Sostiene Javier Cercas en un celebrado artículo (dime quién y por qué lo celebra) que “tenemos una clase política cínica, irresponsable y envenenada por el poder, que no trabaja para unirnos sino para separarnos, que considera el engaño un instrumento legítimo, y pueril la mínima exigencia ética”.
Pues yo no celebro su artículo, al socaire de la amnistía, de la que dice, como la derecha furibunda que se opone a la misma, que lo que hace no es perdonar, sino borrar el delito.
Leyendo esa sarta de descolgamientos de los argumentos más liberales de los savateros, y leyéndola hoy, un 27 de diciembre en Cáceres, me gustaría saber si el señor Cercas considera si la amnistía es un engaño. Me refiero a la amnistía de 1978, si la considera un engaño. Porque el concepto jurídico es el mismo, pero los hechos que aquella amnistía borró, si los delitos que aquella amnistía borró lo fueron mediante un engaño.
Quiero recordar al señor Cercas que en las navidades de 1937 fueron pasados por las armas más de 300 cacereños y cacereñas, tras unos juicios sumarísimos, sin, por supuesto, garantías ningunas. Hoy la amnistía que se plantea cuenta con todas las garantías del estado derecho, ese que parece que no le gusta al protestante.
Porque sería muy ilustrativo conocer la opinión, el hartazgo del señor Cercas cuando se concedió la amnistía del 78, sería de mucho interés saber si cuando se aprobó la ley del 78 habíamos tocado fondo. Él, no creo.
Sí, a mí me gustaría conocer la opinión política, adornada de verbo florido, del señor Cercas para recordar cómo mi madre, Rosario, hablaba de su tía Dionisia, que con 23 años fue fusilada. Mi madre, cada vez que la recordaba, veía sus ojos bañados en lágrimas. El único “delito” que cometió mi tía abuela Dionisia fue venir a Cáceres desde un pueblo muy pequeño de Ávila, Junciana, para cuidar a los hijos de su hermano Casimiro y la mujer de este, Ramona.
Aquel delito fue borrado por la amnistía del 78 sin que los sobrinos y sobrinos nietos hayamos recibido ninguna mínima reparación.
Aquel delito del juicio sumarísimo que condenó a Dionisia fue premiado por el Ayuntamiento de Cáceres nombrando al carnicero que ejecutó las más abyectas tropelías hijo predilecto de la ciudad. Nombramiento que puede consultarse en las hemerotecas y que consta en los libros de actas. Aquel carnicero se llamaba Rada.
Aquel delito del juicio sumarísimo también alcanzó a mi abuela Ramona, a la cuñada de Dionisia, y los criminales que lo ejecutaron a las órdenes de Rada, y con el patrocinio de la burguesía golpista que allanó el Ayuntamiento, también fue condenada a muerte. El mismo día, a la misma hora que lo era la hermana de su marido, mi abuelo.
Tendría algo que decir el señor Cercas de la amnistía que ahora se plantea, sin un solo derramamiento de sangre, sin otro afán que el de recuperar la concordia, sabiendo que quedarán restos de maximalistas que serán fácilmente reconducidos.
El señor Cercas, al que tanto le gustan según que historias y las viste de verbos y oraciones subordinadas, probablemente nunca se haya topado con una condena a muerte como la impuesta a mi abuela Ramona.
El tribunal, remedo de tribunal, condenó a Ramona a muerte, pero suspendió su ejecución por hallarse embarazada. Esta circunstancia no fue óbice para que los asesinos sentenciadores escribieran: “Su ejecución tendrá lugar transcurridos 40 días desde el alumbramiento, continuando mientras tanto detenida en la Casa de Maternidad a la que será trasladada con las precauciones debidas. Se ordena al director del Hospital nº 1 donde está situada dicha Casa que avise tan pronto como el alumbramiento tenga lugar a los efectos de ejecución”.
Vale.