Durante los primeros años de la década de 1900, por diversas autoridades locales y provinciales se pretendió que la ciudad contara con una Academia Militar, ofreciéndose para ello el Hospital Provincial y destinando a las funciones sanitarias y de beneficencia del mismo, el conventual de San Francisco. El Ayuntamiento y la Diputación provincial adoptaron acuerdos políticos para que, si la dotación la Academia militar llegaba a la ciudad, se pudieran hacer realidad tanto el uso militar para el Hospital y el sanitario y de beneficencia para el convento de San Francisco.
El 8 de octubre de 1904, Manuel Sánchez del Pozo escribió el artículo que a continuación se reproduce, en el que manifiesta su rechazo a que San Francisco acogiera el uso sanitario. Manuel Sánchez del Pozo escribió bajo el epígrafe de “El tiempo viejo” varios artículos cuyo contenido fue y es ignorado o, incluso, despreciado por diversos autores, pero que en su momento tuvieron el acogimiento en los periódicos de la época.
Con sumo gusto, defiriendo á las indicaciones de algunos amigos que han leído con sorpresa en El Noticiero que el local del ex-convento de San Francisco reúne condiciones higiénicas á propósito para hospital, sin más razón que la de haber sido elegido por los frailes para vivienda propia, vamos á historiar á grandes rasgos sus antecedentes para que El Noticiero se persuada de la ligereza con que ha sido emitida su opinión, pues ni el sitio fué elegido por los frailes, ni la situación que ocupa en el centro de la ribera el edificio le pueden prestar condiciones de salubridad, ni en el siglo XV que se edificó el convento, estaba la ciencia médica á la altura de hoy para juzgar la inconveniencia de su instalación en aquel lugar.
Según la historia del reverendo padre definidor fray José de Santa Cruz, referente a la provincia de San Miguel de Intratragun, á la que pertenecía el convento de franciscanos re regulares observantes de Cáceres, dicho convento se debió á un milagro que describe de esta forma:
«Triste y abatido por no haber logrado que el Concejo de la villa le condiera permiso y terreno donde fundar un convento de su Orden, caminaba hacia Mérida el virtuoso fray José Ferrer, en un pequeño pollino, que habiendo perdido una herradura marchaba con gran dificultad, cuando la casualidad hizo que, en dirección contraria y de vuelta de su paseo, regresara á la villa, ginete en un poderoso caballo; el regidor perpetuo D. Diego García de Ulloa, que no obstante haber sido el que más oposición había hecho en el Concejo, á la solicitud de fray José; éste, atendiendo solo a las riquezas que poseía, se acercó humildemente al caballero demandando una limosna para herrar al pequeño jumento que le conducía.
Persuadido el Ulloa de que no llevaba dinero alguno á prevención, le manifestó con agradable cortesía su sentimiento de no poderle complacer, mas como fray José insistiese rogándole que se registrase los bolsillo, visiblemente contrariado, procedió á registrarse, y cuál no sería su asombro al sacar entre los dedos una extraña moneda de oro que nunca habían visto sus ojos.
Presa de una intensa emoción se apeó del caballo y abrazando á fray José le rogó que se volviera á la villa, citó nuevamente al Concejo á sesión extraordinaria donde expuso lo acaecido, y tales fueron sus manifestaciones que el Consejo en pleno no sólo determinó la fundación del convento á sus expensas, sino que la obra se realizase en corto plazo y en el sitio que se obró el referido milagro.
El convento se inauguró en 1472, y bajo el patronato de los reyes católicos, sus primero habitantes fueron diez y ocho monjes (1) que antes de seis años se vieron reducidos a menos de la mitad para el trabajo en las predicaciones y cura de almas, pues las calenturas intermitentes los perseguían por modo extraordinario.
Esta circunstancia fatal les obligó a pedir hospitalidad dentro de la población, donde establecer una enfermería, y á la munificencia de un ilustre prócer, progenitor del señor vizconde de la Torre Albarragena, decidieron el poder tener la espaciosa y bien acondicionada enfermería de San Antonio de Padua, donde siempre residieron el mayor número de frailes por las excelentes condiciones de salubridad que ofrecía.»
