Archivos para November 30, 1999

Las informaciones, “lo que se va sabiendo”, del contrato de las mascarillas del Ayuntamiento de Madrid siguen su curso, con alguna variante sobre la que no he visto el asombroso giro dado por el propio alcalde de la capital. A lo que se sabe, a lo que está negro sobre blanco en el informe de la Fiscalía Anticorrupción presentado en el Juzgado, se añadía ayer una variante, un giro sobre el que no he visto referencia explícita en la prensa.

Ayer, el petiso Almeida hizo unas declaraciones a La Vanguardia en las que manifestaba “de haber sabido dónde acabaría el dinero, no se habría firmado ese contrato covid”, que es una frase que, como se dice en las series americanas, “¿sabía adonde iba el dinero de ese contrato”, que el comisario de policía experto habría interpretado “lo tomaré como un sí”.

En esa confesión, Almeida, que es abogado del Estado (de la estirpe de Cospedal, Bal, Olona…), dice tener conocimiento del contrato. Lástima que a cada paso vamos perdiendo funciones del lenguaje, contenidos semánticos del lenguaje.

Una frase en la que el alcalde, primo de un hijo del hermano de su padre, tenía conocimiento del contrato, que sabía cuál era el contrato, quiénes intervenían en el mismo. De hecho, he leído o escuchado, no sé dónde, que por la ascendencia de los firmantes o del firmante, entendía que era una donación de material sanitario. Pero una donación gratuita no requiere la firma de un contrato sometido a la Hacienda pública. Y claro, que el descendiente del duque de Feria, amigo del hijo de un tío del alcalde, donara mascarillas, guantes, tests de anticuerpos, fuera a pillar un pellizco a costa del ayuntamiento madrileño.

Pero para eso está Almeida, para aclararlo en una frase sin duda exculpatoria, en su cabeza, pero que es una confesión de parte. “De haber sabido que el duque del Tiovivo y su colega iban a tangarle 6 millones de euros a su Ayuntamiento, el contrato no se habría firmado”.

La pérdida de valores semánticos del idioma juega estas pasadas. Y en el periodismo, por la rapidez con la que se procesan los mensajes, las transmisiones de comunicación entre emisor y receptor, hacen que en el aire permanezcan sentidos, significados, que no llegan a alcanzar su verdadero valor, su verdadero sentido, su unívoco significado.

Como cuando se hacían comentarios de textos no dirigidos con preguntas que ayudan a esclarecerlos, sino dejando libertad al lector, se llegaba a conclusiones que no eran las que se desprendían de las preguntas.

El alcalde de Madrid, vigilando activamente los contratos covid durante la pandemia.

Un ejemplo es que un sencillo “qué” es la causa de que “La comedia de Calisto y Melibea” sea un texto de tanta importancia en nuestra literatura.

Cuando en la primera escena Calisto dice “en esto veo la grandeza de Dios”, si Melibea no hubiera contestado “en qué” no habría existido la obra. Si Melibea no hubiera contestado, o si hubiera sido sorda, no habría qué.

Pues lo mismo le pasa al alcalde Almeida, si no hubiera conocido el contrato, o no hubiera conocido a los amigos de su primo, o si como en su descargo el asunto se trataba de una generosa donación, no habría dicho “de haberlo sabido”, porque su obligación política y jurídica era, precisamente, la de haberlo sabido.

Vale.

Anda estos días El Petiso imbuido de un notable furor guerrero con alma de legionario (de lejonario), movido entre Cetmes y Chopos, marcando el paso de 120, por el despacho arriba, el despacho abajo y sin más pausas para la hidratación que las que le obliga la resentida próstata. Está El Petiso en esos días que trata de que El Conejo Santi no le gane la mano en deferencias hacia el jefe del pelotón, y por eso se mueve desaforadamente en halagos y guatacas. Incluso se encarga de dar la comida a la mascota del cuartel.

En sus vueltas y revueltas por los recovecos del cuartel, y sin pararse en mientes de ningún tipo, El Petiso ha escudriñado en todos los rincones para ver qué sacos arrinconados, con arenas de las trincheras de Brunete, hay y si en alguno encuentra ese objeto que haga feliz al sargento de semana para que le pueda conseguir el pase de pernocta (pernocta, del latín pernoctare, que significa dormir fuera del cuartel).

Por fin, tras muchos días de idas y venidas, más idas, muchas más, ha conseguido encontrar lo que buscaba, para envidia de El Conejo, que seguirá una semana más teniendo que cenar la sopa sin fideos del rancho de la segunda comida del día.

El lejonario de El Petiso

Ha encontrado una figurita de un soldado, de barro, de un lejonario sin duda porque el gorro que lo cubre es un chapiri. Sabe El Petiso que esa figurita la va a gustar al sargento, y que, incluso, está seguro que se le derramará una lágrima de emoción. Cuando le lleva el papel del pase de pernocta para que se lo firme, sonríe, porque sacando la otra mano derecha de detrás de la espalda, colocará delante de su superior la figura y sin duda la firma la dará por segura.

Efectivamente, el sargento, complacido, le ha firmado el pase de pernocta para que El Petiso pueda ir a ver a su novia, y le ha dicho que mañana, a diana, lo quiere en el cuartel. A diana.

El sargento, guardando el muñequito de barro en el bolsillo derecho del pantalón de faena, le dice: – Quiero este muñeco, pero lo quiero ya, pero no de este tamaño. Lo quiero de 6 metros de altura, para que se vea desde todas las partes del cuartel.

El Veterano Manolito Prevengan

… Y así fue cómo El Petiso se comprometió, pisándole cualquier tentación de idea que tuviera El Conejo, a erigir un menumento con motivo del centenario de la legión. Una figura de un lejonario con su chapiri y su cetme, en actitud de andar con el pie izquierdo (perdón, con el otro pie derecho) adelante.

Lástima que antes, mucho antes, otro Petiso había tenido la misma idea y fuera tan parecida, tan parecida, que solamente se diferenciaba en la gorra.

Vale