Guerra de Ucrania: volverá la diplomacia cuando Putin quiera

cercadelasretamas —  marzo 5, 2022 — Deja un comentario

La máxima de que para evitar la guerra, para mantener la paz, es necesaria la diplomacia y que enviar armas a un pueblo que está bárbaramente sometido por otro infinitamente más potente lo que hace es prolongar la guerra, impedir que los débiles tengan opción a defenderse.

Una vez comenzada la guerra en Ucrania, por decisión de Vladimir Putin, y de que el Gobierno de España haya decidido, junto a otros gobiernos de países de la Unión Europea, enviar armas y municiones al gobierno de Ucrania, Pablo Iglesias, exvicepresidente del Gobierno, e Irene Montero e Ione Belarra han sacado el no a la guerra para intentar estamparlo en la cara de Pedro Sánchez y el propio Gobierno. Han sacado el no a la guerra del mismo cajón del no a la OTAN. Y ni el Gobierno de España ni la OTAN son responsables de la guerra de Putin.

La OTAN es una institución internacional de carácter defensivo, cuya misión es evitar en todo lo posible que los países miembros sean atacados. Ucrania no es miembro de la OTAN y, por tanto, esta organización no puede intervenir en tanto que no hay ninguno de sus miembros que esté siendo atacado. El grito del “No a la Guerra”, que sonó en España con el Gobierno de Aznar tenía su razón de ser porque el dirigente popular no solamente se alineó con otros países, sino que convirtió a España en país agresor, y las consecuencias las pagamos con los graves atentados del 11m.

Ahora, España no es un país agresor, ni lo es la OTAN, a la que pertenecemos. España lo que hace es ayudar a un país con unas tropas y un armamento infinitamente inferiores que está siendo atacado por Rusia.

En la situación actual, con los 10 días de guerra que se llevan desde el primer avance de blindados y bombardeos, la probabilidad de que se produzcan negociaciones (se están produciendo contactos para establecer corredores humanitarios) encaminadas a la paz es casi nula. También es improbable que con una ocupación escasa aún sobre el terreno por el ejército agresor (se supone que Iglesias, Montero y Belarra reconocerán que el papel de agresor se lo tiene reservado Vladimir Putin) pueda prosperar un mediador entre agresor y agredido, con observadores de ambos lados, y la propuesta de que ese papel lo haga China, como reclama el Alto Comisionado Josep Borrel, o que sea Angela Merkel, como también ha sonado, también se antoja lejana.

En estos momentos, con la iniciativa exclusivamente en manos de Putin, amparada en la superioridad de sus fuerzas armadas sobre las de Ucrania, es el agresor el que se siente más cómodo y el que va tomando decisiones no solo militares sino de otro tipo que eliminan cualquier intento de mediación.

Las noticias de ayer sobre el apagón informativo decretado sobre Rusia no solamente van destinadas a demostrar su dominio en la guerra, que también, sino a algo más aparentemente inocente. Por ejemplo, durante unos días se han visto en “Occidente”, también en la propia Rusia, manifestaciones en contra de la guerra, manifestaciones de rusos exigiendo a su gobierno el cese de la guerra. Esas manifestaciones han estado seguidas de miles de detenidos. Ya no se verán en el extranjero esas muestras contra Putin: lo que no se ve, no existe. Y no se verán ni manifestaciones ni policías rusos deteniendo a sus compatriotas.

Tampoco tendremos noticias provenientes del agresor porque se impondrán penas de cárcel, de hasta 15 años, a quien difunda “desde Rusia” noticias que sean consideradas falsas. Será muy difícil que medios y periodistas rusos puedan contraponer sus datos a los oficiales que serán los que “informen” de los avances de la invasión. Pero es que, además, esa amenaza de cárcel se extiende a los periodistas de medios de comunicación internacionales, por los que las grandes empresas de comunicación están sacando del país a sus redactores.

Putin ha ordenado el silencio, silencio de ida y vuelta: no saldrán informaciones desde Rusia y también se impedirán las noticias que puedan llegar. De ahí el cierre para el país de Twitter y Facebook. Ningún ruso deberá saber qué se dice de la guerra en otros países ni podrán contrastar lo que ellos puedan conocer.