Sin que para nosotros haya verdadera exactitud histórica en la relación de todos los hechos narrados por el reverendo definidor, no terminaremos este artículo sin consignar otro hecho que cita, de que habiendo pedido el primer guardián al citado don Diego Ulloa una arroba de vino para el sacrificio de la Misa, se excusó Ulloa por no tener más vino que el de una tinaja que por haberse agriado no podía ya beberse, pero queriendo el guardián probarlo, pasaron á la bodega, viendo D. Diego con sorpresa que el vino antes picado, se había convertido en un excelente vino rancio.
MANUEL SÁNCHEZ DEL POZO
El texto que se inserta a continuación fue publicado el 5 de noviembre de 1904 en el periódico EL NORTE DE EXTREMADURA, firmado por Manuel Sánchez del Pozo, autor de diversas publicaciones en prensa de la época, recogiendo noticias e informaciones que señalan aspectos pocos conocidos de la historia de la ciudad de Cáceres.
He aquí el nombre de una humilde sirvienta que tuvo el privilegio de hacerse célebre entre los vecinos de la muy noble y leal villa de Cáceres por un arranque de genio varonil en defensa de su ultrajado amor propio.
Corrían los últimos años del siglo XVIII cuando nuestra protagonista fue traída del pueblo de Arroyo del Puerco, de donde era natural, por sus padres Andrés Cacho y Ana Tejado, á fin de colocarla de sirvienta en casa de la muy ilustre dama Dª Cayetana de Ovando, viuda del teniente general marqués de Camarena la Real, razón por la cual era conocida en la villa con el epíteto de la Generala, y su casa aun hoy, convertida en colegio, es conocida por el mismo nombre.
Decíase que la María Cacho, al propio tiempo de venir satisfechísima á servir á casa tan ilustre, no dejaba de abrigar en su corazón temores fundados, por ser de público conocido el carácter un tanto violento de Dª Cayetana, con la agravante circunstancia de haber sido servida en el Perú y en la Florida por esclavos, cuyos virreinatos había desempeñado su marido D. Vicente Francisco de Ovando, marqués de Camarena la Real, algunos años.
Mucho agradó á Dª Cayetana el aspecto varonil de María, cuyo desarrollo muscula no era inconveniente a su natural belleza, que hacían más singular dos grandes ojos, cuyas cejas se unían sobre la nariz formando una sola obscura y poblada.
La casa de la Generala era la más importante de la villa porque esta noble dama, á sus antecedentes linajudos unía una instrucción poco común, esmerado trato social y gran influencia en la corte de Carlos IV, circunstancia que unida a la de ser madre del entonces marqués de Camarena la Real. D. Vicente María de Ovando, y tener á su hija Dª Vicenta casada con el marqués de Torreorgaz, D. Manuel Aponte, hacían que su casa fuera el centro obligado de la aristocracia cacereña, y puede decirse que de la flamante Audiencia, pues lo mismo el regente que los oidores y alcaldes del crimen pasaban las noches en la tertulia de Dª Cayetana, que se complacía en obsequiar á sus contertulios con todo linaje de agasajos.
Servía de mayordomo y administrador de Dª Cayetana su antiguo paje, á la sazón procurador de los Tribunales, por influencia de la misma, D. José García Carrasco, á cuya gestión fue debida la entrada en la casa de la sirvienta María, que fue presentada por su ama á los contertulios, que ponderaron su simpática y arrogante figura y aun se decía que más de un oidor y alcalde del crimen solían pedir agua sin que les molestase la sed, por el sólo gusto de que se presentase en la sala María conduciendo en una rica salvilla de plata tallados vasos de cristal con el apetecido líquido.
Ya hemos dicho que Dª Cayetana tenía un carácter violento y que la María á su vez, conocedora del propio suyo, abrigaba fundados temores de que llegara algún día en que no pudiera sujetarse y hubiera un enfrentamiento entre ambas; pero esto no obstante pasaron cerca de tres años sin que María demostrara su genio, á pesar de que en dos ocasiones, una porque María pegó á Bartolo, mono muy querido de la Generala, y otra por haber roto un jarrón de china, fue abofeteada por la señora, ultraje que recibió con cristiana resignación, y no se salió de la casa porque tanto D. José Carrasco como el marqués de Camarena la Real la disuadieron; y este último reprochó á su señora madre sus violencias son una sirvienta, de la que decía ella misma lo difícil que sería encontrar una criada semejante.
