Archivos para Emérito

Aunque debería haber titulado el Emérito herrante, porque a todos sus “errores”, acaba de añadir otro, con una carta vergonzante, dirigida a su hijo y para que sea conocida por todos los españoles. Error viene de errar, lo mismo que herrante viene de herrar, con h. A lo largo de su vida no ha hecho otra cosa que seguir, como buen aprendiz, los errores que un día tras otro cometió su abuelo, y que, junto con otros de la misma cuadrilla, hicieron que Ramón María del Valle Inclán dijera Borbón de “los españoles han echado al último Borbón no por Rey, sino por ladrón”, lo que no presagia parabienes para su hijo y receptor de la misiva del emérito, Felipe VI y último.

Cuando nos han contado una historia los hacedores de por el imperio hacia Dios y se han arremolinado en ella, muchas veces sin sustento histórico ni científico, son los mismos que nos contaban e idealizaban a los reyes como guardianes del honor y la lealtad, las hazañas de todo tipo, incluidas las sexuales, del emérito, no deja de ser épico que los últimos años del Borbón herrante hayan sido los del conocimiento de todas sus tropelías pagadas con dinero público, con dinero de sus súbditos, porque para él no hemos dejado de ser eso, súbditos.

Coronas errantes. José Luis Moraza, 2014. Museo Helga de Alvear. Cáceres

El honor y la lealtad que parecía que se asentaban en títulos nobiliarios, no han sido sino pagos por los servicios prestados a quienes antes que al emérito, han rendido pleitesía. Si los Borbones, todos, se pueden ver reflejados en cualquier medida en este emérito, y su corte de nobles y damas conocían y compartían sus aficiones, debería ser una necesaria labor de todos purgar y expurgar a todos los cortesanos que han expoliado durante siglos las arcas públicas y han diezmado el crédito y el auténtico valor de los españoles.

Tras la vergonzosa carta del herrante, se hace cada vez más necesario cambiar los símbolos del “reino” de España, adoptando una corona que dignifique al pueblo y que recuerde para siempre a quien sea merecedor de llevarla que solamente el duro trabajo del hombre es capaz de soportar el peso del honor y la lealtad.

Coronas republicanas. José Luis Moraza. 2014. Museo Helga de Alvear.

Y que mejor corona que las ideadas por el artista Juan Luis Moraza, con el nombre de “Corona republicana”, y que pueden verse en el Museo Helga de Alvear, adquiridas en su día por la coleccionista alemana que da nombre al Museo. Juan Luis Moraza realizó estas coronas republicanas en 2014.

Señala el propio artista que «la idea de estas Coronas republicanas provenía de la incongruencia de un círculo de distinción dentro de un ámbito de igualdad, de qué modo lo común deja de serlo al distinguirse«.

Vale.

La fuga del Emérito Juan Carlos, con la primera intención de, al menos, dificultar las investigaciones judiciales sobre su actividad privada durante los 40 años de su reinado, crea, sin duda alguna, una crisis institucional que afecta a uno de los pilares jurídicos fundamentales de la constitución del 78: la forma de estado.

Esta crisis no la ha creado una creciente corriente de ir a un referéndum vinculante sobre la forma de estado (monarquía parlamentaria o república), sino que ha sido creada por el torcido proceder de quien ha ejercido esa magistratura. La abdicación de Juan Carlos en su hijo Felipe fue una transmisión de la jefatura del estado, pero el vicio del ejercicio del padre ha sido, livianamente, sólo livianamente, cuestionado por un acta notarial levantada por el hijo renunciando a una parte de los bienes materiales del padre.

Sin embargo, la institución monárquica, hereditaria, conlleva dos elementos (entre las variadas acepciones que de la palabra honor fija el diccionario de la RAE).

En primer lugar, la Academia define el honor como la cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo.

