El 6º de los Objetivos de Desarrollo Sostenible es el agua. Bien preciado, como todo el mundo sabe. Las perspectivas, poco halagüeñas, que se manejan en la ONU y en diversos organismos de prospección, señalan una gravísima crisis en torno al agua para 2050, incluso, se señala que la próxima gran confrontación mundial será por su causa.
Tampoco las perspectivas climáticas para un futuro relativamente corto, señalan que España será uno de los países más afectados por la desertificación, que, sin el agua, avanzará rápidamente.

Históricamente, la ciudad de Cáceres ha debido atravesar crisis (cada vez más acentuadas a medida que la población va creciendo) por la ubicación en un espacio físico en el que no hay río. O al revés, quienes la poblaron lo hicieron sabiendo que la carencia de río sería un problema. Un problema que ha ido creciendo a lo largo del tiempo.
En estos momentos, en 2021, el abastecimiento de agua se circunscribe a poder recibirla desde un método de impulsión desde el río Almonte, afluente del Tajo, para complementar un embalse de los años 60, sobre el río Guadiloba, afluente del Almonte, afluente del Tajo.
La carencia de agua potable, o de adecuada potabilización recibida del pantano del Guadiloba o desde la impulsión desde el Almonte, supone un encarecimiento de tan necesario bien.
En 1927, un Informe (desafortunadamente desconocido para el autor de esta entrada), fijaba los caudales necesarios para 25.000 habitantes, incluso con capacidad para más, a extraer desde el acuífero de la Cuenca Geológica cacereña. El Informe, redactado por los catedráticos de la Universidad Central, Fernández Navarro y Hernández Pacheco, era esperanzador. Incluso, por el conocimiento del acuífero, centralizado en el espacio central, denominado El Calerizo, los datos de los redactores del informe señalaban su capacidad para el abastecimiento de Cáceres, situándolo, en sus debidas proporciones, a niveles similares a los que entonces necesitaban ciudades como Chicago y otras, en volumen de agua/habitante.
Los autores del Informe señalaban, además, la posibilidad real de incrementar los aforos de agua necesarios con las aguas que pudieran obtenerse del contiguo valle de Valdeflores, sobre el que había escrito a comienzos del siblo XX el farmacéutico Joaquín Castel.

Es decir, que ahora, con una población de la ciudad de Cáceres en torno a las 96.000 personas, una adecuada planificación del agua que pueden proporcionar tanto el acuífero central de la Cuenca Geológica, como las fuentes y pozos que se pudieran aflorar en el valle de Valdeflores, una parte de la ciudad podría ser abastecida para consumo humano, o bien, para usos tan necesarios como los regadíos de las huertas que jalonan el cauce natural de la Ribera del Marco, cauce que tiene su origen en el propio Calerizo.
Esa planificación, necesaria, ha de llevarse a cabo conjuntamente entre el Ayuntamiento de la ciudad y el organismo de cuenca, la Confederación Hidrogáfica del Tajo.

Disponer de un adecuado nivel de agua para regadíos, usos complementarios como riegos, como limpieza de la ciudad, etc., sería fundamental para no destinar a estos usos secundarios (pero necesarios), requiere poder contar con todas las fuentes posibles, cuidándolas, y eliminando cualquier actividad humana que pudiera contaminarlas o ponerlas en riesgo. Las aguas del Calerizo, las más inmediatas de obtención, más las fuentes y pozos existentes en el valle de Valdeflores que recogía Joaquín Castell en su estudio, han de tener, como en realidad tienen, el valor de aguas públicas.
El cumplimiento del ODS 6, Agua, por una ciudad que no tiene río, ha de realizarse forzosamente mediante los estudios y acopios suficientes de cara a cumplirlo con el horizonte del año 2050.
Cualquier agresión, cualquier uso de suelos y vuelos que pongan en riesgos esas aguas debe ser rechazado.
Vale.