¡Ser periodista!

cercadelasretamas —  julio 3, 2020 — Deja un comentario

En estos tiempos más recientes en nuestro país, asistimos a una degradación, a mi juicio, de lo que es el periodismo. Sí, aquello de se dice que decía Orwell de que “periodismo es contar lo que no quieren que se sepa, lo demás son relaciones públicas” (más o menos). Y también Orwell decía: “la libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír”.

Para mí, hace ya años que comenzó la deriva necia en la que estamos, y la libertad de expresión (de un periodista, de un medio) termina donde comienza la cuenta de resultados.

El 25 de junio de 1887, en el número 4, El País, Diario republicano progresista, incluía un artículo de Enrique Segovia Rocaberti, que en gran medida sigue teniendo vigencia.

¡Ser progresista!

¡Ser progresista! Apenas hay bachiller en Artes que no sueñe con su correspondiente plaza de redactor de fondo en el periódico de su predilección.

Enrique Segovia Rocaberti.

Los estudiantes de facultad mayor suelen tener más aspiraciones: no se contentan con menos que ser directores, al principio de un semanario, con ó sin monos (grabados), para convertirle, andando el tiempo, en diario de gran importancia.

Porque, ya se sabe, el periodismo es el escabel para subir á las más altas posiciones del Estado.

Esta errónea creencia, de la que menester curarse, está muy arraigada.

Es verdad que Sagasta ha ganado la cima de la presidencia del Consejo encaramándose por las columnas de La Iberia, y que el mismo Nido y Segalerva llegó hasta gobernador civil (superior) de Guadalajara é islas adyacentes en los zancos de El Siglo. ¿Pero cuántos Nidos, con mayúscula, hay por esos mundos de Dios?

Sin embargo, la carrera es tan fácil…

Como que todo se encuentra hecho.

Como las letras de fundición están en los cajetines de la imprenta, las frases hechas están ordenadas sobre la mesa de redacción.

Un periodista es un cajista de frases.

Todos los generales son bizarros; todos los banqueros, opulentos; todos los autores, aplaudidos; los diestros son arrojados; el público, numeroso y escogido; el lunch, espléndido; el jefe, ilustre, y si es viejo, respetable; los prelados, sabios y virtuosos; en fin, los timadores, conocidos.

¿Hay nada más fácil?

Pero es el caso que el periodismo no es esto. De aquí, las decepciones de mucho que se ahogan el primer día de noviciado.

Se aparece al director de un periódico un joven recién salido de las aulas, destetado con los Prolegómenos de Pisa Pajares, y dice:

– El Sr. Director…

El director (sin alzar la vista del recibo de Fabra que le acaban de presentar):

– Servidor de Ud. ¿Qué se le ofrece?

– Soy el recomendado de D. Bruno, su amigo.

– Ah, sí ¿Quería Ud. un bombo?

– No, señor; todavía

– Pues Ud. dirá.

– Quisiera compartir con ustedes las tareas del periodismo.

– Hombre, eso es más difícil, porque no hay hueco.

– Es que yo no aspiro á sueldo, por ahora.

– Eso es otra cosa.

– A lo sumo, si buenamente sobran, un par de billetitos para cualquier teatro.

– De eso no hay que hablar. ¡Pérez!

Entra Pérez en la dirección: es el verdadero director, el alma del periódico.

– ¿Hay algo? – dice desde la puerta sin reparar en el neófito.

– Tengo el gusto de presentar a Ud al señor… ¿Cómo es su gracia de Ud.?

– Fulanito de Tal.

– Bueno, este joven forma parte de la redacción desde este momento. Encárguese Ud. de él.

Pérez, mirando con desconfianza a Fulanito.

– Es Ud. del oficio?

– Sí, señor. He colaborado en El Grillo, en La Cigarra, y últimamente he dirigido El Saltamontes. Aquí traigo la colección. ¿Quiere Ud. verla?

– No es necesario; venga Ud. acá.

Cabecera El País. 25 de junio de 1887

Fulanito, muy cortado, entra en la redacción saludando embarazosamente á sus compañeros. Pérez le indica una silla, le pone delante una cartera, y le arroja un montón de cuartillas, diciéndole:

– Ahí tiene Ud. la prensa.

– Si quiere Ud. algo sobre las Pandectas…

– Eso no encaja en el periódico.

Fulanito toma asiente.

Delante tiene una veintena de diarios, llenos de ventanas; ya la tijera les ha sacado la sustancia á los de Madrid; parte están los de provincias, en número mucho mayor, y dos ó tres del extranjero.

Fulanito se siente anonadado. ¿Por dónde comenzar? Empieza á experimentar que el oficio no es tan fácil como á primera vista parece.

Alinea las cuartillas, y lée periódicos y más periódicos… y nada. ¡Qué admiración siente hacia Pérez! Este escribe con vertiginosa  rapidez, pega recortes, ordena y clasifica telegramas, divide el trabajo… ¡Qué hombre!

Llega el mozo de la imprenta pidiendo original; cada cual entrega lo que ha hecho. Fulanito no tiene nada. ¡Qué vergüenza!

Viéndose en ridículo, no se atreve á mirar á nadie y suda como en el tormento.

El periódico está hecho y él no ha contribuido con una sola línea.

Al día siguiente no aparece por la redacción. ¿A qué? Sus compañeros se reirían de él.

Pero no dando su brazo á torcer, él se cree superior á ellos, y se consuela de este modo:

– ¡Ignorantes! ¡No conocen las Pandectas!! 

E. SEGOVIA ROCABERTI

Vale.

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