Cuando un profano en materia de arte, y más concretamente, en el contemporáneo, y atraviesa la puerta de entrada del Museo Helga de Alvear, lo ha de hacer con la mente abierta los ojos dispuestos y los oídos atentos.
Mi primer acercamiento a la obra expuesta fue trazar un paralelismo entre la lámpara de Ai Weiwei y la chatarra del yate del dictador Franco, un paralelismo sencillo: las dos obras son claramente políticas.
Elegir una obra, verla desde la posición ingenua de quien tiene el atrevimiento, la osadía, de querer entenderla, traducirla… O lo que sea.
Para ello, he elegido una de las instalaciones más llamativas, “Power tools” (“Herramientas de poder”), de Thomas Hirschhorn, un artista alemán nacido en 1957. Una instalación muy interesante, y cuyo despliegue de elementos es un catálogo muy variado de herramientas, en el sentido estricto de la palabra, unas auténticas, otras creadas por el propio artista, y de mensajes, y cuyo conjunto transmite a la vez un único mensaje y una multiplicidad de ellos.
La representación de elementos simbólicos en el arte es algo consustancial al propio arte, porque en definitiva la pintura, la escultura, y todas las artes han tenido la finalidad de simbolizar las directrices, en cada época del poder dominante, de ahí que muchas obras que han trascendido han sido por romper con la previa “tradición”.
En el caso de Thomas Hirschhorn, acumula en esta obra las herramientas del trabajo, muchas herramientas que abarcan en gran medida los trabajos manuales más variados, los oficios de los trabajadores manuales: carpinteros, herreros, labriegos, leñadores. En la práctica, la inmensa mayor parte de los trabajos del ser humano, Podría, bajo el mismo título, bajo el mismo concepto, haber presentado las herramientas de uno solo y significar lo mismo. Como hizo Chaplin con el engranaje de la cadena de montaje en “Tiempos modernos”.
Pero la idea del artista no es tanto la simple definición del hombre, del trabajador, sometido por el poder a un oficio sin que pueda escapar de él. Porque no se trata del poder material, que también, del poder físico ejercido sobre el individuo, sino de mostrar que las relaciones de poder someten a los individuos, a la gran mayoría, a no poder escapar de la bota de los poderosos, como en la la tan conocida escena de “Acorazado Potemkin”.
La gran instalación que se puede ver en el Museo Helga de Alvear, no es solamente la presentación de un inmenso catálogo de herramientas, si no, también la gradación de algunas de ellas, como los hachas que van de pequeño tamaño a otros enormes que simbolizan, a mi modo de ver, la amenaza constante del poder sobre los individuos. Si acaso, los hombres y mujeres sometidos al poder pueden señalar qué instrumentos sería utilizables para romper ese poder, y esos instrumentos se presentan con palabras, con frases, con “people”, con “love”… Dice el propio autor: “Para mí, el arte es una herramienta valiosa, ya que el Arte es aquello que tiene la capacidad de establecer un diálogo o una confrontación más allá de todo peligro, todo temor y todas las normas de seguridad”.
Frases de lucha que pretenden ir más allá de las herramientas (“HAY PROBLEMAS -PERO NO HAY SOLUCIONES”, “everithing connects”, “tough job”…) o herramientas convertidas en armas, como la sierra de carpintero, que sobrevuelan las cabezas de los individuos.
En este inmenso catálogo de todas las herramientas con las que el poder somete a hombres y mujeres, puede verse algún maniquí, que solamente representa a la categoría de un tipo de individuo concreto, cabría preguntarse cómo ese diálogo al que se refiere el autor de la instalación puede confrontar con las herramientas, que son propiedad del poder, con las herramientas con las que el poder somete a los individuos.

Esos individuos, nosotros, al fin y al cabo, sí estamos muy presentes en la instalación, en un número muy elevado. Yo diría que, como en la realidad, hay más hombres y mujeres que herramientas, que no hay una sola herramienta y un solo individuo. Claro, que los individuos estamos muy presentes en la obra de Hirschhorn. Miles de trabajadores inmovilizados, clavados, sujetos fuertemente al suelo para evitar su avance, miles.
Las planchas de madera en las que aparecen clavadas miles de puntas, miles de individuos, posicionados en puntos que convienen al poder, en fábricas, en tajos… fuertemente sujetos al terreno, a la cadena de montaje, a la construcción de muros, a la fabricación de objetos que satisfagan los deseos del poder, aparecen en puntos diversos, en todos los puntos que representan el poder y sus herramientas.
Vale.