El periódico El Norte de Extremadura de los días 6 y 14 de mayo de 1904 publicó en dos entregas la historia de un cacereño del siglo IX que sirvió a las órdenes del emir Abderrahman II y sus sucesores Mohamed, Almondhir y Abdalá. Según lo publicado en El Norte de Extremadura, aquel cacereño nació en 802 y murió en Córdoba en 859.
Los número del periódico consultados son el 264 y 266, ya que en la hemeroteca de prensa histórica no aparece el 265, por lo que pudiera haber un salto en la historia, aunque en el nº 266 aparece la entrega con el II.
No he encontrado referencias al personaje cacereño en búsquedas por la red, ni tampoco he podido saber si la Historia inédita de Cáceres que preparaba Manuel Sánchez del Pozo llegó a publicarse. Sí hay un expediente en el archivo municipal de Cáceres que se refiere a esa historia, cuando su autor solicitó del Ayuntamiento una ayuda con los gastos para la obra que estaba preparando. La petición de ayuda fue en 1897, y la cita al autor en el periódico que publicó esta historia es de 1904.
Un cacereño ilustre del siglo IX
Con sumo gusto damos cabida en nuestras columnas á los siguientes fragmentos tomados de la Historia inédita de Cáceres de nuestro particular amigo D. Manuel Sánchez del Pozo, referentes á un ilustre hijo de esta ciudad que representó importantísimo papel en la corte de los emires ommiadas.
Por los años de 824, ocupando el trono cordobés el emir Abderrahman II, su canciller Abdallá-Ibn-Omega, que había venido á Extremadura con el objeto de regularizar los tributos causantes de sublevaciones y tumultos en Mérida y otros pueblos, al visitar á Cáceres tuvo la ocasión conocer á un joven cristiano de veintidós años llamado Juan Pablo Gómez, empleado en el alcázar á las órdenes del caíd, encargado por éste de la recaudación de los tributos; con tal motivo fue el designado para ayudar en sus trabajos a Abdallá, que no obstante haber permanecido en Cáceres muy pocos días, fueron los bastantes para conocer el talento y excepcionales condiciones del joven cacereño, hasta el punto de proponerle el que lo acompañase á Coria primero, á Mérida después, y últimamente á Córdoba, donde á su lado y con su protección alcanzaría un bienestar y una ilustración que su permanencia en Cáceres no podría jamás proporcionarle.
Esta proposición de Abdallá, personaje de tal importancia en Córdoba, no podía ser rechazada por ningún joven que tuviera aspiraciones y mucho menos por Gómez, cuyo clao talento le hizo comprender todo el alcance de ella. Mostrándose agradecido á Abdallá, le manifestó su deseo que ya que tan bondadoso era con él, se sirviera de hacerle presente á su padre Antonino, única persona cuya voluntad era para él muy superior á la propia, que desde luego ponía á la disposición de su protector.
Abdallá, que con esta manifestación de Gómez vio un nuevo motivo para aquilatar más su mérito, hizo llamar por medio del caíd á Antonino, con el que sostuvo una larga conferencia que dio por resultado el que los deseos del canciller se realizaran, y el joven cacereño acompañó á Coria y Mérida á su nuevo jefe, dado á este con sus trabajos en una y otra ciudad pruebas inequívocas de sus excelentes aptitudes.
Vuelto á Córdoba, Abadallá no vaciló un momento en dar á conocer al emir todo lo que para el logro de su cometido en la regularización de los tributos se debía al joven Gómez, cuyos méritos y condiciones excepcionales supo pintarle (de) tal modo que, el emir no sólo accedió á firmar el nombramiento de segundo jefe de la cancillería á favor de Gómez, sino que quiso conocerle por sí mismo haciendo que Abdallá se lo presentase inmediatamente.
No tardó Gómez en captarse las simpatías de Abderrahman como se había captado las de Abdallá, y al poco tiempo de su estancia en Córdoba constituía una de las más poderosas influencias cerca del emir, sin que su cualidad de cristiano fuese obstáculo para merecer toda la confianza de Abderrahman.
El triunfo de Gómez fue completo, si bien contra aquella disposición protestaran los fanáticos intransigentes, Saul, el sacerdote Eulogio y otros que por su desobediencia fueron mandados encarcelar por el metropolitano Rocafredo.
(Aquí parece haber un salto en la narración, por la inexistencia de referencias al Concilio que luego se cita. Fue un concilio de obispos mozárabes, presidido por Rocafredo, en el año 852).
A partir de la declaración del Concilio, ningñun cristiano volvió á dar motivo con sus insultos á la religión mahometana para ser castigado.
Los intransigentes, los obsesionados, los fanáticos contemporáneos de Gómez no le perdonaron su iniciativa en aquel hecho extraordinario que tanta sangre y tantas lágrimas evitó al pueblo cordobés, y como los Jonios con Erostrato, trataron en sus narraciones de ocultar su nombre y origen y solo por el apellido de Gómez ha podido ser descrito por los orientalistas Dazi, Marmiller, Gayangos y otros.
No obstante haber fallecido el emir Abderrahman II el 13 de septiembre del mismo año 852 en que se verificó el Concilio, su hijo y sucesor Mohamed, que empezó su reinado destituyendo á todos los cristianos de cuantos cargos oficiales desempeñaban en la corte, hizo una excepción, conservando á Gómez en el mismo puesto que ocupaba con Abderrahman, probándose con este solo hecho el inmenso arraigo que tenía la influencia de Gómez en la corte cordobesa, que le obligó á la muerte del canciller Abdallá, su protector, á adjurar, haciéndose musulmán, sin cuyo requisito no era posible desempeñar la Cancillería.
Gómez, no por esto varió de nombre, pero su hijo, al adjurar con él, cambió el nombre deMartín con el de Omar-Ibn-Gómez.
El nuevo canciller alcanzó una edad tan avanzada que sobrevivió á su hijo y á los emires Mohamed, Almondhir y Abdallá. Murió en Córdoba en 895 y había nacido en Cáceres en 802.
Vale
En 1945, la barriada del Espíritu Santo contaba con una fila de cinco casas en la actual calle del Río Turia (las llamadas casas del yugo), un indeterminado número de casas aisladas anejas casi todas ellas a hornos caleros y la piscina de falange. En la ortofoto de dicho año se aprecia que se trataba básicamente de terreno sin urbanizar, rústico.

