Archivos para Felipe VI

El consenso constitucional del 78 ha ido resquebrajándose con el paso de los años, como no puede ser de otra manera cuando se trata de una fórmula de relaciones sociales y políticas sobre la que el tiempo puede, y de hecho así ha sido, hacer que haya envejecido mal. Como el color de algunas películas, o su trama o sus efectos especiales.

El punto de no retorno de esa fractura del consenso constitucional fue la abdicación de Juan Carlos I y su progresiva aparición en investigaciones judiciales tanto en España (menos) como en otros países. El papel de Corinna, su amante más duradera, es el envoltorio de esa ruptura.

Lo que no ha sucedido, más bien al contrario, es que no ha sido posible sustituir la fórmula del consenso del 78 por otra que, adaptada a los tiempos, pueda hacer posible un tiempo amplio de concordia (con todos los defectos que cualquiera pudiera tener). Y no lo ha sido fundamentalmente por dos, a mi juicio, acciones decididas de la derecha, que ha visto en esa fractura su oportunidad de llegar al poder y mantenerse aniquilando cualquier atisbo de alternancia. Una de esas acciones fue la de tratar, por todos los medios, de aniquilar al PSOE con motivo de la investidura de Mariano Rajoy en 2016, forzando un sí que suponía (y que la derecha anhelaba) una fractura que creían irreversible en el partido moderado de la izquierda.

La otra acción de la derecha ha sido y sigue siendo, en plena efervescencia, la de utilizar a su antojo el Poder Judicial, por cuya estructura y funcionamiento no ha pasado ningún “espíritu de concordia” que se planteaba en el 78. El Poder Judicial, sostenido por el poder económico a través de los medios de comunicación (véase la estructura societaria de los grupos que detentan el poder de la comunicación), sigue siendo ajeno a la constitución del 78, y, si aplican las leyes surgidas del mismo es por utilizarlas para sus fines.

Estas dos acciones de la derecha han llevado, en 2020, en plena pandemia por el devastador coronavirus, a hacer que ese poder económico y judicial, sintetizado por jueces y grupos mediáticos, a poner en el punto de salivar con la posibilidad de recuperar lo que ellos creen el poder que les pertenece por ley natural.

Y en estos momentos, mientras el poder judicial detenta (que no ostenta) unas funciones para las que no están elegidos por haber caducado nombramientos, y la extrema derecha plantea una moción de censura dirigida a hacerse con todo el pastel electoral de la derecha, ante un Partido Popular dirigido por un inane mental, un verdadero milagro de equilibrio, Pablo Casado, tenemos un panorama en el que los símbolos constitucionales han sido capturados y sometidos a los designios del fascismo.

Entre esos símbolos, la figura (el figurín, más bien) del jefe del estado no es sino un muñeco manoseado ad nauseam por la extrema derecha, por el fascismo que no pierde hora ni ocasión que si es rey es porque Franco puso ahí a su padre, el huido.

La derecha política (léase, el fascismo) que grita vivas a Hitler y a Franco han decidido, con la connivencia del rey, hacerse con su símbolo, manoseándolo como un objeto de deseo nada oscuro. Mientras la extrema derecha dice (Ayuso, por ejemplo) que El Manoseado bloquea la acción del gobierno legítimo, y una piara de cerdos, menesterosos y piratas grita “viva el rey”, él calla, otorga y se cree a salvo de que, una vez consumados los deseos de poder de quienes ahora le manosean como barro sucio, lo arrojen al mismo destino que a su padre.

Mientras recordamos que Valle Inclán dijo que a Alfonso XIII el pueblo español no lo echó por rey, sino por ladrón, y que Juan Carlos I se haya huido en un exilio dorado, El Manoseado ya se ha quedado como símbolo de su origen, de su cuna en los brazos de Paca la Culona.

Vale.

La fuga del Emérito Juan Carlos, con la primera intención de, al menos, dificultar las investigaciones judiciales sobre su actividad privada durante los 40 años de su reinado, crea, sin duda alguna, una crisis institucional que afecta a uno de los pilares jurídicos fundamentales de la constitución del 78: la forma de estado.

Esta crisis no la ha creado una creciente corriente de ir a un referéndum vinculante sobre la forma de estado (monarquía parlamentaria o república), sino que ha sido creada por el torcido proceder de quien ha ejercido esa magistratura. La abdicación de Juan Carlos en su hijo Felipe fue una transmisión de la jefatura del estado, pero el vicio del ejercicio del padre ha sido, livianamente, sólo livianamente, cuestionado por un acta notarial levantada por el hijo renunciando a una parte de los bienes materiales del padre.