En esta situación, la posición naïf de Iglesias, Montero y Belarra carece de sentido, porque por mucho que se grite No a la guerra, el grito no llegará a su destinatario, y por mucho que se grite No a la OTAN, no podrá condicionar lo que la Organización Atlántica pueda hacer en el caso de que un país miembro fuera atacado.

¿Cuándo podrá llegar la diplomacia, la negociación?

Bueno, siendo simplista, habría que concluir que cuando Putin quiera. Aunque en sentido estricto así sea, deberán los gobiernos occidentales, los gobiernos europeos y los estados mayores de sus fuerzas de Defensa y de la OTAN los que tengan que atisbar cuándo será ese momento.

Hasta ahora, lo que se está viendo en el teatro de operaciones es una invasión a gran escala de una superpotencia sobre un país menor en todo, y que parece que se trata de una operación en principio para someter a Ucrania y a su gobierno, y sustituirlo por otro afín con el invasor. Pero de esta posibilidad, Putin no ha dicho nada. No ha establecido cuál sería, previsiblemente, su finalidad. Por ejemplo, la opción que podría resultar menos cruenta, sería la de cambiar el gobierno ucraniano. Sin embargo, desde el punto de vista militar, la masiva invasión por tierra, mar y aire, parece más propia de una anexión, ya fuera en su término más exacto, ya fuera otorgando al invadido un status de república confederada. En ambos casos, la finalización de la guerra estaría sujeta al cumplimiento de la misión, y a su mantenimiento en el tiempo.

Y es en este punto, en el de cumplimiento de la misión encomendada por Putin a sus fuerzas armadas donde radica el nudo de la puesta en marcha de negociaciones de paz. Es decir, cuando Vladimir Putin tenga el convencimiento de que todos los fines de la guerra están conseguidos, será cuando dé paso, de conformidad a negociaciones de paz, para las que dejará elementos como el tipo de gobierno que “permitirá” en Ucrania, el volumen de las fuerzas rusas que permanecerán en ese territorio y elementos menores, que le permitan establecer un status quo que, aceptado por Ucrania (si este tuviera capacidad de decidir sobre algo) y por los países occidentales, le sirvan de un ahíto imperialismo y convertirse, si no lo es ya, en el zar de todas las rusias.

En este panorama, totalmente sobrepuesto en las buenas intenciones del No a la guerra, del No a la OTAN, ¿qué plantean quienes como los líderes de Podemos que pudiera torcer la voluntad de Putin? Si los tres meses en los que se han producido cruces de cartas Putin-Biden, reuniones de jefes de Estado y de gobierno lanzando mensajes al líder ruso, reuniones de Macron y Scholz con el propio Putin, ¿qué capacidad coercitiva sobre el agresor ruso podrían dar lugar a negociaciones?

En estado de guerra, declarado unilateralmente por el agresor, que fuerza ni siquiera moral podrían tener las palabras de los grandes pensadores de países occidentales para hacer desistir de la agresión. En este estado de guerra la ética y la moralidad del agresor no tiene ninguna prevalencia sobre su deseo de completar la misión que se ha marcado conseguir mediante tanques, misiles, bombardeos… mediante la destrucción del país agredido.

¿Qué se consigue con el envío de armas y municiones desde países europeos? No mucho, la verdad, pero sí un mensaje de apoyo a los ucranianos, para que, en cuanto la voraz hambruna militar de Putin pudiera verse ahíta, acudir a la mesa de negociaciones. Y también, un mensaje ético y moral al pueblo ucraniano en su soledad.

Recordemos, aunque estos días se ha observado su ejemplo, que la II República española, el abandono de los países occidentales hacia el gobierno legítimo, frente a los apoyos militares del fascismo de Mussolini y el nazismo de Hitler, fue clamoroso. La acertada definición de León Felipe sobre Inglaterra quedó marcada en su obra, cuando la llamó Raposa.

Solamente cuando Putin quiera, podrá haber negociaciones. Y mientras tanto, el No a la guerra y el No a la OTAN no será sino cuentos infantiles de niñatos criados en terrenos roturados con aportaciones de abono que, a las primeras lluvias, son arrastrados por la realidad.

Ahora, la realidad es una guerra cruel por desigual.

Vale.

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