Archivos para Museo Helga de Alvear

Aunque en estas fechas de cambio de año la letra griega dominante es la ómicron, como hace unos meses era la delta, por ser variantes del virus que causa la COVID-19, los cacereños hemos conocido y reconocido en nuestra historia más antigua y más moderna, las letras de origen (la alfa) y del final (la omega).

En 2021, el Museo Helga de Alvear ha echado a andar para mayor gozo y disfrute, con unos datos de visitantes al cabo del año, desde marzo, de 100.000 visitantes, lo que supone una gran “marca” para un museo de provincias que ha nacido con vocación universal.

El Helga de Alvear, que alberga la colección de la propia Helga de Alvear, es una muestra del arte contemporáneo más avanzado, que pone a nuestra ciudad en la vanguardia, en el camino del futuro con los mejores cimientos sobre los que asentar un desarrollo cultural, artístico y turístico como nunca hemos tenido.

El Museo es ya un referente a nivel nacional, un espacio que aparecerá en todas las referencias de recomendación para viajeros, para especialista en arte contemporáneo y, en definitiva, para todos aquellos que hacen de sus sensibilidades un elemento diferenciador.

Pero es que en este 2021 recién acabado, hemos conocido en los últimos días un artículo científico, publicado en una prestigiosa revista internacional de arqueología, ‘Journal of Archaological Science: Reports’ un artículo firmado por Francisco Javier García Vadillo, Eduald Carbonell, Antoni Canals y Xosé Pedro Rodríguez Álvarez, con el aval de la Fundación Atapuerca, en el que se hace un repaso sobre los hallazgos arqueológicos obtenidos por las excavaciones que desde 2001 se vienen desarrollando en la Cueva de Santa Ana.

La excavación de Santa Ana ha arrojado unos resultados espectaculares, con datos tan llamativos como que pueden datarse hasta hace 1,75 millones de años, en pleno período achelense y que no habían aparecido fuera del Norte de África.

Mientras que para los actuales ciudadanos cacereños el Museo es la letra alfa en cuanto a nuestras relaciones de conocimiento de igual a igual (hemos visto construir y crecer el edificio y luego hemos visto sus primeras colecciones), la omega es el progresivo avance de las excavaciones en Santa Ana hacia un pasado más antiguo y más cierto.

El artículo publicado se remitió por sus autores en Marzo de 2021 y ha debido pasar los controles de calidad de la revista, para garantizar, precisamente, la calidad científica del texto.

Que durante el 2021 Cáceres se haya colocado a la vanguardia del arte contemporáneo y, al mismo tiempo, se hayan corroborado los datos y valores de la antigüedad de nuestro suelo, tiene una suerte de principio y fin, de alfa y omega, que pide de nosotros que hagamos todos los esfuerzos para hacer coincidir en nuestras referencias culturales aquello que nos legaron los primeros pobladores de esta tierra y el legado de Helga de Alvear, y comprometernos a conservarlos y a hacerlos crecer, porque en muy pocas ciudades, y menos en las del tamaño de la nuestra, coinciden elementos del pasado y del futuro.

El pasado nos lo dejaron aquellos primeros pobladores y el futuro dependerá, solamente, de nuestra actitud y en el desarrollo de nuestras aptitudes.

Vale.

En fechas reciente se han rodado en Cáceres escenas de la precuela de la serie de HBO “Juego de tronos” (Game of thrones), y formando parte de dichas escenas se colocó en la Plaza de San Jorge una réplica de la fuente de los leones de La Alhambra. Al hilo de que por el alcalde de Cáceres, Luis Salaya, se verbalizara que sería un recuerdo del rodaje que dicha réplica permaneciera en la ciudad.

Cáceres. Plaza de San Jorge. Rodaje precuela Juego de Tronos. 2021. imagen: @carmensintesis

Como es normal, y más en una ciudad pequeña, se produjeron dos tipos de reacciones. Una, señalando que esa idea del alcalde era una chorrada, y dos, que se preguntara de qué material estaba hecha la réplica. Unos, decían que podría ser de alabastro, incluso de mármol, igual que la original, dada la calidad de la copia.