Sin embargo, la institución monárquica, hereditaria, conlleva dos elementos (entre las variadas acepciones que de la palabra honor fija el diccionario de la RAE).

En primer lugar, la Academia define el honor como la cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo.

El comportamiento privado de Juan Carlos (casos Corinna, Gayá y otros) carece de valor en ese ámbito privado, por cuanto el honor ha sido vulnerado incluso en ese ámbito privado, por no guardar y cumplir los deberes del cargo que ostentaba. La inviolabilidad del rey, proclamada en la constitución, respecto de sus actos, cualesquiera que fueran, afecta también a la vida privada. Cuando esa vida privada no puede mostrarse como ejemplar, el honor de la monarquía desaparece.

La abdicación en su hijo Felipe fue un puro formalismo para tener a cubierto su inviolabilidad e inimputabilidad por sus actos. Podría haber sido un acto de honor si no fuera porque los hechos que ahora se conocen (más allá de los reproches penales, civiles o tributarios que han de dirimir los tribunales) ya se había cometido. Y lo que es más grave, no parece que estos hechos, en todo o en parte, fueran desconocidos para el hijo en cuya persona recayó la abdicación.

El honor de la corona, en el sentido histórico más exacto, es una transmisión de padres a hijos. Si el honor es vulnerado por el padre, el hijo que recibe la carga de la corona, debe asumir su cualidad moral. En su ejercicio del cargo, Juan Carlos no observó su cumplimiento, ni en acciones privadas ni públicas (como sin duda son, o deberían ser, las comisiones presuntamente recibidas por realizar actividades de mediación empresarial, ya sea de manera activa, ya sea de manera pasiva).

Ahora mismo, la fuga hacia el imperio azucarero de los Fanjul en la República Dominicana, ha desposeído, totalmente, del concepto de honor a la monarquía representada por el hijo-heredero, a quien corresponde, sin duda alguna, su restitución con indudables pruebas públicas, o en caso de no poder hacerlo, a su renuncia.

También la Academia se refiere al término honor en su acepción 9, actualmente dice el diccionario, en desuso. En esta acepción, honor es heredad, patrimonio.

Si algo es característico de la monarquía es su sello de hereditario. Y no solo en la acepción primera a que antes he aludido, sino en esta acepción 9, que casa directamente con “la tradición” monárquica de un país como España. Los reyes legan a sus herederos el honor, como cualidad fundamental, pero también legan la heredad (los dominios sobre los que se extiende el reino, los títulos nobiliarios acumulados históricamente, los honores y otros títulos recibidos por sus antecesores), y el patrimonio que ello conlleva.

Ahora corresponde a Felipe VI asumir el honor de ser rey en sus conceptos morales (a los que su padre ha faltado gravemente), y asumir su herencia, con títulos y prebendas, pero también con las deudas contraídas por Juan Carlos I. Y le corresponde poner en una balanza, en el ejercicio del honor como señala la primera acepción de la RAE, y manifestar su capacidad y determinación para restituirlo, para desprenderse de las consecuencias de los errores de quien le legó el trono, y restituir el daño causado a los bienes públicos.

Si no se encuentra con capacidad y determinación para ello, lo más conveniente es poner en marcha los mecanismos que establece la Constitución de 1978 para su modificación en lo que respecta a la forma de Estado y la supresión del título II de la misma.

Un ejemplo de la determinación, si la tuviera, de Felipe VI para restituir el honor de la monarquía, sería su orden, como jefe supremo de las Fuerzas Armadas, de suprimir cualquier mención en los honores militares a Juan Carlos I. Porque hay unos versos de Calderón que presiden los cuarteles, y más allá de parecer escritos hace cuatro siglos, para los militares siguen siendo actuales:

Aquí la más principal

hazaña es obedecer,

y el modo cómo ha de ser

es ni pedir ni rehusar.

Aquí, en fin, la cortesía,

el buen trato, la verdad,

la firmeza, la lealtad,

el honor, la bizarría;

el crédito, la opinión,

la constancia, la paciencia,

la humildad y la obediencia,

fama, honor y vida son,

caudal de pobres soldados;

que en buena o mala fortuna,

la milicia no es más que

una religión de hombres honrados.»

