Tras las segundas elecciones generales en 6 meses, y conseguir aumentar en 14 los escaños respecto a las elecciones de diciembre de 2015, Mariano Rajoy aceptó el encargo del jefe del Estado de intentar formar gobierno. Ahora ha aceptado. En enero de 2016 no tuvo agallas de asumir su responsabilidad como partido más votado. Cuestión de valentía y honorabilidad. La perdió entonces, la poca que le quedaba, y ahora se arrastra pasteleando con su spin off y haciendo trampas con el calendario. Y con más cosas.
A día de hoy, no se sabe si Rajoy se presentará a la sesión de investidura, renunciando como un mal caballo en un salto de obstáculos.
Creo recordar que cuando Mariano Rajoy fue ungido por el dedo magnánimo de Aznar para que fuera su sucesor a título de capo, en la Cadena SER Iñaki Gabilondo realizó una “ronda rápida” con dirigentes de todos los partidos sobre qué les parecía la abdicación de Aznar en Mariano. Todos los que iban desfilando por los micrófonos amarillos alababan el carácter moderado del ungido. Todos, menos Rodríguez Ibarra, que sorprendió al propio Gabilondo, que también consideraba a Rajoy moderado y dialogante. Ibarra recordó que había tenido que negociar con él algunas cuestiones referidas a Extremadura y destacó que a Rajoy no le gusta perder nunca y que, en la práctica, es un intransigente. Iñaki quedó sorprendido.
La legislatura de Rajoy, con mayoría absoluta se ha caracterizado por dos cosas, propias de gentes como él: ha sido duro e intransigente con los débiles (recortes a lo bestia, desprecios a las autonomías, ninguneo del parlamento donde contaba con mayoría absoluta…) y pusilánime con los poderosos. Sus genuflexiones ante la troika, ante Merkel nos han costado terribles zarpazos a los ciudadanos, su mediocridad, su incompetencia y su cobardía han supuesto graves daños al Estado del Bienestar cuya recuperación ahora mismo se me antoja muy complicada.
Si a ello unimos su complacencia, cuando no su complicidad, con la corrupción y los corruptos, tenemos a un candidato a la presidencia del gobierno lastrado por su propia forma de comportarse políticamente, y por ser presidente de un partido político que debe responder en sede judicial por corrupción, y que según los propios estatutos del Partido Popular, es al presidente del partido al que corresponde su representación legal.
En esta situación, un candidato dubitativo, un partido, Ciudadanos, cuya única finalidad es la de pillar cacho, y el resto de partidos negando, una vez y otra, su apoyo, la investidura resulta poco menos que imposible. Y ello unido a las campañas electorales de las elecciones autonómicas vascas y gallegas arrojan un panorama sombrío.
Este conjunto de cosas, todas en la órbita de responsabilidad, si tuviera algún atisbo de qué es eso, del candidato, Mariano Rajoy, y su partido, hacen que los esfuerzos de la derecha política y económica presionen por tierra, mar y aire sobre el Partido Socialista y su secretario general para que, al menos, se produzca una “abstención técnica” que permita a Rajoy ser presidente sin merecerlo. Y eso es algo que al día de hoy, no está en las agendas.
Incluyo en esa derecha política y económica a conspicuos ex altos cargos de gobiernos socialistas, con Felipe González en cabeza y a actuales “barones” regionales, más preocupados por salvar su silla y su ego que por ejercer políticamente sus convicciones socialistas. En más de un caso, dudo de esas convicciones.
El panorama no pinta bien para Rajoy, que ha impuesto un calendario diabólico que puede llevarnos a una jornada electoral el día de Navidad. Un calendario que es exhibido como una carta de chantaje contra el PSOE, y que reproducen, con la misma desvergüenza con la que se mueve el candidato, los editoriales de los periódicos, los periodistas afines, que muchas veces parecen sicarios. El comportamiento de los medios de comunicación requiere estudio e investigación, aunque el servilismo con el que se comportan denota que el gobierno en funciones tiene suficientes elementos como para tenerlos atemorizados.
Vale.