“Todas las guerras son crueles, pero las guerras civiles lo son aún más”.
Ahora que Naciones Unidas ha decidido intervenir ante la represión llevada a cabo por Gadafi contra el pueblo libio, conviene hacer alguna matización. La primera, y fundamental, que cualquier guerra es un fracaso del hombre.
La segunda matización es que no existen guerras ni santas ni paganas, ni justas ni injustas. En todo caso, existen, por su extensión, guerras totales y guerras limitadas. Pero todo conflicto en el que las armas sustituyen a las palabras es una tremenda derrota de los hombres.
Dicho esto, la realidad, tozuda, nos demuestra que sabiendo que las guerras son crueles, que los conflictos armados comienzan pero nunca se sabe cuándo ni cómo acaban, aunque las estrategias prevean elementos limitados, debemos conocer cómo afrontar estas situaciones.
Ahora, la comunidad internacional (entendida como conjunto, no como suma) ha decidido una intervención militar limitada sobre el régimen de Gadafi. Limitada a la exclusión aérea para tratar de eliminar la capacidad represora del coronel libio y al embargo de armas (para que no pueda comprar más). La exclusión aérea se ha impuesto por la capacidad superior de la fuerza aérea norteamericana y el embargo se impone por mar con navíos de diversos países. La Resolución de la ONU no avala ningún tipo de invasión terrestre.
En este contexto, los pacifistas (utópicos, pero necesarios, muy necesarios) siguen gritando “no a la guerra”, el mismo grito que la derechona mediática recrimina tanto al partido en el gobierno como a todos aquellos que apoyaron las manifestaciones en contra de la decisión de Aznar en apoyo de su amigo Bush. No se trata de igualar, ni mucho menos, la nobleza (y un punto de ingenuidad utópica) pacifista, las dos versiones del “no a la guerra”, pero si constatar que el mismo grito aparece en dos puntos distintos, opuestos, del espectro sociológico.
En lo real, en los hechos que tenemos delante, en la resolución de la ONU (http://www.un.org/es/comun/docs/?symbol=s/res/1973%20(2011)) encontramos la legitimidad internacional para la intervención, algo que en 2003 no existió. En ese año, a nivel nacional, Aznar atentó contra la constitución ante la pasividad (omisión de su deber) de los jueces del Tribunal supremo.
Ahora, la resolución de la ONU faculta para intervenir. Y en esa resolución se apoya la decisión del gobierno de contribuir, con otros países, a hacer cumplirla. Otra cosa es que la resolución haya llegado tarde, sea suficiente o insuficiente.
Vale.
Archivos para November 30, 1999
La muerte de un capitán y un alférez de la Guardia Civil (y del traductor, con nacionalidad española) en atentado terrorista en Afganistán ha vuelto encender una bombillita en la ultraderecha (en la que se incluye el PP) para conseguir que el Gobierno socialista reconozca que España está participando en una guerra en Afganistán.
Rajoy y los suyos no pretenden, como dicen, que Zapatero “diga la verdad” (según ellos, “que estamos en una guerra en Afganistán”), sino que reconozca una situación de guerra que justifique y ampare la deplorable acción de Aznar en las Azores. Acción política, de llevar a España a una guerra ilegal, por la que debería haber sido juzgado penalmente por los tribunales.
La muerte del capitán Galera y del alférez Bravo se debió a un acto terrorista que tenía, como única finalidad provocar una respuesta de los militares españoles que fuera asimilable a una acción de guerra. El capitán Galera y el alférez Bravo estaban cumpliendo un trabajo, el de adiestramiento para la nueva policía afgana, bajo mandato de la ONU, como bajo cuyo mandato están operando en la provincia de Bagdhis.