Si no se encuentra con esta determinación para transmitir el concepto de honor a sus soldados (no hay que olvidar que la monarquía española es hereditaria y militar, como el régimen que la reinstauró), estará incapacitado para ser su jefe.

Vale

Decía en una anterior entrada que ahora, cuando se ha constituido el Parlamento (Congreso y Senado) lo que toca es hacer Política. Pero parece que no, que lo que le interesa a Podemos es seguir con el teatro. Pero en los alrededores del teatro no se ve mucha mierda, porque solo compran entradas los que tienen ya los abonos en los círculos.

Hoy, Pablo Iglesias ha ofrecido un espectáculo teatral, diciendo que le había comunicado al Rey (por cierto, del que ha dicho que está muy preparado para ser monarca) que habría un gobierno entre Podemos, el PSOE e IU. Gobierno en el que el mismo Pablo sería Vicepresidente, otros miembros de su Politburó ministros, y Alberto Garzón también ministro.

Golpe de teatro muy del gusto de quienes, a pesar de tantos círculos y tantos estudios y títulos, todavía no se han enterado de que la política es otra cosa. Y su pretensión, su programa máximo (eliminar al PSOE) no parece que lo vaya a conseguir por esa vía. El Mesías no se ha leído los evangelios de la política.

Ese golpe de teatro ha sido recibido con calma, mucha calma (al menos aparente) por Pedro Sánchez. Y el efecto colateral se ha producido a la hora de la tarde.

Porque para teatro todavía de aficionados, las compañías estables tienen sesudos estudios de puesta en escena. Y Mariano Rajoy ha escenificado la otra parte que le faltaba a la propuesta de Iglesias: ha dado un paso atrás.

Si la propuesta de Iglesias ponía a Sánchez Castejón entre la espada y la pared, tenemos claro quién es la espada y quien la pared. Acabar con el PSOE debería saber Pablo Tsipras que no le garantiza, ni mucho menos, que su partido se hará con toda la izquierda.

Hay que hacer política. No teatro. Los ciudadanos no hemos votado a los partidos para que un día sí y otro también nos escenifiquen malas escenas de teatro o que para observemos que la puesta en escena preparada con el Mesías delante y sus apóstoles un paso detrás sea el mensaje. Los ciudadanos hemos votado para que los partidos y sus dirigentes hagan política.

No hay que olvidar que cuando se trata de hacer política, la de verdad, la que luego se publica en los Diarios de Sesiones, o en los Boletines de las Cámaras o en el BOE, no hay teatro que valga. A mí, como ciudadano, lo que me vale de la política es lo que veo, leo y puedo, tranquilamente, analizar. La puesta en escena, el guión preparado y avisado al amigo García Ferreras, es puro teatro que no va a ningún sitio. Es gaseosa.

Gaseosa a la que esta tarde Mariano Rajoy, en una jugada igualmente teatral, le ha dejado que se le vaya todo el gas. Rajoy ha dejado sin gas la bravata de Iglesias y le ha puesto en la tesitura de hacer política: ahora no tendrá más remedio que asumir que el PSOE tiene más escaños (parece mentira que no quieran saber que en el Congreso valen los escaños conseguidos en función del sistema electoral) y que cuando se sienten a negociar no valdrán puestas en escena.

Rajoy ha puesto toda la presión que le faltaba en Pedro Sánchez. Por si le faltaba poca. Da la impresión de que le ha tomado la palabra. Rajoy espera que Pedro Sánchez acepte intentar formar un gobierno con Podemos e IU y que fracase, que es la misma intención, la misma de Iglesias: acabar con el PSOE.

Hacer teatro no es política. Que Rajoy haga mutis por el foro porque Iglesias le ha cambiado el libreto, es la misma escena. A los dos, a Rajoy y a Iglesias, a falta de capacidad política les sirve con el teatro. Les sirve eso para conseguir su objetivo: ir a nuevas elecciones y culpar de ello al PSOE.

Ah, y un detalle: he escuchado la rueda de prensa de Pablo y me ha llamado mucho la atención lo bien que ha dicho que Felipe VI está muy preparado, muy bien informado. Espero que los republicanos de Podemos (si hubiera alguno, que lo dudo) hayan tomado nota. Si es por Pablo Iglesias la Republica, de entrada, no.

Vale.