En realidad, no se trata más que un trabajo de decorados realizado con maestría por la empresa que trabaja para la productora. Incluso, un periódico preguntó a la empresa por el material empleado, obteniendo como una respuesta que era de material de dureza. Sin más.

No obstante, con posterioridad a la edición y publicación de la presente entrada, he recibido confirmación por parte de persona con autoridad bastante para poder afirmar que la réplica de la fuente está realizada en mármol, por lo que mis comentarios desechando dicho material quedan fuera de lugar, no así las referencias generales a cómo se realizan y construyen decorados. Quede constancia.

Teniendo alguna idea de cómo se construyen actualmente los decorados cinematográficos, que han dejado atrás los que aparecían en los peplums de los años 60, o en muchas recreaciones históricas que simplemente eran cartón piedra, me pareció más acertado creer que la réplica de la fuente de los leones estaba hecha modelando sobre alambres que reconstruyen cada parte de la fuente materiales del tipo de los diversos tipos de espumas proyectadas que se usan en la construcción, y, más concretamente, resinas endurecidas, que pueden modelarse y barnizarse imitando cualquier material, y por supuesto el mármol de Macael, que se extrae en la citada localidad, provincia de Almería y que parece ser el usado en la Alhambra.

Al visitar el Museo Helga de Alvear, se entra en un museo rico en múltiples y variados materiales, en las distintas obras, materiales con los que trabajan artistas tan reconocidos como los que están presentes en sus salas.

Un ejemplo muy interesante es la instalación de Katharina Grosse titulada “Falsas rocas (Faux Rocks, realizada en 2006), realizada en madera, styrofoam y terminadas en acrílico sobre poliuretano.

De los tres materiales (más la pintura acrílica), la madera forma parte de muchas obras a lo largo de los siglos, y por tanto, podría ser el elemento que pudiera conectar el mundo más actual con el mundo más antiguo.

Faux Rocks. Katharina Gross. 2006. Museo Helga de Alvear. Cáceres.

El styrofoam es la marca comercial más conocida del poliestireno extruido que en forma de placas de diverso grosor se utiliza en la construcción como aislante en paredes techos e incluso en cimentación. Es actualmente un material de uso “corriente” en construcción y, por tanto, por su grado de conocimiento del material, un elemento vulgar en el sentido de extendido en sus diversas aplicaciones.

El tercer componente de las falsas rocas de Katharina Grosse es poliuretano, sin que se marque, en la información de la cartela, si se trata de un poliuretano termoestable o termoplástico. Por las formas de las rocas debe tratarse de termoplásticos, que se utilizan en muchísimos campos de la industria en general.

Faux Rocks. Katharina Grosse. 2006. Museo Helga de Alvear. Cáceres.

Seguramente, habremos visto cuando se derriba un edificio, la pared medianera que queda al aire suele tomar un color amarillento. Ese color es la espuma de poliuretano que cubre la medianera para evitar humedades hasta que se construye el edificio de reemplazo. Las espumas de poliuretano tienen usos muy diversos, y no solo como aislante en la construcción, sino también en suelas de calzado, pinturas fibras, preservativos, en la industria del automóvil y muchísimas más.

Las falsas rocas de Grosse están realizadas en materiales muy presentes en nuestras vidas, tanto en elementos que habitualmente no vemos, pero que cuando se reparan o se destruyen, están en esas cosas que nunca vimos. Se trata, en la práctica de una creación de laboratorio a partir de polímeros, de unas estructuras de creación humana, utilizadas, en este caso, para construir rocas falsas, que señalan que la artista de esta instalación, imita a la naturaleza, o, más evidente aún, que la artista recrea la naturaleza.

Vale.

Cuando un profano en materia de arte, y más concretamente, en el contemporáneo, y atraviesa la puerta de entrada del Museo Helga de Alvear, lo ha de hacer con la mente abierta los ojos dispuestos y los oídos atentos.

