que hoy muy poca o nula información gráfica o fotográfica, si acaso una fotografía que realizó Carlos Callejo y que llegó al Hoy a través de su hijo, Alfonso.

A finales de los años 30, y, consiguientemente, de la Guerra Civil, se acrecentó el uso de la cueva para arrojar animales, hasta el punto de que el Ayuntamiento de Cáceres, sin haber realizado siquiera una prospección de la cueva, seguramente por su mal estado, comenzó a utilizarla como Horno Crematorio, y así figura en varios documentos que obran en el Archivo Histórico Municipal.

Conociendo el destino de esta cueva, situada, como otras, en el propio Calerizo (Santa Ana, El Conejar, Maltravieso, las descubiertas junto a la carretera de Miajadas con las obras de la Ronda Sureste, que no están en El Carrucho, como sin conocimiento de la zona se informa) es de “agradecer” que las cuevas citadas no hayan corrido la misma suerte, aunque es cierto que en El Conejar si apareció algún animal muerto.

Vale.

La larga guerra sostenida por España contra los árabes (moros) del Norte de África durante tantos años, desde la Guerra de Margallo hasta finales de los años 20 del mismo siglo, hizo que algunos topónimos de aquella parte de África se importaran y terminaran asentando en algunos lugares de nuestro país.

La participación de muchos extremeños, cacereños, en aquellas guerras también tuvo su correlato en nuestro entorno. Concretamente, una determinada tipología de viviendas de los árabes que se constituían en diversas formaciones de un ejército irregular, las cábilas o kábilas, en los años finales de la guerra mandadas por Abd El-Krim, tuvieron algún éxito en su acomodo a nuestra toponimia.

En Cáceres, aunque he preguntado en diversos foros, a diversas personas muy conocedoras de la ciudad, no he encontrado confirmación a ese nombre, que yo tenía en mi memoria y en la memoria de mi familia materna. Recuerdo, ligeramente difuminado, haber pasado bajo la vía del ferrocarril, antes de la llegada a la Estación, por un camino que se llamaba de la Labradora, con mis abuelos maternos que, para no tener que cogerme en brazos y que yo caminara a buen ritmo, se valían de una naranja que me iban arrojando para que la recogiera. Ese camino se conocía como el de la Labradora y llevaba a la mina del mismo nombre, situada en la zona baja, al cerro de Cabezarrubia, o Cerro de los Pinos. Aquel viaje anaranjado me llevaba, con mis abuelos, a la casa de mi tío Jacinto, en la recién, por entonces, inaugurada Barriada de la Paloma.

Con muy escasas referencias, he tenido la ocasión de que Angel, un arroyano recriado en Cáceres, conocedor del sector de la construcción (subsector albañiles y otros oficios) tuviera unas muy parecidas a mis recuerdos y a los escuchados en mi familia materna, y que sin duda, con otras más difusas, sustentan la existencia de las viviendas de la mina de la Labradora, de las cábilas de Cáceres. Hablar con Ángel, por otra parte, es hablar con un libro abierto de historias de la ciudad, que va contando mientras pasea a sus perritos, ya mayores también.

Después de aquellos “paseos”, solamente recuerdo haber ido por ese camino en un par de ocasiones, siempre hacia las casas del Junquillo o viviendas de Tejares, y haber pasado, sin detenerme, en los restos de la mina de la Labradora. Un ruta que, ahora, tengo pendiente.

Poco antes de la muerte de mi madre (2013) llegó a la residencia en la que ella estaba una mujer de más o menos su misma edad, y a través de mi hermana mayor, mi madre y aquella mujer, pudieron recordar algo de su infancia. También una hija de aquella mujer participó activando los recuerdos.

Mi madre, vecina de la Calle de la Pulmonía, antes de que el genocida Franco diera un golpe de estado, que le salió mal y provocó la guerra civil, comenzó a ir a la recién inaugurada escuela pública de nuestra señora de la Montaña, en calle Alfonso IX. En esa escuela conoció a la mujer con la que había coincidido en el ocaso de subida en la residencia.

Me contó mi madre, con algunos recuerdos ya entrecortados, que aquella mujer, Nati, llegaba a la calle de la Pulmonía y, juntas, iban a la escuela. Nati llegaba a la casa de mi madre, Rosario, después de caminar desde su casa, en la mina de la Labradora. Un largo recorrido para ir a la escuela.

Aquella casa en la que vivía Nati, era una de las 8 ó 10, y había casas de dos tipologías básicas: las apoyadas, en su parte posterior sobre un cortado de piedra de cantera o las que, sin estar apoyadas, se construían con un pasillo en medio, de manera que tenían vivienda a derecha e izquierda del pasillo, y al fondo, la cocina y el aseo compartidos.

De esta tipología última, por cierto, puede verse aún hoy alguna casa en la calle Altos de Fuente Fría.

Las viviendas con apoyo en un cortado de piedra eran más individuales, y estuvieron ocupadas por familias que vinieron de algún pueblo, como Alcántara o Estorninos.

Las cábilas de la Labradora, de las que no sé si quedan restos porque bien pudieran haber sido anuladas por los vertidos de residuos inertes (residuos de obras y demoliciones) en la llamada cantera de Balpia. Me queda por hacer una excursión, con tiempo favorable (de temperaturas) y comprobar si algunos tapiales que hay cercanos al camino de Cabeza Rubia, por donde mis abuelos me llevaban al Barrio de la Paloma, siguiendo una naranja.

Vale.