Siempre se ha dicho que la fortuna de un tonto es dar con otro, y al fin vino a suceder lo que María presagiaba. Una mañana peinaba á su señora, que usaba para sujetarse el peinado una larga y gruesa alfiler de oro, y por un motivo baladí en el que la Generala disputaba tener razón y la María no se la daba, fundándose en que lo había visto ella, indignada Dª Cayetana , sin mirarla ni reparar dónde, le clavó el alfiler de oro en el pecho derecho, y tan intenso fué el dolor y tal coraje se apoderó de María, que cogiendo á su ama por el pelo la hizo caer para atrás arrastrándola por un buen espacio del suelo.
A los gritos de Dª Cayetana acudieron los demás criados, representando en sus semblantes el asombro al ver á María hecha una furia contra su ama sin cuidarse de la presencia de sus compañeros, hasta que á viva fuerza éstos la desasieron del pelo de la Generala, que había perdido el sentido, y mientras la condujeron á la cama, María huyó de la casa, yendo á refugiarse á la ermita de El Amparo, desde la que fué conducida por la tarde á la cárcel de villa, donde por la noche fue atacada de una fuerte calentura, producida por la gran inflamación del pecho, que á los once días le tuvo que sajar el facultativo D. Francisco Cansado; y á esta circunstancia y á la de la haberse quedado en susto el síncope que sufrió Dª Cayetana, se debió el que en toda la villa se diera la razón á María, que sólo estuvo detenida cinco días, y que la propia doña Cayetana influyó en los jueces para que la causa no se siguiera.
De este modo se vio libre y pudo volver al Arroyo de donde no quiso salir más, á pesar de haberla solicitado muy buenas casas para servir.
Manuel Sánchez del Pozo
El periódico El Norte de Extremadura de los días 6 y 14 de mayo de 1904 publicó en dos entregas la historia de un cacereño del siglo IX que sirvió a las órdenes del emir Abderrahman II y sus sucesores Mohamed, Almondhir y Abdalá. Según lo publicado en El Norte de Extremadura, aquel cacereño nació en 802 y murió en Córdoba en 859.
Los número del periódico consultados son el 264 y 266, ya que en la hemeroteca de prensa histórica no aparece el 265, por lo que pudiera haber un salto en la historia, aunque en el nº 266 aparece la entrega con el II.
No he encontrado referencias al personaje cacereño en búsquedas por la red, ni tampoco he podido saber si la Historia inédita de Cáceres que preparaba Manuel Sánchez del Pozo llegó a publicarse. Sí hay un expediente en el archivo municipal de Cáceres que se refiere a esa historia, cuando su autor solicitó del Ayuntamiento una ayuda con los gastos para la obra que estaba preparando. La petición de ayuda fue en 1897, y la cita al autor en el periódico que publicó esta historia es de 1904.
Un cacereño ilustre del siglo IX
Con sumo gusto damos cabida en nuestras columnas á los siguientes fragmentos tomados de la Historia inédita de Cáceres de nuestro particular amigo D. Manuel Sánchez del Pozo, referentes á un ilustre hijo de esta ciudad que representó importantísimo papel en la corte de los emires ommiadas.
Por los años de 824, ocupando el trono cordobés el emir Abderrahman II, su canciller Abdallá-Ibn-Omega, que había venido á Extremadura con el objeto de regularizar los tributos causantes de sublevaciones y tumultos en Mérida y otros pueblos, al visitar á Cáceres tuvo la ocasión conocer á un joven cristiano de veintidós años llamado Juan Pablo Gómez, empleado en el alcázar á las órdenes del caíd, encargado por éste de la recaudación de los tributos; con tal motivo fue el designado para ayudar en sus trabajos a Abdallá, que no obstante haber permanecido en Cáceres muy pocos días, fueron los bastantes para conocer el talento y excepcionales condiciones del joven cacereño, hasta el punto de proponerle el que lo acompañase á Coria primero, á Mérida después, y últimamente á Córdoba, donde á su lado y con su protección alcanzaría un bienestar y una ilustración que su permanencia en Cáceres no podría jamás proporcionarle.