Mi primer acercamiento a la obra expuesta fue trazar un paralelismo entre la lámpara de Ai Weiwei y la chatarra del yate del dictador Franco, un paralelismo sencillo: las dos obras son claramente políticas.

Elegir una obra, verla desde la posición ingenua de quien tiene el atrevimiento, la osadía, de querer entenderla, traducirla… O lo que sea.

Para ello, he elegido una de las instalaciones más llamativas, “Power tools” (“Herramientas de poder”), de Thomas Hirschhorn, un artista alemán nacido en 1957. Una instalación muy interesante, y cuyo despliegue de elementos es un catálogo muy variado de herramientas, en el sentido estricto de la palabra, unas auténticas, otras creadas por el propio artista, y de mensajes, y cuyo conjunto transmite a la vez un único mensaje y una multiplicidad de ellos.

La representación de elementos simbólicos en el arte es algo consustancial al propio arte, porque en definitiva la pintura, la escultura, y todas las artes han tenido la finalidad de simbolizar las directrices, en cada época del poder dominante, de ahí que muchas obras que han trascendido han sido por romper con la previa “tradición”.

En el caso de Thomas Hirschhorn, acumula en esta obra las herramientas del trabajo, muchas herramientas que abarcan en gran medida los trabajos manuales más variados, los oficios de los trabajadores manuales: carpinteros, herreros, labriegos, leñadores. En la práctica, la inmensa mayor parte de los trabajos del ser humano, Podría, bajo el mismo título, bajo el mismo concepto, haber presentado las herramientas de uno solo y significar lo mismo. Como hizo Chaplin con el engranaje de la cadena de montaje en “Tiempos modernos”.

Pero la idea del artista no es tanto la simple definición del hombre, del trabajador, sometido por el poder a un oficio sin que pueda escapar de él. Porque no se trata del poder material, que también, del poder físico ejercido sobre el individuo, sino de mostrar que las relaciones de poder someten a los individuos, a la gran mayoría, a no poder escapar de la bota de los poderosos, como en la la tan conocida escena de “Acorazado Potemkin”.

La gran instalación que se puede ver en el Museo Helga de Alvear, no es solamente la presentación de un inmenso catálogo de herramientas, si no, también la gradación de algunas de ellas, como los hachas que van de pequeño tamaño a otros enormes que simbolizan, a mi modo de ver, la amenaza constante del poder sobre los individuos. Si acaso, los hombres y mujeres sometidos al poder pueden señalar qué instrumentos sería utilizables para romper ese poder, y esos instrumentos se presentan con palabras, con frases, con “people”, con “love”… Dice el propio autor: “Para mí, el arte es una herramienta valiosa, ya que el Arte es aquello que tiene la capacidad de establecer un diálogo o una confrontación más allá de todo peligro, todo temor y todas las normas de seguridad”.

Frases de lucha que pretenden ir más allá de las herramientas (“HAY PROBLEMAS -PERO NO HAY SOLUCIONES”, “everithing connects”, “tough job”…) o herramientas convertidas en armas, como la sierra de carpintero, que sobrevuelan las cabezas de los individuos.

En este inmenso catálogo de todas las herramientas con las que el poder somete a hombres y mujeres, puede verse algún maniquí, que solamente representa a la categoría de un tipo de individuo concreto, cabría preguntarse cómo ese diálogo al que se refiere el autor de la instalación puede confrontar con las herramientas, que son propiedad del poder, con las herramientas con las que el poder somete a los individuos.

Esos individuos, nosotros, al fin y al cabo, sí estamos muy presentes en la instalación, en un número muy elevado. Yo diría que, como en la realidad, hay más hombres y mujeres que herramientas, que no hay una sola herramienta y un solo individuo. Claro, que los individuos estamos muy presentes en la obra de Hirschhorn. Miles de trabajadores inmovilizados, clavados, sujetos fuertemente al suelo para evitar su avance, miles.

