La semántica también juega

cercadelasretamas —  febrero 25, 2016 — Deja un comentario

Durante los primeros años de la transición se produjeron algunos episodios de crispación o de descalificación del adversario político. O lo que, en lenguaje más vulgar, llamaríamos insulto. Pongamos un ejemplo muy conocido: Alfonso Guerra llamó a Adolfo Suárez “tahúr del Mississipi”. Un insulto (pretendía menospreciar al adversario) pero que dejaba un cierto halo de valor literario e incluso político. La figura del tahúr del Mississipi, con su chaleco y su reloj, recordaba a personajes de películas, con un soporte de cierta leyenda. Pero era un insulto, al fin y al cabo.

En estos tiempos en los que la sobreabundancia de información busca el titular más llamativo, el de más impacto, el insulto político tiene su hueco. Aunque no siempre quien insulta o lo pretende acierta.

En julio de 2014, el diario ABC publicaba: “Pablo Iglesias: El debate político izquierda-derecha es de trileros” (http://www.abc.es/espana/20140710/rc-pablo-iglesias-debate-politico-201407100954.html).

Más recientemente, el Secretario de Organización del PSOE, César Luena, llamaba trilero a Mariano Rajoy, presidente del gobierno en funciones (http://www.lasexta.com/noticias/nacional/cesar-luena-afirma-que-rajoy-actua-como-trilero-antisistema_2016012200431.html).

En estos dos casos, el insulto (trilero por no decir directamente tramposo) demuestra que quien habla desconoce el valor semántico en las palabras. Cada palabra tiene un valor en sí misma. Y un valor en su contexto. Trilero es el experto jugador del trile, eso de “¿dónde está la bolita?”. Ese es su valor en sí mismo. Y su extensión semántica la ha convertido en sinónimo de tramposo, que es como la utilizan Pablo Iglesias y César Luena.

Pero el valor en su contexto tiene algún elemento que ambos dirigentes políticos parecen ignorar (en realidad, ignoran, por haber elegido su componente inmediato y no su análisis).

Si en algún momento se tiene uno que sentar a negocia, o está negociando cualquier asunto con otro, no conviene en ningún modo sentirse inferior, u otorgarle un valor de superioridad manifiesta al adversario. Alfonso Guerra utilizó la figura del tahúr del Mississipi en sí misma “con su chaleco y su reloj” para vestir su insulto.

Pablo Iglesias y César Luena reconocen, cuando llaman trileros a los adversarios, su indefensión, su inferioridad. Y en cualquier negociación, en este caso política, que se pretende entre iguales, reconocerse inferiores es reconocer la derrota.

¿Por qué Iglesias y Luena se reconocen inferiores? La respuesta es bien sencilla: porque el trilero nunca pierde, sólo cuando le pilla la policía y lo aparta de la circulación un breve tiempo.

El origen de esta utilización del lenguaje contra uno mismo cuando pretende insultar al adversario (el insulto salta cuando los argumentos desaparecen) rodeando el alegato de conceptos sustitutivos. Es una consecuencia del abuso del “lenguaje políticamente correcto”.

Si lo que pretendían Iglesias y Luena era describir conductas tramposas, lo correcto hubiera sido, sencillamente, llamar tramposos a los otros. Porque una trampa la puedes sortear y desenmascarar al tramposo. Al experto trilero no le vas a ganar nunca y sales al debate con la derrota en la frente.

Sería muy recomendable, en este contexto, si se pretende llamar tramposos a los rivales, establecer sin duda alguna, el concepto de trampa, y describir en qué consiste la trampa y cómo se puede eliminar. Y también sería muy recomendable que leyeran a los clásicos en estos asuntos, como a Philip Roth y su libro “La pandilla”.

Vale.

 

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