Esta proposición de Abdallá, personaje de tal importancia en Córdoba, no podía ser rechazada por ningún joven que tuviera aspiraciones y mucho menos por Gómez, cuyo clao talento le hizo comprender todo el alcance de ella. Mostrándose agradecido á Abdallá, le manifestó su deseo que ya que tan bondadoso era con él, se sirviera de hacerle presente á su padre Antonino, única persona cuya voluntad era para él muy superior á la propia, que desde luego ponía á la disposición de su protector.
Abdallá, que con esta manifestación de Gómez vio un nuevo motivo para aquilatar más su mérito, hizo llamar por medio del caíd á Antonino, con el que sostuvo una larga conferencia que dio por resultado el que los deseos del canciller se realizaran, y el joven cacereño acompañó á Coria y Mérida á su nuevo jefe, dado á este con sus trabajos en una y otra ciudad pruebas inequívocas de sus excelentes aptitudes.
Vuelto á Córdoba, Abadallá no vaciló un momento en dar á conocer al emir todo lo que para el logro de su cometido en la regularización de los tributos se debía al joven Gómez, cuyos méritos y condiciones excepcionales supo pintarle (de) tal modo que, el emir no sólo accedió á firmar el nombramiento de segundo jefe de la cancillería á favor de Gómez, sino que quiso conocerle por sí mismo haciendo que Abdallá se lo presentase inmediatamente.
No tardó Gómez en captarse las simpatías de Abderrahman como se había captado las de Abdallá, y al poco tiempo de su estancia en Córdoba constituía una de las más poderosas influencias cerca del emir, sin que su cualidad de cristiano fuese obstáculo para merecer toda la confianza de Abderrahman.
El triunfo de Gómez fue completo, si bien contra aquella disposición protestaran los fanáticos intransigentes, Saul, el sacerdote Eulogio y otros que por su desobediencia fueron mandados encarcelar por el metropolitano Rocafredo.
(Aquí parece haber un salto en la narración, por la inexistencia de referencias al Concilio que luego se cita. Fue un concilio de obispos mozárabes, presidido por Rocafredo, en el año 852).
A partir de la declaración del Concilio, ningñun cristiano volvió á dar motivo con sus insultos á la religión mahometana para ser castigado.
Los intransigentes, los obsesionados, los fanáticos contemporáneos de Gómez no le perdonaron su iniciativa en aquel hecho extraordinario que tanta sangre y tantas lágrimas evitó al pueblo cordobés, y como los Jonios con Erostrato, trataron en sus narraciones de ocultar su nombre y origen y solo por el apellido de Gómez ha podido ser descrito por los orientalistas Dazi, Marmiller, Gayangos y otros.
No obstante haber fallecido el emir Abderrahman II el 13 de septiembre del mismo año 852 en que se verificó el Concilio, su hijo y sucesor Mohamed, que empezó su reinado destituyendo á todos los cristianos de cuantos cargos oficiales desempeñaban en la corte, hizo una excepción, conservando á Gómez en el mismo puesto que ocupaba con Abderrahman, probándose con este solo hecho el inmenso arraigo que tenía la influencia de Gómez en la corte cordobesa, que le obligó á la muerte del canciller Abdallá, su protector, á adjurar, haciéndose musulmán, sin cuyo requisito no era posible desempeñar la Cancillería.
Gómez, no por esto varió de nombre, pero su hijo, al adjurar con él, cambió el nombre deMartín con el de Omar-Ibn-Gómez.
El nuevo canciller alcanzó una edad tan avanzada que sobrevivió á su hijo y á los emires Mohamed, Almondhir y Abdallá. Murió en Córdoba en 895 y había nacido en Cáceres en 802.
Vale
El Norte de Extremadura, “periódico político, órgano del partido liberal-democrático en la provincia de Cáceres, el 2 de marzo de 1904 informaba de los asuntos tratados en el Ayuntamiento en sesión celebrada el día 29 de febrero.
Según informa el periódico, tras la aprobación del acta de la anterior sesión, se dió lectura de una instancia en que doña Matilde Martín pone en conocimiento de la Corporación que piensa cerrar la plazuela de su casa calle General Ezponda con un zócalo de mampostería y verja de hierro.
El arquitecto informa que no hay inconveniente en acceder siempre que se guarden las elementales reglas de ornato y la obra se verifique bajo dirección facultativa.
