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Casi a finales del siglo XIX se produjo en Plasencia un suceso que tuvo repercusiones en la prensa de entonces, incluida “la prensa de Madrid”. El escritor Víctor Chamorro tiene un libro publicado sobre el asunto, con el título “El muerto resucitado”. Se trataba de un dilema entre una posible apropiación de personalidad o un error en la identificación de un paciente muerto en el manicomio de San Baudilio de Llobregat.

Plasencia, en aquellas fechas, se convirtió en punto de referencia informativa gracias al muerto (o al resucitado). El asunto tuvo un largo recorrido judicial, lo que mantuvo el interés por conocer la verdad, si es que se llegó a conocer en algún momento.

El 10 de agosto de 1887, el diario republicano-progresista EL PAÍS publicaba la siguiente crónica.

El muerto resucitado.

Con el título Para rectificar, publica El Noticiero¸ de Plasencia, un artículo encaminado a demostrar la existencia verdadera del Sr. Campo Barrado.

Según el articulista, hay quien, deseando conocer ó investigar las probabilidades de si es ó no don Eustaquio Campo Barrado el hombre que vive en aquella ciudad, y que la generalidad reputa como tal, ha creído medio seguro para despejar la incógnita averiguar si el hombre en cuestión era instruido y revelaba conocimientos científicos y buena educación, iguales á los que tenía antes de su locura el rico heredero, á quien se dió por muerto en el manicomio de San Baudilio de Llobregat.

Imagen de Esteban Campo Barrado.

Pues bien: de las averiguaciones hechas en este sentido, resulta que el D. Eustaquio es instruido, que haba sin vaguedad ni vacilaciones de infinidad de materias, como no lo haría el que careciese de una esmerada educación. Quién ha discurrido con él sobre historia de España, quién sobre geografía, quién sobre derecho canónico, y en todos estos ramos reveló poseer grandes conocimientos.

«Pero aún hay más, añade el autor á que nos referimos; de ciencia propia nos consta, porque en la conversación tomamos parte, aunque pequeña, que no solo conoce la historia patria, sino la eclesiástica y aun la extranjera. Se habló de Francia, pero de la Francia de Rechelieu y de Mazzarino y de la política de los dos, de cuál de ellos parecía más hombre de Estado y tuvo mejor administración; y como era natural, tratándose de hombres de Estado y Cardenales, giró la conversación sobre nuestro inmortal Cisneros y el habilísimo Alberoni, pronunciándose en el cotejo, aunque no sin discusión, por aquello de: Españoles sobre todo. Conoce bien el período histórico de la estada del Pontificado en Aviñón y algo sobre la política de aquellos tiempos, en todo lo cual revela una instrucción que no se hermana bien con la pobre y descuidada educación que reciben generalmente nuestros artesanos.»

De todo esto, que es público en Plasencia, deduce el redactor de El Noticiero, que el individuo de que se trata no es Eugenio Santa Olalla Palomar, sino D. Eustaquio Campo Barrado. El artículo termina con esta interesante revelación:

«Ni una frase malsonante de le oye jamás acerca de los que le desconocen, ni un pensamiento mezquino sobre la situación que se le ha causado, ni una queja por su vida accidentada y azarosa; antes bien, le hemos oído deplorar que el dinero juegue papel tan principal en la vida humana, siendo el nivel de multitud de acciones punibles. Es más, nos decía una tarde con ingenuidad: no he venido á molestar á nadie, ni á pedir nada á nadie; creí que los años y los trabajos me habían desfigurado y podría pasar desconocido en mi propio pueblo; me han provocado sin necesidad, yo hubiera guardado un absoluto silencio. Todo esto revela grandeza de ánimo, desinterés y generosidad, bellos sentimientos que indican al caballero de buena educación.

Complétase esto por las buenas formas sociales en todo hombre fino y correcto en sus modales. Que todo ellos se encuentra en nuestro hombre puede verlo cualquiera que á él se acerque, pues no se niega á nadie ni tiene por qué esconderse, y se convencerá de que nada exageramos en lo que venimos diciendo, sino que es la verdad lisa y llana, que no es fácil oscurecer, aunque se haya intentado por varios caballeros particulares, que desearíamos abundaran en la misma delicadeza de sentimientos y buenos deseos que distinguen al caballero de que venimos ocupándonos.»

El interés que este proceso despierta es cada día mayor, y no se comprende ciertamente la tardanza que en resolverlos observan los tribunales.

El asunto del muerto resucitado de Plasencia tuvo su andadura judicial y ha sido motivo de trabajos diversos, como el ya citado de Víctor Chamorro, si bien la crónica de El Noticiero que reproducía El País, tuvo un pequeño añadido en la carta que, firmada por el propio Eustaquio Campo Barrado, publicaron tanto el periódico local como el madrileño, en la que se citaba la repercusión de su proceso y su interés en no ser molestado en las idas y venidas al juzgado. Esta carta la reprodujo El País el 30 de agosto de 1887.

