Hace años se cerró la línea Plasencia-Astorga, con leves protestas. O lo que es lo mismo, con la renuncia de los extremeños a ejercer derechos, a ejercer la ciudadanía. Resignación y a otra cosa. O la desaparición de las vías extremeñas del Lusitania, en beneficio de su paso por la provincia de Salamanca. Más resignación.
Desde que comenzó la actual legislatura, las inversiones o no inversiones del AVE desde Madrid a Badajoz son una muestra permanente del debate político. Y en la calle (en los bares, vamos) la orientación es la de resignarnos (“siempre lo mismo, gobierne quien gobierne”) y la de decir que nunca tendremos un tren decente en el que ir a Madrid. Y mientras esto sea así, quienes toman las decisiones o se oponen a ellas, tan contentos.
Hoy, 22 de octubre, la Asamblea de Extremadura ha aprobado una moción para reclamar al gobierno central una mejora del ferrocarril (en general) y unas medidas concretas sobre AVE, electrificación de vías, enlace de Brazatortas… todo, orientado a la relación con Madrid. Un síndrome de dependencia del Estado centralista que demuestra poca visión, a mi juicio.
En primer lugar, desde el poder político debería hacerse pedagogía y establecer en la dialéctica política que la necesidad de que Extremadura cuente con un tren de alta velocidad pero no porque por población (somos un escaso millón de habitantes, muy dispersos) pudiéramos darle un uso masivo, sino para conseguir atraer viajeros, turistas, y, con buenas políticas, negocios. Extremadura necesita recibir visitas, turistas. Esa es la auténtica razón por la que se necesita una buena conexión con Madrid y no para ir a comprar lotería a Doña Manolita.
Sin embargo, en la información publicada sobre la moción aprobada hoy por la Asamblea de Extremadura, vuelve a aparecer el fantasma de la línea Plasencia-Astorga porque no parece que existan trenes hacia el Sur… por ahora. Al paso que vamos, ni eso. Ni trenes a Huelva (el puerto de mar más próximo, salida de mercancías a una distancia más o menos igual que Lisboa) con los que dar salida a productos de la región. Y tampoco parece que nadie recuerde que hay, de momento, conexión (mala con ganas, pero conexión) con Sevilla.
Y sobre la necesidad de que la conexión con el Sur se mantenga, se aumente, y, sobre todo se mejore, no parece que la Asamblea se haya pronunciado. Quizás porque la geografía no sea el fuerte de sus señorías. Mantener la conexión, mejorarla sustancialmente, con Sevilla, tiene razones económicas de primer nivel. No hay que olvidar que la capital andaluza está a menor distancia de Mérida, Badajoz o Cáceres que Madrid. Y que la capital andaluza tiene una población de 700.000 habitantes (dos tercios de la total de nuestra región), y que su área metropolitana tiene 1.540.000 habitantes.
Por meras razones de economía, las relaciones entre Extremadura y Sevilla debieran ser un objetivo político, pero la dependencia “de Madrid” parece más un síndrome que una opción reflexiva.
Está claro que Madrid es el eje de la economía nacional y eje de la política nacional, pero fiar todo a una dependencia cuasi enfermiza, no dice mucho de una región que está condenada a la resignación cuando no es capaz, siquiera de mira hacia otro sitio que no sea la ubre del Estado.
Que la conexión ferroviaria entre Extremadura y Sevilla (cuya área metropolitana es 1,5 veces mayor en población que toda la región) sea tercermundista y que quienes tienen el mandato político de sacar a esta tierra de la cola económica y del ostracismo lo fíen todo a una carta es asumir la derrota de salida.
Volveremos a conocer la misma situación de la vía Plasencia-Astorga y nos quedaremos con una vía de mala calidad que llegue, como mucho, a Zafra. Y de ahí hacia el Sur, nada, porque nada hacen quienes tienen la obligación de actuar con contundencia. Claro, que esos mismos no utilizan esos trenes porque saben, ya, que ir de Badajoz a Madrid son más de 6 horas, o de Sevilla a Cáceres un mínimo de 5 horas, eso si hay suerte.
Vale.
Publica la prensa local de Cáceres hoy una información que, si no fuera cierta, parecería que se trata de una puñalada. Puñalada trapera. Y siendo, como parece, información cierta, sí, sí es una puñalada trapaera.