Las planchas de madera en las que aparecen clavadas miles de puntas, miles de individuos, posicionados en puntos que convienen al poder, en fábricas, en tajos… fuertemente sujetos al terreno, a la cadena de montaje, a la construcción de muros, a la fabricación de objetos que satisfagan los deseos del poder, aparecen en puntos diversos, en todos los puntos que representan el poder y sus herramientas.

Vale.

En la maña de hoy, 14/07/2021, he vuelto a visitar el Museo Helga de Alvear, para completar mi visión y conocimiento de la obra de Francisco Sánchez Castillo “Síndrome de Guernica”. A los bloques de chatarra prensada de lo que fue el yate de recreo del dictador Franco, he conocido algunos otros restos del barco y, sobre todo, un vídeo de 32 minutos de duración que, fundamentalmente, recoge el proceso de desguazado del símbolo de Franco, del símbolo que suponía dedicarse a una vida plácida mientras sus Ejércitos, sus policías, sus guardias civiles, sus jueces y fiscales, hacían la vida imposible a los españoles que aspiraban a zafarse de su bota y pretendían ser ciudadanos en vez de súbditos.

La obra de Sánchez Castillo se expuso por primera vez en la antigua sala frigorífica del Matadero de Madrid, en 2012. La presentación y exposición de los restos del Azor convertidos en una instalación artística enlazada con el significado del Guernica, de Picasso, apareció en aquellos días en innumerables noticias de prensa. En 2012.

Hoy, viendo los restos que completan la instalación, y el vídeo de su desguace y compactación de piezas de restos de amasijos, pensaba que quizás hoy, 9 años después de su primera exposición en el Matadero de Madrid, y 9 años más lejos, formalmente, de la Dictadura franquista, sería una anécdota con elementos de historia. Pero

Sin embargo, al mismo tiempo que reflexionaba sobre la distancia temporal de la Dictadura, recordaba las noticias del día, de estos días, y me alegraba de que la Fundación Helga de Alvear haya adquirido la instalación, de la valentía de la propia Helga para ello, y de que Cáceres guarde entre palacios y casas fuertes esta obra, que simboliza todo lo contrario de lo que hoy vemos una y otra vez en los medios de comunicación: fascistas que campan a sus anchas por calles, plazas, platós… O que permanecen, en fraude de ley, en cargos que en su día fueron judiciales y que han convertido en políticos. O las dificultades (judiciales) para exhumar los restos de Franco y llevarlos a un cementerio “más” ordinario, o las propias dificultades que se encuentran en la ciudad de Cáceres para retirar el ominoso símbolo de la “Cruz de los Caídos”, o la leyenda en piedra en la concatedral con el nombre del ideólogo del fascismo en nuestro país, o la placa con la que unos “nobles” cacereños hacen blasón e hidalguía de haber dado cobijo al dictador, o que un campo de prisioneros rojos se haya convertido en un hotel de lujo (¿se imaginan igual conversión en Auschwitz).

Cáceres acoge, para siempre, uno de los símbolos más ominosos de la Dictadura, en la más moderna y premiada construcción, uno de los símbolos que comparte espacio con otras obras, como la lámpara de Ai Waiwei, que el artista chino dedica a lo que él considera el final del partido comunista chino.

Ahora, con esta obra, con el impulso de lo que es y lo que representa, de la fuerza que las pacas de chatarra transmiten, con el vídeo, sin voz en off, o, mejor dicho, con la única voz en off de las máquinas que desguazaron el yate de Franco, será más fácil eliminar o trasladar la cruz de los caídos, quizás la más grande de las que aún existen, de las que aún recuerdan al dictador.

Visitar el Museo Helga de Alvear es dar un auténtico paseo por lo más rabiosamente moderno del Arte, por lo más rabiosamente atrevido, relajante, reflexivo, del Arte.

Y gracias al Museo, ver que, al cabo de los años, algunos podemos recordar a nuestros abuelos, que no pudieron ver destruido el franquismo, y ahora, su destrucción, que se hace más necesaria sociológicamente, al menos nos reconforta cuando la vemos convertida en chatarra y sobre esa chatarra emergen las ansias de libertad de tantos españoles.

