Publica la prensa local de Cáceres hoy una información que, si no fuera cierta, parecería que se trata de una puñalada. Puñalada trapera. Y siendo, como parece, información cierta, sí, sí es una puñalada trapaera.
Se trata de la recurrente ubicación de la estación de ferrocarril de Cáceres, en otro tiempo, futura estación del AVE y ahora, parece, apeadero de un deshecho diesel que no quiere nadie. Y todo ello con la connivencia, la complicidad, el consentimiento del baladrón Monago. Y sus lacayos. Y lacayas.
Ante todo, debemos partir de algo que normalmente no se tiene en cuenta: Cáceres no puede tener AVE ni velocidad alta por ferrocarril… porque somos pocos. O lo que es lo mismo, solamente a un muy escaso número de cacereños les puede interesar la alta velocidad ferroviaria. Porque la población es la que es y la capacidad adquisitiva, también.
Pero Cáceres necesita la alta velocidad ferroviaria, ese medio de transporte que cuando se proyectó y ejecutó a Sevilla la derecha reaccionaria descalificó, torpedeó y criticó con todas sus fuerzas. Hoy, conversos de la alta velocidad, se esfuerzan en llevarla a donde les interesa, a ellos y a las grandes empresas que, sedientas, esperan la privatización, cuando estén terminadas las líneas y se las puedan quedar por cuatro céntimos.
Cáceres necesita que la alta velocidad llegue a la ciudad para que su atractivo turístico, indudable pero abandonado por el Partido Popular, se convierta en fin de trayecto para miles de visitantes. Y por ello, la ubicación de la estación es muy importante.
En el caso más desfavorable, la estación del AVE de Cáceres se planteó en la CN 521, antes de llegar a la Autovía de la Plata, en terrenos de doña Tatiana. Y con ser desfavorable, no lo sería tanto como la estación de Segovia, a la que se llega y desde ella no se ve nada. Sólo páramos castellanos. O no lo sería tanto como la de Guadalajara, ubicada en unos terrenos, qué casualidad, de la familia de Esperanza Aguirre. Para llegar a la ciudad hay que atravesar campos lejanos y verdes praderas. Y luego está Guadalajara. O la estación de Tarragona, que queda lejos, lejos, lejos.
Otra ubicación sería en la curva de Cabeza Rubia, al otro lado de la variante de la CN 630, a espaldas de los Centros Comerciales Carrefour y Ruta de la Plata. Fácilmente accesible, aunque distanciada para el peatón, el desembarco de los viajeros sería “en la misma ciudad”. Adif no quiere saber nada de esto.
La tercera solución que se planteó a lo largo del tiempo era mantener la ubicación actual, pero integrando el ferrocarril en la ciudad, esto es, soterrando las vías de entrada desde Madrid y salida hacia Mérida-Badajoz, para que Aldea Moret se convirtiera, por fin, en una parte de la ciudad de Cáceres.
Hoy, en la prensa local, leemos que a Adif (al Partido Popular, vamos) Aldea Moret se la suda. Ni integración del ferrocarril ni leches. Si los vecinos de Aldea Moret sólo pueden salir por el puente actual, que sigan saliendo por ahí, o que den la vuelta hasta salir a la carretera de Badajoz, por donde el quinto coño a la derecha.
En las últimas elecciones locales y autonómicas el Partido Popular también ganó en Aldea Moret. Hoy sabemos que, en venganza, condena a sus vecinos a permanecer, para siempre aislados, segregados. O, lo que es lo mismo, al Partido Popular, la cuenta de gastos para pagar los votos de los vecinos de Aldea Moret le sale a devolver.
En los próximos días asistiremos al recital de lugares comunes, de frases huecas, de la alcasenadora Nevado desmintiendo a los técnicos de Adif y diciendo que desde su trabajo en el Senado hace una gestión soterrada para beneficio de la ciudad.
¿Soterrada? Así tendría que ir toda la línea de ferrocarril, desde Macondo hasta casi el Cerro de los Romanos. Pero para gestionar ese soterramiento hace falta algo más que unas palabras huecas de la alcasenadora Elena Nevado o unas baladronadas de Jose Antonio Monago.
Lo que sí está claro es que los vecinos de Aldea Moret sólo tienen dos opciones: o seguir aguantando al partido que han votado y que ahora les devuelve el favor, o pedir la autodeterminación.
Vale.
Supongo que alguien se acordará lo bien que manejaba el franquismo la táctica de desviar la atención sacando a relucir cuando lo necesitaba el tema de Gibraltar, o lo bien que utiliza la dictadura marroquí Ceuta y Melilla cuando les vienen mal dadas en el interior.
En estos días, venimos asistiendo a una presunta batalla política sobre el déficit asimétrico o sobre aquello que José Antonio Monago, el capataz que la derecha tiene en la finca extremeña, quiere hacer valer sacando pecho con una reducción del déficit que ha conseguido no gastando en lo necesario (sanidad, educación) y poniendo la mano para recoger la cosecha que habían sembrado otros (el impuesto bancario) para reclamar no trato de favor si no que se castigue y mucho a Catalunya.
Porque Catalunya es el gran enemigo de Monago, que no de Extremadura, y lo enarbola como una bandera en la que se envuelve para hacer propaganda. Catalunya es para Monago lo mismo que Gibraltar para Franco.
Porque la realidad es que el Presidente de la Junta de Extremadura tiene un propagandista a sueldo para su uso personal, a sueldo que le pagamos los extremeños a los que pretende engañarnos. Porque mientras se dedica a soltar improperios haciéndose el machote, jaleado por la caverna mediática madrileña y las gacetillas locales, contra Catalunya, calla, cobarde, cuando sus correligionarios en el gobierno de la nación asesinan el ferrocarril en esta tierra, calla cuando paralizan, para siempre, los proyectos del AVE, calla cuando sus conmilitones ordenan el cierre del Cefot 1.
Lo de Monago con la nación catalana es pura distracción, propaganda que recuerda y mucho al Gibraltar franquista, porque seguramente su afán de salir en los “periódicos de Madrid” le esté distrayendo de algo que cada vez se nota más: este ex bombero está demostrando el comportamiento de los cobardes. Ese comportamiento que le hace aparecer fuerte con los débiles y débile con los fuertes.
Hoy se ha conocido la pretensión del Ministerio de Fomento de recortar más el ferrocarril. Pero Monago no dirá nada, o dirá lo que su propagandista de cabecera le diga, un eslógan que le deje bien ante sus superiores y deje, una vez más, a Extremadura y a los extremeños en la vergüenza de que se semejante personaje consiga portadas en La Razón o La Gaceta.
Vale.