Se trata de la recurrente ubicación de la estación de ferrocarril de Cáceres, en otro tiempo, futura estación del AVE y ahora, parece, apeadero de un deshecho diesel que no quiere nadie. Y todo ello con la connivencia, la complicidad, el consentimiento del baladrón Monago. Y sus lacayos. Y lacayas.
Ante todo, debemos partir de algo que normalmente no se tiene en cuenta: Cáceres no puede tener AVE ni velocidad alta por ferrocarril… porque somos pocos. O lo que es lo mismo, solamente a un muy escaso número de cacereños les puede interesar la alta velocidad ferroviaria. Porque la población es la que es y la capacidad adquisitiva, también.
Pero Cáceres necesita la alta velocidad ferroviaria, ese medio de transporte que cuando se proyectó y ejecutó a Sevilla la derecha reaccionaria descalificó, torpedeó y criticó con todas sus fuerzas. Hoy, conversos de la alta velocidad, se esfuerzan en llevarla a donde les interesa, a ellos y a las grandes empresas que, sedientas, esperan la privatización, cuando estén terminadas las líneas y se las puedan quedar por cuatro céntimos.
Cáceres necesita que la alta velocidad llegue a la ciudad para que su atractivo turístico, indudable pero abandonado por el Partido Popular, se convierta en fin de trayecto para miles de visitantes. Y por ello, la ubicación de la estación es muy importante.
En el caso más desfavorable, la estación del AVE de Cáceres se planteó en la CN 521, antes de llegar a la Autovía de la Plata, en terrenos de doña Tatiana. Y con ser desfavorable, no lo sería tanto como la estación de Segovia, a la que se llega y desde ella no se ve nada. Sólo páramos castellanos. O no lo sería tanto como la de Guadalajara, ubicada en unos terrenos, qué casualidad, de la familia de Esperanza Aguirre. Para llegar a la ciudad hay que atravesar campos lejanos y verdes praderas. Y luego está Guadalajara. O la estación de Tarragona, que queda lejos, lejos, lejos.
Otra ubicación sería en la curva de Cabeza Rubia, al otro lado de la variante de la CN 630, a espaldas de los Centros Comerciales Carrefour y Ruta de la Plata. Fácilmente accesible, aunque distanciada para el peatón, el desembarco de los viajeros sería “en la misma ciudad”. Adif no quiere saber nada de esto.
La tercera solución que se planteó a lo largo del tiempo era mantener la ubicación actual, pero integrando el ferrocarril en la ciudad, esto es, soterrando las vías de entrada desde Madrid y salida hacia Mérida-Badajoz, para que Aldea Moret se convirtiera, por fin, en una parte de la ciudad de Cáceres.
Hoy, en la prensa local, leemos que a Adif (al Partido Popular, vamos) Aldea Moret se la suda. Ni integración del ferrocarril ni leches. Si los vecinos de Aldea Moret sólo pueden salir por el puente actual, que sigan saliendo por ahí, o que den la vuelta hasta salir a la carretera de Badajoz, por donde el quinto coño a la derecha.
En las últimas elecciones locales y autonómicas el Partido Popular también ganó en Aldea Moret. Hoy sabemos que, en venganza, condena a sus vecinos a permanecer, para siempre aislados, segregados. O, lo que es lo mismo, al Partido Popular, la cuenta de gastos para pagar los votos de los vecinos de Aldea Moret le sale a devolver.
En los próximos días asistiremos al recital de lugares comunes, de frases huecas, de la alcasenadora Nevado desmintiendo a los técnicos de Adif y diciendo que desde su trabajo en el Senado hace una gestión soterrada para beneficio de la ciudad.
¿Soterrada? Así tendría que ir toda la línea de ferrocarril, desde Macondo hasta casi el Cerro de los Romanos. Pero para gestionar ese soterramiento hace falta algo más que unas palabras huecas de la alcasenadora Elena Nevado o unas baladronadas de Jose Antonio Monago.
Lo que sí está claro es que los vecinos de Aldea Moret sólo tienen dos opciones: o seguir aguantando al partido que han votado y que ahora les devuelve el favor, o pedir la autodeterminación.
Vale.