Vale.

Hoy, además, ha muerto Michael Boltanski, artista francés, multidisciplinar, y que dedicó gran parte de su obra a resignificar la memoria.

Síndrome es, vulgarizando su significado, el conjunto de síntomas que determinan una enfermedad. Por supuesto, ni es así de sencillo ni pretendo que lo sea, pero creo que se entiende.

Guernica es la ciudad vasca en la que los nazis, aliados del golpismo franquista, experimentó lo que luego llevaría a la práctica durante la II Guerra Mundial: bombardeos masivos de objetivos civiles.

Instalación «Síndrome de Guernica» Plaza de San Mateo (Cácres). Al fondo, Palacio de los Golfines con la foto de Franco saludando

Aquel bombardeo, a mayor gloria de Franco y sus generales y burguesía asociada, dejó tras sí la esperable cantidad de muertos que pretendía, con la finalidad de militar de asestar un duro golpe a los leales a la República. Sin embargo, produjo un efecto secundario de incalculable valor, que aun hoy perdura y perdurará en la mente de quienes conocieron o se acercan a conocer la realidad de los bombardeos de la ciudad de Guernica, y cuya puerta de acceso es la obra de Picasso. El franquismo, ni en sus cuarenta años de dictadura y autarquía, ni en los años transcurridos desde la muerte del dictador, ha conseguido superar los síntomas que la visión de esa obra de arte les produce, hasta convertirse, para ellos, en un síndrome.

Picasso, en su monumental obra, sintetizó a través del cubismo la misma percepción que tuvo Goya cuando realizó los grabados de “Los desastres de la guerra”, sobre la Guerra de la Independencia. La dureza de las imágenes captadas y vividas por Goya, aumenta con la versión de esos desastres bajo el prisma del cubismo, cuyos trazos rectos, violentamente cortados en curvas que construyen ojos, en madres que sostienen hijos, dan la verdadera dimensión del crimen fascista sobre Guernica.

Instalación de «Síndrome de Guernica», de Sánchez Castillo. Museo Helga de Alvear. Cáceres.

En estos días de junio de 2021, uno de los símbolos del franquismo, ha recalado en Cáceres en lo que es su singladura final y definitiva. El artista Fernando Sánchez Castillo trajo a la ciudad unos bloques de chatarra, primero expuestos en la plaza de San Mateo, con el horizonte próximo del balcón del palacio de los Golfines de Arriba, donde sus propietarios, fascistas como Franco, le alojaron y a cuyo balcón se asomó a saludar para construir la más infame e icónica fotografía del dictador. Aún hoy, ningún artista “transgresor” se ha atrevido en la ciudad a interpretar dicha foto.

Sánchez Castillo adquirió el yate Azor, tantas veces mostrado en el NO-DO, y lo convirtió en chatarra, para realizar una instalación en la que aquellos desastre provocados por Franco y su dictadura, queden sepultados en amasijos de chatarra que, finalmente, Helga de Alvear y su Museo de Arte Contemporáneo, han adquirido para que repose para siempre en esta ciudad.

Sánchez Castillo bautizó su instalación como “Síndrome de Guernica”, para enlazarla con el cuadro de Picasso y su simbolismo. No sé si el autor de la instalación, del desmembramiento del Azor tenía algún conocimiento sobre los desastres de la guerra civil en Cáceres, si bien, en la entrevista que le hicieron para el programa de RTVE “Metrópolis” aludía a la foto de Franco en el balcón de los Golfines. Pudiera ser que no la conociera y que le fuera dada a conocer cuando su obra ya estaba en la plaza de San Mateo.

Instalación «Síndrome de Guernica», de Sánchez Castillo. Museo Helga de Alvear. Cáceres

Que en Cáceres se “guarden” los últimos restos del yate del poder viene a ser una metáfora, un síndrome, de lo que la guerra supuso para la ciudad y sus gentes. El episodio más dramático del paso del franquismo militar por Cáceres fueron los fusilamientos de la Navidad del 1937, en los que muchos cacereños fueron detenidos y sometidos, en 24 horas escasas a consejos de guerra en los que las condenas a muerte se llevaron por delante a mujeres y hombres, jóvenes y viejos y cuya historia ha contado con precisión Julián Chaves, y otros que han contado esas muertes en navidad.