Edición de «El muerto resucitado», de Víctor Chamorro.

El muerto resucitado.

El que así llaman en Plasencia, el que para unos es el propio Sr. D. Eustaqui Campo Barrado, que figura como fallecido en el manicomio de San Baudilio de Llobregat, y para otros un impostor, publica en El Noticiero de aquella ciudad y en gruesos caracteres lo siguiente.

Protesta

«En vista de la actitud de algunas mujeres y chiquillos, al presentarme en el juzgado para declarar, protesto que rechazo todas reuniones en derredor mío que pueda significar apoyo é interés en un obsequio, porque entiendo que no es buena la intención de quien me sigue sin ser llamado, y creo que lo que pretende es perjudicarme ante la autoridad y opinión pública; por cuya razón no considero amigo, sino más bien contrario, á cualquiera que se acerque á las inmediaciones del palacio de justicia cuando acudo á declarar.

Ruego á todos tengan muy presente que me perjudicar acudiendo donde voy, ó siguiéndome, y declaro que no llamo ni busco á nadie que acompañe cuando he de comparecer ante los tribunales.- E. Campo Barrado.»

El asunto del muerto resucitado de Plasencia, el devenir del juicio, las partes interesadas en la herencia en juego y todos los demás entresijos pueden ser ampliamente conocidos en la red.

Aquí he pretendido traer una muestra del interés sobre el asunto en la “prensa de Madrid”. Y, por cierto, esta fue lo único noticiable ocurrido en Cáceres y provincia para El País en todo el mes de agosto de 1887.

Vale.

En estos tiempos más recientes en nuestro país, asistimos a una degradación, a mi juicio, de lo que es el periodismo. Sí, aquello de se dice que decía Orwell de que “periodismo es contar lo que no quieren que se sepa, lo demás son relaciones públicas” (más o menos). Y también Orwell decía: “la libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír”.

Para mí, hace ya años que comenzó la deriva necia en la que estamos, y la libertad de expresión (de un periodista, de un medio) termina donde comienza la cuenta de resultados.

El 25 de junio de 1887, en el número 4, El País, Diario republicano progresista, incluía un artículo de Enrique Segovia Rocaberti, que en gran medida sigue teniendo vigencia.

¡Ser progresista!

¡Ser progresista! Apenas hay bachiller en Artes que no sueñe con su correspondiente plaza de redactor de fondo en el periódico de su predilección.

Enrique Segovia Rocaberti.

Los estudiantes de facultad mayor suelen tener más aspiraciones: no se contentan con menos que ser directores, al principio de un semanario, con ó sin monos (grabados), para convertirle, andando el tiempo, en diario de gran importancia.

Porque, ya se sabe, el periodismo es el escabel para subir á las más altas posiciones del Estado.

Esta errónea creencia, de la que menester curarse, está muy arraigada.

Es verdad que Sagasta ha ganado la cima de la presidencia del Consejo encaramándose por las columnas de La Iberia, y que el mismo Nido y Segalerva llegó hasta gobernador civil (superior) de Guadalajara é islas adyacentes en los zancos de El Siglo. ¿Pero cuántos Nidos, con mayúscula, hay por esos mundos de Dios?

Sin embargo, la carrera es tan fácil…

Como que todo se encuentra hecho.

Como las letras de fundición están en los cajetines de la imprenta, las frases hechas están ordenadas sobre la mesa de redacción.

Un periodista es un cajista de frases.

Todos los generales son bizarros; todos los banqueros, opulentos; todos los autores, aplaudidos; los diestros son arrojados; el público, numeroso y escogido; el lunch, espléndido; el jefe, ilustre, y si es viejo, respetable; los prelados, sabios y virtuosos; en fin, los timadores, conocidos.

¿Hay nada más fácil?

Pero es el caso que el periodismo no es esto. De aquí, las decepciones de mucho que se ahogan el primer día de noviciado.

Se aparece al director de un periódico un joven recién salido de las aulas, destetado con los Prolegómenos de Pisa Pajares, y dice:

– El Sr. Director…

El director (sin alzar la vista del recibo de Fabra que le acaban de presentar):

– Servidor de Ud. ¿Qué se le ofrece?

– Soy el recomendado de D. Bruno, su amigo.

– Ah, sí ¿Quería Ud. un bombo?

– No, señor; todavía

– Pues Ud. dirá.

– Quisiera compartir con ustedes las tareas del periodismo.

– Hombre, eso es más difícil, porque no hay hueco.

– Es que yo no aspiro á sueldo, por ahora.

– Eso es otra cosa.

– A lo sumo, si buenamente sobran, un par de billetitos para cualquier teatro.

– De eso no hay que hablar. ¡Pérez!

Entra Pérez en la dirección: es el verdadero director, el alma del periódico.

– ¿Hay algo? – dice desde la puerta sin reparar en el neófito.

– Tengo el gusto de presentar a Ud al señor… ¿Cómo es su gracia de Ud.?

