Archivos para November 30, 1999
Historias de la puta mili
EL BLOQUE, periódico liberal, defendía en sus páginas un cierto regionalismo extremeño, encarnado por dos de los políticos más conocidos en los años 1910 a 1920: el botánico Marcelo Rivas Mateos, que en 1918 era Director General de Educación primaria, y Juan Luis Cordero, escritor y poeta.
En el ejemplar de 29 de enero de 1918 incluyó en sus páginas el escrito de un obrero ferroviario, Vicente Cortés, sobre el comportamiento en los trenes de la leva de reclutas de ese año.
LOS RECLUTAS DE ESTE AÑO
Vivimos en una completa época de renovación; antiguamente los reclutas, cuando marchaban á incorporarse á un Regimiento cometían en las cantinas de las estaciones y puestos de refresco ciertos desmanes propio de la juventud y de la afluencia de consumidores; pero en la concentración actual, se han cometido una serie de atropellos inenarrables, y que los obreros de la vía y jefes de Estación cuando en lo sucesivo circule algún tren militar, nos veremos precisados, además de banderines de señales que los Reglamentos preceptúan, á usar una browing perfectamente acondicionada que el instinto de conservación nos aconseja.
El 14 del corriente, á un amigo y compañero jefe de Estación de Aldeanueva, le mataron una docena de gallinas y algunas más que se llevaron en el tren con el mayor descoco y sin respeto de nada ni de nadie. En ese mismo día, el que esto suscribe recibió un golpe producido con una caja de madera que arrojaron otros reclutas de un tren, que de haber tenido parada en este apeadero, hubiera buscado quizás con acierto al autor de la salvajada, y por último, al pasar el tren militar 1.004 por las inmediaciones del puente del Tajo, donde se hallaban trabajando los obreros de la 31 brigada, de uno de los coches partió una lluvia de piedras y objetos, hiriendo gravemente en la cabeza al capataz Agustín Pizarro, el cual fue llevado por sus compañeros á la Estación de Río Tajo, donde le fué practicada la primera cura, pasando después á la de Arroyo para que el médico de Sección hiciera la definitiva, dándole tres puntos de pronóstico reservado.
Los mismo reclutas de este tren acometieron al jefe de Casar, Sr. Martín Barrientos, porque trató de impedir se llevaran las gallinas de su propiedad; en esta Estación hubo de intervenir con gran acierto la Guardia Civil, para no lamentar desgracias personales.
[Falta una línea en el ejemplar consultado] justificadísimamente la actitud que para otra concentración debemos adoptar los empleados ferroviarios, pues aunque en los mismo trenes viajan jefes y oficiales que conducen semejantes kábilas, se ha demostrado en la ocasión presente, que no son bastante para la seguridad personal de los que por razón de nuestros cargos, tenemos que presenciar el paso de los nuevos defensores de la patria.
Tal vez muchos de ellos marchen á europeizar a los rifeños, sin tener en cuenta que éstos al lado de ellos, en la mayoría de los casos, resultarán menos salvajes en todos los órdenes de la vida.
VICENTE CORTÉS.
Vale.
Penitencia borbónica
En el periódico MALVAS Y ORTIGAS, de carácter humorístico o satírico, que dirigía Enrique Montánchez, funcionario de la Diputación provincial, se publicaban ripios, chascarrillos y chanzas normalmente de carácter muy local (tenía abundantes roces con El Noticiero, por ejemplo), aunque alguna vez los versos y los comentarios alcanzaban estratos distintos. Como la crónica de la penitencia impuesta por el S.P. Sarto a Federico de Shaeunburg y a Alicia de Borbón.
COSAS DE ROMA
Leyendo el otro día cierto periódico ilustrado –no se malicien ustedes que fue El Sicalíptico– encontréme con la siguiente noticia:
“El príncipe Enrique Shaenburg está dispuesto á reconciliase con su gentil esposa Alicia de Borbón”.
Ya saben ustedes quién es esta gentil Alicia, una de las nenitas de nuestro pretendiente D. Carlos.
La cándida paloma –que, no ha mucho,
Dejando el palomar
Se marchó con un joven –muy cochero
A volar y volar.
En el arreglo ha intervenido el S.P. Sarto, que ha impuesto á los ilustres esposos la penitencia de recorrer á pie, descalzos y vestidos de negro, la friolera de 1.280 kilómetros, alimentándose de pan y agua y hospedándose en las más humildes chozas.
El Papa ha estado muy acertado en los detalles, por que ya saben ustedes, si en vez de pan y agua les hubiera impuesto pan y cebolla hay muchas parejitas felices por esos mundos.
También significa otro acierto papal el color del vestido; de haber elegido Sarto el color rosa, por ejemplo, la penitencia quedaría incumplida forzosamente, por que sabido es que, sin traje negro no se va a ninguna parte.
Así, á primera vista, la penitencia parece un tanto fuertecita, pero, ¡qué caramba! examinando con detenimiento, se descubre pronto su justicia; ¡por algo es grave el crimen cometido!