Que la chatarra del yate del poder franquista se muestre en el museo de arte contemporáneo Helga de Alvear es una reparación, no buscada, de los desmanes de sujetos que se dedicaban a señalar a los rojos y no tan rojos, para que fueran fusilados. Los Luna, Teresa y compañía ahora serán más recordados por los crímenes que ayudaron a llevar a cabo.

Fragmento de la sentencia condenando a muerte a Ramona, abuela del autor de este post. Finalmente, se consiguió conmutar la pena

En aquellos consejos de guerra se dio la verdadera definición de lo que fue, durante cuarenta años, el franquismo, y aún lo sigue siendo.

Vale

Comparaciones

La inauguración el 25 de febrero del nuevo Museo Helga de Alvear ha supuesto la aparición en “nuestros medios de comunicación” de opiniones diversas, pero una línea comparativa: que si el Guggenheim de Cáceres, el Thyssen de Cáceres… Esta filiación cateta y de complejo de inferioridad no se compadece con la calidad ni del edificio museístico, obra de Tuñón, ni con los contenidos expuestos en esta primera muestra ni con el volumen de los fondos con que cuenta la Fundación Helga de Alvear.

Edificio, desde el jardín. Foto: Museo Helga de Alvear.

En el año 1973, la Revolución de los Claveles supuso para Portugal su entrada en el selecto club de las democracias occidentales, mientras nuestras libertades se consumían bajo la hégira de La Culona. En aquellas fechas de 1973, Luis Eduardo Aute trabajó en una zarzuela que comenzaba:

Don Juan: Adiós, Inés de Ulloa,
Me voy para Lisboa,
Me apunto de soldao
En la revoluçao.

Inés: T’as pasao, t’as pasao,
Qué mosquito t’a picao.

Al mismo tiempo, un escritor catalán, un tal Manuel Vázquez Montalbán, lanzaba un nuevo dicho: “Todas las comparaciones son portuguesas”. Unas comparaciones que no eran tales: eran el deseo de poder alcanzar las libertades que el franquismo tenía secuestradas.

Sin embargo, las comparaciones que se transmiten (desde “nuestros” medios de comunicación) no son, ni pueden ser deseos. Por una razón elemental: porque el Museo Helga de Alvear es, arquitectónicamente, un espacio único, artística y culturalmente, también.

Es de puros catetos plantear esas comparaciones, como si los cacereños, cuando salen fuera “en masa”, se apalancan en Bilbao, en Madrid… para ver colecciones pictóricas.

Detalle de la Exposición. Foto: Museo Helga de Alear

En Cáceres, en nuestro entorno, ya contamos con dos espacios únicos, SINGULARES, que deberían ser orgullo de nuestra tierra. El Museo Vostell y su entorno de Los Barruecos, y el Museo Helga de Alvear y toda la ciudad Patrimonio de la Humanidad.

Que haya periodistas que escriban como “viajados” y “culturetas” y que se limiten a hacer comparaciones cuando solamente habrán visto la nueva exposición en una visita publicitaria, cuando solamente son unas 150 obras las expuestas, de las 3.000 con las que la galerista Helga de Alvear ha coleccionado a lo largo de toda una vida, desde cuando comenzó a trabajar con Juana Mordó y compraba obras a plazos, hasta este 2021.

El Museo Helga de Alvear debe ser para los cacereños, para todos los cacereños y extremeños, el espacio único en el que se podrán contemplar obras de arte rabiosamente actuales y que, sin duda, seguirán siéndolo dentro de cincuenta o cien años, y que solamente podrán admirarse en nuestra ciudad.

Fachada posterior del Musea, a calle Camino Llano. Foto: @pacohurtadosan-Cerca de las Retamas.

