La apertura de la Ronda Este-Sureste, que bordea la ciudad de Cáceres, está anunciada para mediados del mes de mayo. Una apertura que, cada vez más, crea en los futuros usuarios de la misma un cierto nivel de ansiedad esperando que su uso sea efectivo. Ya queda menos.

La Ronda, como es normal, ha tenido y tiene detractores, especialmente entre geógrafos y urbanistas (no todos), y también entre ecologistas. Es una parte del rechazo lógico cuando una infraestructura de este tipo se construye. Y probablemente alguna alternativa pudiera haber sido menos agresiva, a la hora de rectar un proyecto de este tipo.

Recuerdo, cuando se comenzó a hablar de construirla, que sería conveniente un túnel que solucionara el cruce con la carretera de la Montaña, cómo Don Marcelino Cardiallaguet (q.e.p.d.) era partidario del túnel, con la previsión de contratarlo para su ejecución con dos empresas y que cada una comenzara el túnel por una ladera. Y que, por supuesto, no se encontraran a medio camino. Así, por el mismo precio, tendríamos dos túneles.

La cicatriz en el paisaje (concepto que tanto gusta a ambientalistas y ecologistas) resulta evidente, por el volumen de la obra, pero, en mi opinión, los beneficios para el tráfico rodado compensarán esa cicatriz, suavizándola.
Y, por supuesto, lo que realmente la suavizará y hará que esta ronda pase a tener un buen atractivo para los cacereños será pasear por los carriles habilitados y tener una vista única de la ciudad, de la moderna y de la antigua, en toda su extensión, alzándose por la Ribera del Marco, el verdadero origen de Cáceres.

A lo largo de 2019, 2020 y 2021 he podido realizar alguna fotografía, paseando por la zona, y atrapar alguna imagen de las tierras rojas de las excavaciones hasta la visión, única, del nuevo Museo Helga de Alvear. Ni he podido dar todos los paseos que me hubiera gustado ni los que la prescripción facultativa me obligaba. ¡Qué se le va a hacer!
Vale.