Las personas complaciente, también á primera vista, y dicho sea esto con todo el respeto debido a la infalibilidad del Papa, opinan que el buen Sarto se ha equivocado al fallar de este modo el asunto, mas parándose al pensar, se descubre también que esa sarta de kilómetros la tienen tan merecida el príncipe de Shaenburg como la chica de los Borbón.
La razón es sencillísima –me reveló una señora que está muy caída en estas cosas-, el Santo Padre ha condenado á la princesita por casquilucia (es lo menos ofensivo con que puedo adjetivarla) y al de Shaenburg por estúpido.
Por que, ¡cuidado que se necesita estupidez para gestionar un arreglo después de los sucedido!
¡Pobre príncipe!; me parece estar oyendo decir al Papa, lleno de Santa unción y mirando al reconciliable esposo:
“Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra.”
RIPIOSÍN
Quién es quién en esta historia:
Santo Padre Sarto, Pío X.
Federico Enrique de Shaenburg, noble alemán y su esposa Alicia de Borbón y Borbón Parma, hija de Carlos de Borbón, pretendiente carlista al trono de España. Tuvieron un hijo.
(No sale en el cuadro) Lino del Prete, militar italiano, segundo esposo de Alicia de Borbón. Tuvieron nueve hijos.
Vale.
Fútbol antiguo
A finales de octubre y primeros de noviembre de 1924 se celebraron en Cáceres dos encuentros ente el Deportivo Cacereño y el Nacional F. C., de Madrid. Ambos terminaron con victorias locales por 3 a1 en el primero y 1 a 0 en el segundo. Las crónicas de los dos encuentros se publicaron juntas en la edición del 3 de noviembre de 1924 en el diario LA MONTAÑA, y a continuación insertamos la crónica del primero de los dos encuentros. Aunque no se cita en las crónicas, los dos partidos debieron celebrarse en el único campo de fútbol existente en esas fechas, el de Cabezarrubia, al que muchos llamaban “el estadio”. La crónica tiene un cierto estilo naïf, un punto entre ingenuo y lo desconocido. Aquí va.
El encuentro del Sábado
Luz, alegría y un público bastante numeroso, ávido de presenciar un encuentro donde la emoción va a correr pareja con la valía de los dos equipos contendientes.
Notamos, eso sí, la falta de música, lo que imposibilita que todo se complete.
Y aunque solo sea con la discreción y el respeto que las resoluciones nacidas de la Directiva nos merecen, hemos de censurar un tanto el acuerdo tomada en sentido de que nuestra brillante banda “brille” por su ausencia en el campo, aunque en los programas de mano anuncie con su repertorio el espectáculo y hasta se nos prometa el extreno del pasodoble “Atenas”, obra de un compositor de la tierruca.
Pero en fin; tendremos que conformarnos con esa lugubridad que cita López de Haro en su última producción Fútbo y Jazz-baad.
Por lo menos en Cáceres hasta la fecha había pasado desapercibida.
Pero Rodríguez Semperez interrumpe nuestro filosofeo y observamos que las huestes contendientes comienzan el rudo “match” (cuatro menos diecisiete minutos).
Lo que fue el encuentro.
Comienza Jake a dar ruido enviando el esférico a Virel, pero el pase no es recogido.
Avanza el inter-izquierda madrileño, produciéndose un córner a favor de los nacionales que despeja muy bien Corrochano.
Turégano pasa a Virel el que se interna, despejando con gran acierto la defensa madrileña.
El encuentro se desarrolla a todo “tren” y con juego durísimo.
Una mano de los madrileños motiva un golpe franco que tira Martínez sin consecuencias en el “score”.
Calderón avanza con el balón, pasa a Turégano y despeja la defensa.
Herrero envía un centro a Turégano, desaprovechado por descolocación del citado delantero.
Hay que apuntar seguidamente una peligrosa colada de la línea delantera de los madrileños, sin consecuencias, porque en la rapidez arroja el inter-izquierda el balón fuera de campo.
Calderón asusta a Silvio ante un formidable chuts que este para con maestría.
Córner contra Cáceres que despeja Corrochano con acierto.
Entrada en el área de penal de este delantero con el esférico; Silvio para con serenidad el punterazo que Corrochano dá al balón.
Nuevamente avanzan los de la Villa y Corte salvando la situación Díaz; notamos descolocación en nuestros defensas.
Se pita un orsay y se tira un córner contra los nacionales que Virel envía demasiado abierto.
Turégano se hace con el esférico y pasa al medio ala y a los defensas y envía un chut a Silvio de los de marca la “casa” que significa tanto como decir de los imparables. El tanto por su preciosa ejecución es recibido con una clamorosa ovación.
El juego desde este momento aumenta en dureza y no es su característica la limpieza.
Esto dá lugar a que se castigue con un golpe franco una entrada ilegal que hace el defensa izquierda de los nacionales a Corrochano y que pasa alto.
Un chuts del extremo derecha de los visitantes vá fuera de campo.
Un pase recogido por Calderón motiva que lance un fuerte chuts que Silvio se vé en la precisión de dejar pasar y que apunta en el “score” el número dos a favor de los locales.