La situación en el país asiático es de un grave conflicto social, político y militar. Las FAS españolas intervienen en los dos, en el social, con acciones de cooperación muy destacables, y con algún apoyo, escaso, de instituciones extremeñas (Caja de Extremadura y Diputación de Cáceres), y en el político, con formación y apoyo a las autoridades locales, a las que están tratando de dar instrumentos y habilidades para la conformación de un gobierno local que, con la policía y las unidades militares agfanas que se están adiestrando, puedan asumir su propia dirección política. El conflicto militar está desarrollado básicamente por las fuerzas de EEUU, en diversas ofensivas contra zonas claramente dominadas por grupos talibanes.
Esta participación española la conoce perfectamente Mariano Camps, pero el hecho de que cada vez que se refiera a él lo haga sabiendo que la respuesta será que él mismo formaba parte de un gobierno que decidió, a mayor gloria de su mediocre presidente, lleva a España a una guerra ilegal, le descalifica. El seguidismo que de las opiniones que se vierten en los medios de comunicación que se venden en el barrio de Salamanca y similares de toda España es la muestra además de una deficiencia ideológica abrumadora, y de una falta de capacidad política que se suma a la falta de volunta de trabajo que lo ha convertido en el paradigma de la más absoluta indolencia.
Por mucho que lo intenten los ultraderechas, sus voceros y sus plumillas, España está realizando una acción amparada y bajo mandato de la ONU, en un espacio físico, Afganistán, sometido a graves tensiones violentas, pero no está participando en una guerra. Y menos en una guerra ilegal, en contra de las previsiones de nuestra Constitución.
Vale.
Dejando aparte el recurso a las “fuentes generalmente bien informadas”, eso de explicar mejor el despliegue militar tiene mucho sentido, especialmente en zonas como Extremadura, cuyos cargos políticos, de todos los partidos, adolecen de una notable falta de cultura en materia de Defensa.
El año pasado, en octubre, con motivo del Ágora, se organizaron unas jornadas de seguridad y defensa a la que asistieron algunos diputados socialistas a la inauguración, pero no al desarrollo de las mismas. Del PP, nadie, ni a la inauguración siquiera. Tampoco se vieron cargos públicos de áreas que tienen mucho que ver con la Defensa Nacional, que es un concepto que no se limita solamente a las Fuerzas Armadas, que no es un asunto que competa exclusivamente a las FAS.
La falta de cultura de Defensa de la clase política extremeña es abrumadora. Rara vez se hacen declaraciones públicas, y cuando se hacen, normalmente con motivo de alguna celebración o de alguna audiencia entre autoridades, la falta de conocimientos es notoria.
Esa falta de cultura de Defensa se aprecia también, ¡y cuánto! en las relaciones institucionales ordinarias, en las que el protocolo es lo único que más acertadamente se lleva. Pero en cuanto a competencias y relaciones entre administraciones, el desconocimiento mutuo es evidente.
Y si los dirigentes políticos son ignaros en la materia, ¿cómo explicarán a los ciudadanos el despliegue en Afganistán? O como hace el PP, con qué facilidad, sin saber a lo que realmente se refieren ellos mismos, tratan de convencer a los ciudadanos que España está en guerra. Claro, que para que haya una guerra no explican contra quién estaría España en guerra, ni explican que la presencia española en Afganistán es dentro de una misión de la OTAN en cumplimiento de una resolución de la ONU, por cierto, prorrogada hoy mismo.
Entre los dirigentes que no saben de qué van los asuntos de la Defensa y no pueden explicarlo, y los que, con el mismo grado de desconocimiento solamente repiten como loros los argumentarios que les mandan, los ciudadanos terminan recurriendo a lo más fácil (no lo más sencillo) y pensando y diciendo que España está en guerra porque un cabo, el Cabo Cabello Santana, ha muerto en Afganistán.
El Cabo Cabello Santana ha muerto en Afganistán en el cumplimiento de una misión aprobada por la ONU y encomendada a la OTAN, y lo primero que hay que explicar, lo primero, es que la ONU no declara la guerra a ningún país, a ningún territorio, a ninguna etnia.
Vale.



