El coronavirus o COVID19 se ha convertido en una pandemia, y su gestión, su contención y su superación ya no son solamente tareas de la sanidad. Nos concierne a todos, por supuesto que a cada uno en el grado de responsabilidad que tengamos en un conjunto de 47 millones de habitantes.
Pero concierne a los poderes públicos en primera línea. El Gobierno central está adoptando medidas en lo que parece una graduación “in crescendo” de manera que podría llegar, según las propias palabras de Pedro Sánchez, a la declaración del estado de alarma.
Mientras que la desleal y analfabeta oposición, con Pablo Casado retratándose como lo que es, un inepto, acusa al gobierno de parapetarse detrás de la ciencia, son cada vez más las voces que se refieren a la necesidad de tomar medidas más drásticas. Medidas que se pueden tomar sin llegar al estado de alarma o acompañar a esa declaración.
Me refiero al artículo 128 de la Constitución, esa que tanto quieren los fascistas y que desde hace mucho tiempo usan de papel higiénico. Léase:
Artículo 128
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Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general.
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Se reconoce la iniciativa pública en la actividad económica. Mediante ley se podrá reservar al sector público recursos o servicios esenciales, especialmente en caso de monopolio y asimismo acordar la intervención de empresas cuando así lo exigiere el interés general.