Dos córners centra Madrid y dos chuts de Jake que Silvio para con estilo de maestro.
Y con este tanteo termina el primer tiempo.
El segundo tiempo fue el reverso de la medalla; el juego decayó muy mucho y solo merece apuntarse un golpe franco que lanza Turégano y que perforó la red ante un desconcierto entre Silvio y la defensa izquierda, un avance madrileño que origina el tanto de honor a favor de los nacionales ante un exceso de confianza de Díaz y un fallo de Silvio que pudo convertirse en goal con un poco de codicia puesta en nuestra línea delantera.
Y dejamos para lo último un incidente de escasa importancia, pero el que vamos a dar a la publicidad para con ello evitar su repetición.
Un equipier de los visitantes, parecióle oportuno y adecuado al caso, el improvisar unas “lecciones” al árbitro; este en su perfectísimo derecho, ante tamaña insolencia, ordenó se retirara del campo; pero lejos de obedecer continuó con gran obstinación su empeño, teniendo que ser retirado a viva fuerza por el capitán de su equipo.
Hasta aquí solo elogios merece la actitud del árbitro y la del capitán Silvio, que dio un ejemplo de cordura digno de imitación.
Pero hete aquí que una exigua minoría de “intelectuales” censuran al árbitro y éste, acaso olvidando el libre derecho de crítica que al público le acompaña siempre que en ella no vaya el insulto, abandona el campo ante las ruidosas protestas del respetable, merecedor de más consideración.
Nos parece increíble que el Sr. Rodríguez Semperez ignore que un árbitro jamás puede abandonar su puesto, aun en el caso máximo de agresión por parte de los espectadores, agresión que la fuerza pública puesta a su servicio repelerá.
En su decisión del sábado hubo una falta de templanza que pudo traducirse en lamentable incidente si el público no se hubiera revestido de serenidad y de la cordura que a él le faltó; por lo demás su actuación merece plácemes por lo imparcial y acertada.
Vale.
Crónica negra. El Pincelero
Una manera de contar un suceso es hacer caso de las notas informativas de la policía. Otra, la que aparece en El Noticiero, Diario de Cáceres, el 14 de abril de 1903, es seguir los pasos del comisario de policía y uno de los detenidos en la reconstrucción de los hechos, hasta que convergen en un punto: la aparición del arma homicida. Muy curiosa y bien contada
El crimen del sábado.
En la pista.
Ayer el celoso inspector de policía Sr. Santamaría, que tantas pruebas tiene dadas de sus aptitudes, para el cargo que desempeña, se dirigió al lúgubre edificio de la calle de Nidos [la cárcel, calleja de San Benito], acompañado de dos agentes.
Nadie se fijó en este incidente de por sí tan natural, hasta que el inspector volvió á salir con la pareja á sus órdenes, conduciendo con las manos atadas a la espalda á uno de los supuestos autores del asesinato del Pincelero, llamado Porras.
Algunos desocupados, en su mayoría mujeres y chiquillos, que vieron la conducción, se apresurar á correr la voz por las calles inmediatas y ya á la entrada de la calle de Caleros, seguía á la policía multitud de personas ávidas de enterarse de todo cuanto pudiera ocurrir.
Hablando en el vecindario.
Apenas llegó á nosotros el relato del hecho, nos trasladamos á la calle de Caleros, donde algunos vecinos nos facilitaron pequeños datos.
Una de esas mujeres que preguntamos, nos comunicó que á eso de las diez y minutos de la mañana, el Sr. Santamaría con dos agentes habían pasado por dicha calle conduciendo á uno de los del crimen del sábado, que tenía una gran cicatriz en una mejilla y que iba hablando en voz alta y como declarando al inspector cuanto se refería con el asesinato cometido, llegando á oídos de las vecinas las frases “aquí nos paramos” y “aquí entramos”, que el detenido pronunció al pasar por la taberna.
En la taberna.
En busca de algún dato cierto entramos en este establecimiento.
Es una habitación poco espaciosa y humildemente amueblada. Consta de un pequeño mostrador, cuatro bancos de madera y algunas sillas de las llamadas del Casar. Su dueño Isidoro Barrio nos refirió lo que a continuación copiamos:
A las primeras horas de la noche –nos dijo- entraron aquí el Pincelero acompañado del Porra y el Pitorrecio y me pidieron dos cuartillos de vino que les serví. Estuvieron bebiendo y hablando amigablemente hasta que al levantarse y pedirles yo el importe de lo consumido dijo el Porra que él no pagaba; entonces el Pincelero le amenazó con una botella y para evitar escándalos en mi casa intervine yo y los separé.
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¿Y no ocurrió nada más? Le preguntamos.
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Sí señor, respondió; el Pincelero me amenazó con una copa, pero casualmente estaba aquí un hermano mío y consiguió aplacarle, luego enseguida se fueron, y yo, temiendo que volvieran cerré la puerta, pues ya he dicho que no me gustan los escándalos.
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Estas declaraciones del tabernero, según nos dijo, son las mismas que hizo al señor Juez de Instrucción.
