– Fulanito de Tal.

– Bueno, este joven forma parte de la redacción desde este momento. Encárguese Ud. de él.

Pérez, mirando con desconfianza a Fulanito.

– Es Ud. del oficio?

– Sí, señor. He colaborado en El Grillo, en La Cigarra, y últimamente he dirigido El Saltamontes. Aquí traigo la colección. ¿Quiere Ud. verla?

– No es necesario; venga Ud. acá.

Cabecera El País. 25 de junio de 1887

Fulanito, muy cortado, entra en la redacción saludando embarazosamente á sus compañeros. Pérez le indica una silla, le pone delante una cartera, y le arroja un montón de cuartillas, diciéndole:

– Ahí tiene Ud. la prensa.

– Si quiere Ud. algo sobre las Pandectas…

– Eso no encaja en el periódico.

Fulanito toma asiente.

Delante tiene una veintena de diarios, llenos de ventanas; ya la tijera les ha sacado la sustancia á los de Madrid; parte están los de provincias, en número mucho mayor, y dos ó tres del extranjero.

Fulanito se siente anonadado. ¿Por dónde comenzar? Empieza á experimentar que el oficio no es tan fácil como á primera vista parece.

Alinea las cuartillas, y lée periódicos y más periódicos… y nada. ¡Qué admiración siente hacia Pérez! Este escribe con vertiginosa  rapidez, pega recortes, ordena y clasifica telegramas, divide el trabajo… ¡Qué hombre!

Llega el mozo de la imprenta pidiendo original; cada cual entrega lo que ha hecho. Fulanito no tiene nada. ¡Qué vergüenza!

Viéndose en ridículo, no se atreve á mirar á nadie y suda como en el tormento.

El periódico está hecho y él no ha contribuido con una sola línea.

Al día siguiente no aparece por la redacción. ¿A qué? Sus compañeros se reirían de él.

Pero no dando su brazo á torcer, él se cree superior á ellos, y se consuela de este modo:

– ¡Ignorantes! ¡No conocen las Pandectas!! 

E. SEGOVIA ROCABERTI

Vale.

El pasado 4 de abril, a raíz de la huida de la policía local de Madrid de Esperanza Aguirre escribía en este mismo sitio un texto bajo el título “Síntoma, síndrome”, en el que expresaba mi opinión acerca de lo que considero que es la situación natural en la que la derecha de este país considera que vive: no en la impunidad, que desde el punto de vista jurídico es flagrante, sino en que el ejercicio del poder es consustancial a su pertenencia a una raza superior. Nazismo puro.

Hoy, el diario El País informa de que un juez ha desestimado la demanda presentada contra ese medio por José María Aznar, cuando el periódico informó del cobro de sobresueldos por parte del ahora presidente de honor del Partido Popular, y antes presidente ejecutivo del mismo y presidente del gobierno. Además, según El País, el juez desestima la demanda por considerar probado que sí, que cobró sobresueldos.

El convencimiento público de que Aznar cobraba sobresueldos, los documentos publicados, no fueron obstáculos para que Er Niño De Los Abdominales presentara la demanda. Sin duda, en la creencia de que ningún juez le llevaría la contraria. La realidad es tan abrumadora que no es obstáculo para esta gente a la hora de hacernos creer lo contrario de lo que vemos.

Lo mismo que dejaba ver el caso Esparanza Aguirre, se aprecia en la demanda de Aznar: un conjunto de síntomas (lo que es lo mismo, un síndrome) que les hace creerse que gobiernan como Franco, por la gracia de Dios. Es lo que tiene creerse que pertenecen a una raza superior.

Los sobresueldos de Aznar, como los que han cobrado (¿y siguen cobrando?) los dirigentes del Partido Popular, no provienen de las cuotas voluntarias de los militantes del partido, sino que su procedencia solamente puede ser o del dinero público que la legislación electoral establece que se se transfiera presupuestariamente a los partidos o de las “donaciones” de empresarios a cambio de adjudicaciones públicas. En los dos casos, el cobro de esos sobresueldos atenta contra la más elemental honradez. Que Aznar haya cobrado sobresueldos a cargo de dinero público (opción menos “dañina”) o a cargo de “donaciones interesadas” de grandes empresas demuestra, sencillamente, que nunca ha sido un sujeto honrado.

Sin embargo, la grosería con la que se muestran en público los dirigentes del Partido Popular en la misma situación, la impunidad con la que se mueven, y, sobre todo, el uso y abuso de los medios de propaganda a su disposición (todos los medios de comunicación escritos, todas las cadenas de radio, todas las televiciones, públicas y privadas) transmiten la sensación de que con ellos no van las leyes. Que ellos hacen las leyes para que los demás las cumplas.

Demuestran, con sus comportamientos, su superioridad racial, ya que la superioridad moral y ética no la pueden demostrar, la tienen grabada a fuego: el ejercicio del poder les pertenece por la gracia divina.

Vale.