Archivos para November 30, 1999

Las elecciones las ganan los partidos que se presentan fuertes ante los electores. Fuertes en cuanto al mensaje que transmiten y en cuanto a la imagen que tiene el cuerpo electoral. Por eso, cuando al día siguiente de una jornada electoral los analistas aciertan en saber por qué se han producido los resultados, siempre encontramos una referencia a que la unión interna, la cohesión interna de los partidos juega un papel importante.

En la anterior entrada de esta serie me refería a la división que se aprecia en el PSOE. Ahora, en lo que se refiere al Partido Popular nos encontramos en un caso diferente. Diferente en cuanto a la apariencia social que se desprende de las informaciones que se publican en los medios, incluida la generalidad de los llamados convencionales (prensa escrita, radio y TV), y que es la de una organización traspasada por casos de corrupción. Algo que hasta esos medios convencionales proclives a la bonanza de sus informaciones sobre el Partido Popular señalan.

Frente a la división que se aprecia en el PSOE, la cohesión interna, la unión, en el Partido Popular parece evidente. Claro, que habría que analizar cuál es el lubricante que engrasa esa cohesión.

Siempre se ha dicho que lo que más une a las organizaciones políticas es el poder. Y eso es así en el PP. El ostentar el poder elimina tentativas de cambiar el funcionamiento de la organización si fuera anómalo. Mejor dicho, si lo percibieran anómalo. Eso no sucede en el genuino partido de derechas español. Sus dirigentes consideran a su partido modélico en organización y funcionamiento, y los generalizados casos de corrupción que salpican las informaciones son considerados, sistemáticamente, “casos aislados”.

Sin embargo, es cada vez más evidente que la corrupción es sistémica en el Partido Popular, forma parte indisoluble de su funcionamiento interno, de tal manera que sus dirigentes (y sus votantes) no aprecian que, por ejemplo, el pitufeo detectado en la Comunidad Valenciana, sea una anomalía, sino una forma ordinaria de financiar sus campañas electorales. Es decir, lo que para los ciudadanos y para el Código Penal son delitos, los dirigentes y votantes del PP son inapreciables. Por eso, a cada escándalo brillante en las noticias le sucede otro cuando las luces del primero van apagándose. Y, como termina el estrambote del soneto de Cervantes al Túmulo de Felipe II, “fuese y no hubo nada”.

La cohesión interna en el Partido Popular no tiene connotaciones ideológicas, no se asienta en firmes convicciones políticas. La cohesión en el PP está trufada por el lubricante de la corrupción y la indecencia políticas, que engrasa la organización en todas sus estructuras. Y en la cúspide de esas estructuras, Mariano Rajoy, presidente del partido desde 2003 designado por Aznar.

Que el tesorero del partido está procesado por diversos delitos cometidos en el ejercicio de su cargo… el presidente del partido que lo nombró se lava las manos y no quiere saber nada de él.

Que se hacen obras por un importe considerable en la sede central del partido y se pagan con dinero negro, casi con seguridad, de procedencia ilícita… el presidente del partido no sabe nada.

Estos dos ejemplos dan una idea cabal de cómo la corrupción y la indecencia son el engranaje que hace funcionar al PP. Que su presidente y representante legal (artículo 45 de los estatutos del PP) desconozca que su tesorero comete delitos en el ejercicio de sus funciones, o que desconozca cómo se pagan las obras de su propio despacho, demuestra que Mariano Rajoy Brey estaría incapacitado, cuando no en una situación procesal adecuada, en cualquier país de nuestro entorno. Lo estaría por desconocer a qué se dedica su partido (organización procesada por destrucción de pruebas en un proceso penal), o, peor, por conocer, autorizar y aprobar la comisión de delitos: si no sabe cómo funciona la organización que preside, está incapacitado para gobernar un país.

O si conoce ese funcionamiento ilícito, ilegal, de su organización, también lo está.

Que el Partido Popular es una organización en cuyo funcionamiento está perfectamente incardinada la corrupción parece evidente. Que haya casi 8 millones de electores que le den su confianza demuestra la poca confianza que los españoles, en general, tenemos en nuestros valores democráticos.

Porque no es peligroso para la salud democrática que haya 8 millones de votantes que confíen en un partido corroído, lo peligroso es que los demás votantes no seamos capaces de hacer que todos los partidos democráticos (el PP no lo es, es corrupto) aúnen fuerzas para desalojar la podredumbre del poder.

Ah, y otra cosa: el Partido Popular es corrupto porque hay corruptores. Si no hubiera empresas de todo tipo que pagan comisiones ilegales, cohechos y similares, no habría corrupción. Si no hubiera clientes, no habría prostitución. Si no hubiera pecadores, no habría curas para perdonarlos.

Vale.