Visitando el Museo Helga de Alvear prácticamente en su inauguración, me surgió una inquietud o un interés en saber si dentro del Arte Contemporáneo la visión política de los artistas podía ir más allá de la mera interpretación de la realidad a través de sus obras, o de la denuncia social, algo evidente viendo muchas de las obras e instalaciones presentes en las salas del Museo.
Otra cuestión sería si los propios artistas que plantean obras claramente de contenido o denuncia social expresaran, sin duda alguna, que responden a un compromiso político, así lo hicieran. También, las circunstancias en que se fraguan las obras de contenido indubitablmente político, podrían entenderse más o menos comprometidas, como es la de Ai Weiwei.
A mi modo de ver, solamente una obra, la lámpara que el disidente chino Ai Weiwei, podía entrar en el criterio de arte político. Seguramente, careciendo de datos de otros de los artistas representados en la muestra, alguna obra más podría entrar en ese criterio.
Ai Weiwei es claro en su denuncia del Partido Comunista Chino en cuanto a al fuerte sistema de contención de las libertades políticas y sociales de los ciudadanos chinos, aunque hace una salvedad en cuanto a que es ese sistema político el que está impulsando a la PRC a ser una gran potencia económica, lo que no se traduce en derechos y libertades, según él, de la población, sometida a un férreo control.

La vocación del Museo Helga de Alvear y de su impulsora se manifiesta en que, durante el tiempo que duró la construcción del magnífico edificio diseñado por Tuñon y Mansilla y culminado, ya en solitario por Tuñón, es permanecer abiertos a nuevas incorporaciones de obras de artistas que puedan, sobre todo, añadir valor, añadir calidad y añadir frescura a los fondos, ya muy amplios, de que dispone el Museo.

No sé si en este afán de Helga de Alvear de añadir obras de interés, o, incluso, de impacto, se encuentra la adquisición de “Síndrome de Guernica”, de Francisco Sánchez Castillo, que había recalado en Cáceres formando parte de “Cáceres Abierto”, habiéndose expuesto en la Plaza de San Mateo, con un fondo en el balcón de la fachada principal del Palacio de Los Golfines de Arriba, donde residió algún tiempo durante la Guerra Civil el dictador Franco.
La incorporación de esta obra al Museo ha sido inmediata para exponerla al público, en dos elementos distintos: uno, colocando sobre uno de los arandeles del jardín los hierros formando pacas, y la otra, exhibiendo en el Auditorio algunas piezas y el vídeo del proceso de desguace y transformación del yate de Franco, porque de eso trata la la instalación, del desguace del Azor, uno de los símbolos del poder que ejerció con mano de hierro el dictador.

La obra de Ai Wewei es de 2007, y la de Sánchez Castillo de 2002. Las dos tienen, por propia definición de sus autores, una significación política, siendo la primera una obra bien acogida por las mentes bien pensantes de Occidente por cuanto supone una desacreditación del régimen comunista chino. La segunda, en el tiempo transcurrido desde 2012 adquiere nueve años después cada vez más actualidad y más valor, porque los deseos de una normalización real y efectiva de la Memoria Democrática requiere una redefinición de los símbolos que perviven, y son muchos, de una Guerra Civil y de una Dictadura, que nunca han sido sometidos a la más adecuada asimilación a los valores que deben conformar una democracia real, como las occidentales que tanto aplauden cuando se trata de la obra del disidente chino.
Las tensiones que genera apelar a esa normalización y asimilación entre los materiales e ideológicos del fascismo impuesto por el dictador Franco frenan esa normalización tan necesaria.
Vale.