El comportamiento privado de Juan Carlos (casos Corinna, Gayá y otros) carece de valor en ese ámbito privado, por cuanto el honor ha sido vulnerado incluso en ese ámbito privado, por no guardar y cumplir los deberes del cargo que ostentaba. La inviolabilidad del rey, proclamada en la constitución, respecto de sus actos, cualesquiera que fueran, afecta también a la vida privada. Cuando esa vida privada no puede mostrarse como ejemplar, el honor de la monarquía desaparece.

La abdicación en su hijo Felipe fue un puro formalismo para tener a cubierto su inviolabilidad e inimputabilidad por sus actos. Podría haber sido un acto de honor si no fuera porque los hechos que ahora se conocen (más allá de los reproches penales, civiles o tributarios que han de dirimir los tribunales) ya se había cometido. Y lo que es más grave, no parece que estos hechos, en todo o en parte, fueran desconocidos para el hijo en cuya persona recayó la abdicación.

El honor de la corona, en el sentido histórico más exacto, es una transmisión de padres a hijos. Si el honor es vulnerado por el padre, el hijo que recibe la carga de la corona, debe asumir su cualidad moral. En su ejercicio del cargo, Juan Carlos no observó su cumplimiento, ni en acciones privadas ni públicas (como sin duda son, o deberían ser, las comisiones presuntamente recibidas por realizar actividades de mediación empresarial, ya sea de manera activa, ya sea de manera pasiva).

Ahora mismo, la fuga hacia el imperio azucarero de los Fanjul en la República Dominicana, ha desposeído, totalmente, del concepto de honor a la monarquía representada por el hijo-heredero, a quien corresponde, sin duda alguna, su restitución con indudables pruebas públicas, o en caso de no poder hacerlo, a su renuncia.

También la Academia se refiere al término honor en su acepción 9, actualmente dice el diccionario, en desuso. En esta acepción, honor es heredad, patrimonio.

Si algo es característico de la monarquía es su sello de hereditario. Y no solo en la acepción primera a que antes he aludido, sino en esta acepción 9, que casa directamente con “la tradición” monárquica de un país como España. Los reyes legan a sus herederos el honor, como cualidad fundamental, pero también legan la heredad (los dominios sobre los que se extiende el reino, los títulos nobiliarios acumulados históricamente, los honores y otros títulos recibidos por sus antecesores), y el patrimonio que ello conlleva.

Ahora corresponde a Felipe VI asumir el honor de ser rey en sus conceptos morales (a los que su padre ha faltado gravemente), y asumir su herencia, con títulos y prebendas, pero también con las deudas contraídas por Juan Carlos I. Y le corresponde poner en una balanza, en el ejercicio del honor como señala la primera acepción de la RAE, y manifestar su capacidad y determinación para restituirlo, para desprenderse de las consecuencias de los errores de quien le legó el trono, y restituir el daño causado a los bienes públicos.

Si no se encuentra con capacidad y determinación para ello, lo más conveniente es poner en marcha los mecanismos que establece la Constitución de 1978 para su modificación en lo que respecta a la forma de Estado y la supresión del título II de la misma.

Un ejemplo de la determinación, si la tuviera, de Felipe VI para restituir el honor de la monarquía, sería su orden, como jefe supremo de las Fuerzas Armadas, de suprimir cualquier mención en los honores militares a Juan Carlos I. Porque hay unos versos de Calderón que presiden los cuarteles, y más allá de parecer escritos hace cuatro siglos, para los militares siguen siendo actuales:

Aquí la más principal

hazaña es obedecer,

y el modo cómo ha de ser

es ni pedir ni rehusar.

Aquí, en fin, la cortesía,

el buen trato, la verdad,

la firmeza, la lealtad,

el honor, la bizarría;

el crédito, la opinión,

la constancia, la paciencia,

la humildad y la obediencia,

fama, honor y vida son,

caudal de pobres soldados;

que en buena o mala fortuna,

la milicia no es más que

una religión de hombres honrados.»

Si no se encuentra con esta determinación para transmitir el concepto de honor a sus soldados (no hay que olvidar que la monarquía española es hereditaria y militar, como el régimen que la reinstauró), estará incapacitado para ser su jefe.

Vale