Entregada la entrada de “Las cábilas de la Labradora” al albur de su vuelo por la red, puse en marcha mis recuerdos, mis notas mentales sobre las parte de Cáceres en la que se asentaban aquellas viviendas, y así fue como asocié dos topónimos que casi siembre escuchaba unidos: la Labradora y las cuevas de la Becerra (así, en plural) ya que a ellas se llegaba por el mismo camino, pasando bajo la vía del tren hasta coger el camino de Cabeza Rubia, pegado al muro de bloques de cemento del recinto de la Estación.
Una conversación con Eloy Vaquero, padre de mi prima María “Todolibros”, y a quien conozco desde siempre (su suegro era primo de mi padre), aumentó mis referencias sobre la zona y asentó otras cuestiones que ya conocía. Con lo recordado y con la buena memoria de Eloy fui componiendo un pequeño mapa, de momento solamente escrito, en el que aparecían las cuevas de la Becerra, o cueva de la Becerra con la mina de la Labradora.
Situadas más al sur de la mina, la cueva que figura en el imaginario local, pero cuya ubicación exacta puede perderse, fue también un abrigo en el que obreros, gente humilde, encontró refugio. Y sufrió en ese refugio.
En julio de 1927, se produjo un incendio que acabó con un buen número de chozos habitados por gentes de Aldea Moret. Así contaba la noticia del incendio el periódico conservador “Nuevo Día”:
A la hora de recoger en esta entrada la única noticia del incendio que he podido encontrar, he tenido dudas de eliminar los nombres de los damnificados, o de mantenerlos. Ha ganado la segunda opción, más que nada con la esperanza de que algún descendiente de aquellos, algún familiar, pueda aportar información que nos ayude a una mejor visión de cómo era la vida tanto de los habitantes de aquellos chozos como de las cábilas, dándose la circunstancia de que en ambos tipos de “viviendas” se hizo uso de paredes de adobe, terminándose con tejas de los hornos del Junquillo (“casas de Tejares”) las cábilas, y con taramas o retamas los de los hornos.
Después del incendio, el 4 de julio de 1927, solamente he podido encontrar dos noticias más: una en el mismo periódico “Nuevo Día”, dando cuenta del reparto de una suscripción para ayudar a las familia, y otra noticia, sobre el mismo reparto en el periódico católico “Extremadura”, que no había dado cuenta anteriormente del incendio.
Pero buscando esas posibles noticias posteriores y recordando lo que me contó Eloy Vaquero sobre la cueva, encontré alguna sorpresa. Eloy me refirió que a esa cueva se arrojaban animales muertos (mulos, burros, etc.). Claro, cuando los vientos cambiaban, los malos olores se esparcían sobre el Junquillo (¿quién no recuerda, hace menos años, los malos olores provenientes de la cantera de Baltasar cuando ya se estaba utilizando para arrojar vertidos de materiales inertes, de escombros, de tierras de excavaciones de obras?). La cantera creo haber visto que ha tapado (lo tengo que comprobar) los terrenos de la mina de la Labradora y de la cueva de la Becerra, de la que hoy muy poca o nula información gráfica o fotográfica, si acaso una fotografía que realizó Carlos Callejo y que llegó al Hoy a través de su hijo, Alfonso.
A finales de los años 30, y, consiguientemente, de la Guerra Civil, se acrecentó el uso de la cueva para arrojar animales, hasta el punto de que el Ayuntamiento de Cáceres, sin haber realizado siquiera una prospección de la cueva, seguramente por su mal estado, comenzó a utilizarla como Horno Crematorio, y así figura en varios documentos que obran en el Archivo Histórico Municipal.
Conociendo el destino de esta cueva, situada, como otras, en el propio Calerizo (Santa Ana, El Conejar, Maltravieso, las descubiertas junto a la carretera de Miajadas con las obras de la Ronda Sureste, que no están en El Carrucho, como sin conocimiento de la zona se informa) es de “agradecer” que las cuevas citadas no hayan corrido la misma suerte, aunque es cierto que en El Conejar si apareció algún animal muerto.
Vale.