Fragmento de ortofoto del Vuelo de 1945.
La ermita que da nombre al sitio estaba prácticamente arruinada. Nada hacía pensar que aquel embrión de población pudiera ir creciendo a medida que su subsuelo iba produciendo para la ciudad, al tiempo que su única fuente productiva (los hornos caleros) iba perdiendo fuerza, la fuerza que para las obras de mayor importancia iba ganando el cemento.
El barrio del Espíritu Santo representa los elementos originarios de la ciudad de Cáceres: el agua del Calerizo, las rocas convertidas en cales para la argamasa de sus construcciones, las cuevas de Maltravieso y el Conejar (antes conocida como Cueva del Oso), la considerada primera construcción religiosa de la ciudad (Ermita del Espíritu Santo).

Solicitud de licencia para local de despacho de bebidas.
Las cinco casas del yugo, la piscina de falange, los hornos caleros y las sencillas casas cercanas a los hornos… Sólo la Huerta del Conde daba a la zona una pátina de los nobles, hidalgos y clérigos que fueron los que escribieron la historia de Cáceres.
En ese año de 1945, Tirso Durán compró a Modesto Chacón (miembro de la familia a la que los vecinos, con el paso de los años, conocimos como los Chacones, propietarios de terrenos y también, durante un tiempo, de la Huerta del Conde) un solar de 125 m2, medianero por la derecha con otro de Antonio Ferrer, y por la izquierda con el de Baldomero Peña.

Informe de sanidad del distrito 5º (*)
Sobre ese solar, Tirso Durán construyó su casa y dejó una parte, menos de la mitad, para la apertura de un establecimiento de bebidas, el primero que hubo por la zona.
El bar de Tirso, en el que los cada vez más numerosos vecinos de la barriada jugaban al tute o a la rana, que en verano se jugaba al aire libre, colocando la rana pegada a la fachada y lanzando los tejos desde la mitad de la calle, aún sin ni siquiera asfaltar, con la tierra colorá característica y con algún peñasco que otro.

Con el tiempo, al bar de Tirso le surgió la competencia, prácticamente enfrente, del bar de Serafín, en la esquina de las actuales calles del Turia y del Darro, pero el bar de Tirso sigue existiendo. Con otro nombre, pero sigue existiendo, después de 75 años.
Vale.
(*) Los documentos reproducidos en esta entrada proceden del Archivo Histórico Municipal de Cáceres.