Usando de la palabra D. Emilio Herreros, manifiesta que tiene entendido que el Ayuntamiento ha ejercido en la plazuela en cuestión algún acto de dominio consentido, que ha sido compuesta y empedrada por la Corporación, y pide que antes de resolver, se aporten datos para una determinación justa.
El señor presidente manifestó que en efecto recayó sentencia en un pleito suscitado, y la Corporación acordó que se vea la precitada sentencia, dejando para la próxima sesión la resolución de esta instancia.
Efectivamente, la solicitud se refería al pleno dominio de la plazuela, y en la tramitación, tras la intervención del concejal Herreros, derivó en que recabara de la solicitante la presentación de certificación judicial que acreditara su propiedad. El certificado judicial, expedido por el Secretario de Sala de la Audiencia provincial, Publio Hurtado, copia literalmente el fallo de dicha Sala de 27 de noviembre de 1882, que refrendaba, a su vez, la sentencia dictada por el Juez de Primera Instancia, que declaró que la plazuela pertenecía en pleno dominio a Francisco Martín Herrero y sus hijas Matilde y Arsenia, y sus hijos Fermín y Serapio. La sentencia en primera instancia se dictó el 8 de junio de 1881.
Contra la sentencia de la Sala de la Audiencia cabía, y así figura en el documento firmado por Publio Hurtado, la presentación del correspondiente recurso de casación ante el Tribunal Supremo. Incluso, parece que dicho recurso estuvo preparado por el Ayuntamiento, si bien nunca se presentó, por lo que el Alto Tribunal, aunque el procurador del municipio, el 7 de diciembre de 1882 informó a la Sala de la Audiencia de la preparación del recurso.
El Tribunal Supremo, en Auto de 26 de febrero de 1883, declaró decaído el derecho de la Corporación municipal, al no haberse formalizado la presentación del recurso.
El Ayuntamiento, no he encontrado información alguna, renunció a recurrir al Tribunal Supremo, por lo que desde que fuera dictada la primera sentencia hasta la presentación de la instancia de 29 de febrero de 1904, la plazuela en litigio parece ser que continuó sin cerramiento, sin el cerramiento que actualmente tiene.
Vale.
Con motivo de las elecciones estadounidenses a la presidencia, tres grandes cadenas de televisión desconectaron una emisión en directo en la que el todavía presidente Trump se afanaba en calificar de fraude el proceso electoral sin ninguna prueba. El paso siguiente, en esa lógica será, si finalmente es Biden el elegido, en tildarlo de presidente ilegítimo. Algo que conocemos bien en España, donde fascistas iletrados y medios de “comunicación” afines vienen haciendo con el gobierno de la Nación.
En estas estamos cuando este Gobierno de la Nación ha iniciado el proceso para definir la Estrategia de Seguridad Nacional, haciendo públicos, en el BOE del 5 de noviembre, tres acuerdos del Consejo de Seguridad Nacional. Y uno de estos acuerdos, el denominado “procedimiento de actuación contra la desinformación”, parece que ha causado una honda impresión entre los practicantes de la misma.
Hablan de censura, de control de los medios, y otras simplezas propias de quienes acuden a la simpleza de su público habitual para manipularlos. Sin embargo, no he visto en las “informaciones” sobre el asunto que ninguno de esos medios hayan aludido a que el Consejo de Seguridad Nacional requiera de ellos, y de todos los medios y de la sociedad civil la colaboración necesaria para que la desinformación no siga arrastrando y polarizando a todos.
El Procedimiento de Actuación Contra la Desinformación” señala, literalmente lo siguiente, entre los “Órganos, organismos y autoridades responsables”:
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Sector privado y sociedad civil. Los medios de comunicación, las plataformas digitales, el mundo académico, el sector tecnológico, las organizaciones no gubernamentales y la sociedad en general juegan un papel esencial en la lucha contra la desinformación, con acciones como la identificación y no contribución a su difusión, la promoción de actividades de concienciación y la formación o el desarrollo herramientas para su evitar su propagación en el entorno digital, entre otras. En este sentido, las autoridades competentes podrán solicitar la colaboración de aquellas organizaciones o personas cuya contribución se considere oportuna y relevante en el marco de la lucha contra el fenómeno de la desinformación.