El 12 de diciembre de 1903, LA ASAMBLEA, “periódico republicano y de intereses materiales”, que se publicaba en Cáceres, incluyó un artículo (sin firma y por tanto atribuible a quien fuera su director, cuya identidad desconozco cuando preparo esta entrada) que se refiere a José Hevia Campomanes, que en esas fechas era obispo de Badajoz. El autor, al hilo de una crónica que había publicado EL PAÍS el 6 de diciembre anterior, comentando las andanzas del obispo en la diócesis de Badajoz, cuenta algún hecho protagonizado por el obispo cuando era párroco en un Arrabal de Manila, y de la influencia de los dominicos en el Archipiélago.

Cabecera de LA ASAMBLEA. 12 de diciembre de 1903. Cáceres.
Hazañas de un fraile
Desde que tuvo lugar aquel triste suceso que estima el Jefe visible del partido liberal-democrático como un timbre de gloria en su historia política, por virtud del cual renunciaba España su soberanía en el Archipiélago filipino, habíase borrado de mi imaginación, merced al transcurso del tiempo, la triste memoria que dejaran los frailes en aquellas apartadas tierras.
Pero he aquí que, semejante á los personajes de la leyenda china que mueren, por ejemplo, en Manila y resucitan en Pekín, aparece en Badajoz ejerciendo de Obispo uno de aquellos que continúa su tradicional historia.
En efecto; cuando ni siquiera remotamente recordaba de Fr. José Hevia Campomanes, pues le suponía viajando por las regiones del conocido industrial Pepe Botero, leo en El País del 6 de los corrientes, un artículo bajo el epígrafe “Imprudencias de un obispo” y del cual es protagonista el mencionado fraile dominico. A medida que iba leyendo los hecho, motivo del artículo, insensiblemente evocaba en mi memoria el recuerdo de los sucesos desarrollados en el arrabal de Binando de Manila (Filipinas) el año 1887, siendo á la sazón Regente de aquella Parroquia Fr. José Hevia.

Cabecera de El País. 6 de diciembre de 1903. Madrid.
Por entonces se celebraba con esplendor la fiesta de la Virgen del Rosario, Patrona del Arrabal, y como era costumbre en aquella tierra, los gastos de la función corrían á cargo del Gobernadorcillo (Alcalde); mas, dábase el caso de que en dicho punto existían dos: uno de los naturales del país, y otro de los chinos naturalizados. Con este motivo se había suscitado un incidente sobre á quien le correspondía la preferencia, y á pesar de que lo lógico y lo más racional debía pertenecer á la representación de los hijos del país, no obstante se resolvía á favor del segundo de los Gobernadorcillos, pues así convenía á los intereses del Fraile que era el amo y señor de aquel Archipiélago y protector de los chinos á título de extranjeros; y así siguió practicándose hasta que en 1887 el Gobernador general de aquellas tierra, de grata memoria para los filipinos, quién, á fuer de liberal y hombre de espíritu imparcial y recto, resumidos en una exposición suscrita por el representante de la Autoridad local, D. Timoteo Lanuza, hubo de anula lo resuelto por sus antecesores, incluso lo que él acordara en días anteriores, es decir, antes de conocer la mencionada exposición, y disponer que la preferencia en los festejos recayese en los naturales del país bajo la representación de D. Timoteo Lanuza, el cual ostentaba el cargo de Autoridad local. Excusado es decir que la resolución superior produjo un inmenso júbilo y regocijo que, aunque agenas á la contienda, se hacían cargo de las injusticias cometidas por la Frailocracia con los habitantes de aquellas apartadas regiones, y asimismo los comentarios por todos los conceptos halagüeños al acierto y sentido justiciero que demostrara la primera Autoridad del Archipiélago. Mas cuando se disponín á cumplimentar la disposición superior, tropezaron con la oposición del Párroco, quien además ordenó se quitasen todos los preparativos hechos (toldajes, arcos y alumbrados) que había en las calles; y, como era de esperar, la rebelde y despótica conducta del Párroco provocó las consiguientes protestas, las cuales, sin la oportuna intervención de la autoridad local y de otras personalidades influyentes calmando los ánimos que por momentos se pronunciaban con bastante excitación , bajo promesa de hacerse intérpretes de los justos deseos del vecindario ante la superior Autoridad en quien confiaban que sabría adoptar en justicia las consiguientes medidas, seguramente hubieran

Fr. José Hevia Campomanes. Obispo de Badajoz (1903-1904)
podido llegar á una alteración del orden público. Con efecto, así lo hicieron, y en su vista é informado conveniente de cuanto había ocurrido reiteró el Gobernador general el cumplimiento de su acuerdo, ordenando al Párroco que en el término de veinticuatro horas (pues era la antevíspera del Santo) estuvieran todos los preparativos y á la vez conminándole que en caso contrario, se le haría responsable de todo cuanto sucediera.
Vencido el fraile en su injustificado empeño, no pudo menos que rendirse ante la actitud enérgica de D. Emilio Terreros, limitándose á vengar su derrota no oficiar la misa ni asistir á la procesión.
Lo que ocurrió más tarde, lo ignoro, pues sólo sé que el poco tiempo era relevado Fr. José Hevia en la Parroquia y según se decía de público vino á España enviado por el Capitán general bajo partida de Registro, como se titulaba allá en Filipinas tal clase de medidas. Tres ó cuatro años más tarde regresó al Archipiélago de Obispo de Nueva Segovia por obra y gracia de los liberales sagastinos.
Relacionado con este suceso, tuvieron lugar otros que motivaron las disposiciones de la Dirección civil encaminadas por medida higiénica, á evitar que los cadáveres permanecieran en las Iglesias más del tiempo necesario para verificar las ceremonias religiosas, á las que también se opusieron los Frailes de acuerdo con el entonces Arzobispo de Manila Fr. Pedro Payo, pues con la expresada disposición no podían realizar pingües negocios teniendo los cadáveres en las Iglesias, como solían hacer, veinticuatro horas ó treinta según las cantidades que por tal motivo se les ofrecían por los interesados.
Ahora bien: lo transcrito, sin contar otros muchísimos hecho, demuestra lo suficiente lo que es y lo que puede ser un Fraile, y mucho más si éste pertenece á la orden de Santo Domingo de Guzmán, cual Fr. Hevia, que ejercieron en Filipinas el verdadero feudalismo de la Edad Media y las funciones de la execrable Inquisición, y que fueron la verdadera causa de la pérdida de aquel hermoso florón de España en el extremo oriente.
Por eso, yo, que por desgracia, conozco á esa clase de gente, no me causa extrañeza de ningún género que el Fr. José Hevia haga en Badajoz lo que el periódico El País denuncia, lo que me extraña es que habiéndose evidenciado de una manera clara y terminante la culpabilidad de la Frailocracia en todo lo que había ocurrido en Filipinas, y su traidora y antipatriótica conducta durante la guerra entre Norteamérica y España, los hayan admitido en la Península, y por ende nombrado á algunos de ellos Obispo. Por supuesto, esta mi extrañeza, he de confesar, que no tiene razón de ser, pues se me olvida que aún seguimos gobernados por los mismos que perdieron las Colonias y los servidores de las órdenes religiosas.
¡Lástima grande que los filipinos, excediéndose en la nobleza y generosidad de sus humanos sentimientos, hayan dado libertad á los diablos de las cogullas que como Fr. José Hevia, estuvieron prisioneros, para continuar su obra destructora de la humanidad! ¡Menos mal que pronto llegará el día suspirado de justicia en que podremos reivindicarnos de tantos males que ha engendrado la maldita alianza del Trono con el altar!
Vale.
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