La actual exposición seguramente sabrá a poco a quienes tienen suficiente formación en la materia (que en Cáceres los y las hay) y que destacan la singularidad ya consolidada del Vostell y la necesaria futura en la que se circunscribirá el Museo Helga de Alvear.

Si nosotros no somos capaces de reconocer el auténtico valor del Museo Helga de Alvear (cuando el Vostell echó a andar, también hubo quienes no entendían que era aquello que el raro alemán puso a disposición del pueblo de su mujer), que sea la foto moderna, actual de nuestra ciudad, que pueda enlazarse visualmente con el time line de torres y palacios de la ciudad monumental, estaremos, por siempre, condenados a compararnos con quienes se nos aparecen como superiores.

Vale.

El 25 de diciembre de 1906 se produjo en Cáceres un accidente laboral en el que perdieron la vida tres trabajadores de la construcción, al producirse un desprendimiento de tierras en la calle de la Solana, actual calle de Pizarro. Por la fecha en que se produjo el siniestro, tuvo una gran repercusión, como ya se ha contado en este sitio.

El 12 de febrero pasado, transcribí la crónica que el periódico El Norte de Extremadura¸ publicó el día 29 del mismo mes, dando cuenta de la enorme sensación que produjo el siniestro en toda la ciudad, haciendo lista de todas las autoridades que, desde el primero momento de conocer la noticia se acercaron hasta el lugar del suceso.

Titular de portada. EL NORTE DE EXTREMADURA. 29 Diciembre 1906

La llamada Casa Grande de Cáceres se construyó entre los años 1905 a 1910, por la iniciativa de un propietario, Gutiérrez Cedrún y realizada con el proyecto y dirección del arquitecto Francisco de la Pezuela y Ramírez.

Sin duda, la muerte de los tres albañiles José Ébole, Santiago Sánchez y Manuel García, fue causa de algún retraso en las obras, además de las tareas de recuperación de tierras desprendidas.

En los periódicos de Cáceres, la Casa Grande ha sido objeto de diversos reportajes y de informaciones que más que en el estudio del proyecto y su conformación, han ido encaminados a ensalzar la figura de su promotor inicial, Gutiérrez Cedrún, y de su familia. Hasta el punto de que el nombre que se le dio comúnmente (la Casa del Millón, por lo que parece que costó) no es sino una anécdota que simplemente ha servido para llenar alguna página.

Antes de su adquisición por la Fundación Helga de Alvear, fue comprada por la Universidad de Extremadura, alojando en sus espacios la Secretaría General, la Gerencia y los despachos del Rectorado en Cáceres, además de la Escuela Universitaria de Ingenieros de Obras Públicas.

Fachada a Camino Llano. Museo Helga de Alvear.

Del proyecto del edificio, de la firma del Arquitecto, solamente una piedra de granito en la parte izquierda de la fachada recuerda su nombre y que ganó un premio por el proyecto.

En ningún periódico aparecen más referencias al arquitecto, algo muy habitual en la ciudad de Cáceres, y por supuesto, ninguna referencia (al menos no las he encontrado) al terrible accidente que costó la vida a los tres albañiles citados. Es evidente que las vidas de tres albañiles, sepultadas bajo las tierras de la casa del millón fue noticia entonces, pero ya de aquello, ni recuerdo ni memoria.

Poco se sabe del arquitecto Pezuela y Ramírez, aunque sí que se tituló en 1903, siendo, por tanto, la Casa Grande de Cáceres uno de sus primeros proyectos, y que también intervino en la construcción de la plaza de Toros de Alcañiz. También que en 1933 formaba parte del cuerpo de arquitectos de la Hacienda pública, y en 1914, miembro del patronato del Museo Español de Arte Moderno.

En el año 1909, por el dueño de la finca y el arquitecto (Gutiérrez Cedrún y Pezuela Ramírez) se solicita del Ayuntamiento licencia para construir un muro entre las calles Solana y Casas de Carrasco, que sin duda es el actual muro del Museo Helga de Alvear.

Vale