Las sales del litio (cont.) _29.

cercadelasretamas —  octubre 15, 2022 — Deja un comentario

El retorno de los emisarios de don Tribilín.

Don Tribilín Cascotes estaba muy enfadado. Mucho. Había colocado en la enorme mesa de jefe la cabeza disecada de un zorro con las fauces abiertas y la acariciaba con parsimonia. Había ordenado que sus enviados al sureste de sus dominios volvieran cuanto antes para que le explicaran qué había pasado para que los dineros que le decían en los mensajes que le iban a llegar, que estaban detenidos en el camino.

Y eso que don Tribilín estaba contento, había estado contento a primera hora, porque, por fin, el gobierno había accedido al nuevo procedimiento para hacer las nuevas carreteras que hicieran falta.

Don Tribilín comenzaría esas nuevas carreteras por la de Teruel a Tarragona, que pensaba que le daría grandes beneficios. Una carretera única, a la que únicamente concretar un detalle. La nueva carretera tendrá la misma anchura y longitud, y esperaba que volvieran a rendirme cuentas estos servidores míos, para que con sus buenas acciones, engrosaran las cuentas con las que desarrollar estas nuevas y revolucionarias vías.

Pero parece ser que de los cinco servidores, ninguno ha vuelto con las arcas llenas, y aunque contrariado, no pensaba castigarlos.

Bueno, castigarlos a todos no, a algunos, o a alguno solamente.

Porque Pedro Francisco y Juan Enrique llevan toda la vida con él, llevándole algunos asuntos, y siempre sin tener que andar preguntando. Ya se conocen al dedillo las cuitas de don Tribilín, y sus ideas geniales, aunque luego tengan que, con diplomacia, saber cómo las tiene que rechazar. Como aquella de hacer un tiovivo cuadrado, que sería una obra de ingeniería y matemáticas que sorprendería al mundo. O cuando quiso construir una depuradora de aguas en Cáceres, cuyas aguas depuradas verterían al río Guadiloba convertidas en agua con gas.

Ni Pedro Francisco ni Juan Enrique merecían perder los favores de don Tribilín Cascotes, que estos días andaba cuadrando el presupuesto del nuevo campo de fútbol del pueblo, en el que, para ahorrar costes, había hecho que las rayas del campo estuvieran hechas de hormigón, a base de un tabiquillo de hormigón de 25 cm de altura, para el balón, al menos cuando los jugadores de su equipo lo movieran rasito sobre la hierba, no saliera de los límites.

Pero así era don Tribilín, que lo mismo perdonaba algún error de sus más fieles consejeros, y Pedro Francisco y Juan Enrique lo eran, se mostraba a veces implacable al máximo con los que no se atrevían, siquiera, a levantar su mirada y dirigirse a él.

Con Abel fue también algo riguroso, pero ese nombre, como el del hijo bueno de Adán y Eva, tampoco sería todo lo riguroso que se merecía. Parecía que la cabeza incorrupta del zorro, que acariciaba lentamente ponía su pelaje suave y ablandaba su corazón. Y hablando de corazón, cuando estuvo en boca de todos su idea de hacer un hospital solamente para sanos, y enfrente, otro para enfermos. El negocio era seguro: cuando hubiera una baja en el hospital de enfermos, rápidamente se realizaría un sorteo en el hospital de sanos para cubrir la baja. Negocio rápido y redondo.

Habían entrado en el despacho, en el enorme despacho de don Tribilín y éste, a lo lejos, cuando fueron anunciados exclamó:

  • A ver, los que vienen de la huerta, ¿qué me habéis traído?
  • Yo, señor, dijo Juan Enrique, un saco de arroz de Calasparra.
  • Bien, bien, veo que conoces mis gustos culinarios. ¿Y tú? dijo señalando a Pedro Francisco.
  • Yo, señor, unos pimientos rojos carnosos, para asar al horno.
  • Bien, bien.
  • Yo, don Tribilín, le he traído unas mojamas de chuparse los dedos, acertó a decir Abel.
  • Bien, bien ricas que están.
  • Pues yo, dijo Calixto, le he traído unos crespillos típicos Cartagena, que están muy ricos a la hora de merendar.
  • Bueno, bueno. Lo mismo premio tu iniciativa y te recomiendo para que hagas compañía a un marqués enemigo mío con el que me llevo muy bien. ¿Y tú, dijo señalando a Pedro Enrique?
  • Pues creo que lo mejor que hemos conseguido hacer, agua de la desalinizadora de Escombreras.

Y así fue, queridos niños, como don Tribilín Cascotes recibió a sus servidores cuando volvieron de luchar contra otros elementos como ellos. Y cómo Pedro Enrique dejó de ser uno de sus siervos.

CAST OF CHARACTERS

Juan Enrique Eugenio Llorente

Calixto Alfonso Aguirre

Pedro Francisco José Alfonso Nebrera

Abel Cristóbal González

Pedro Enrique Ramón Jiménez Serrano (a) El Robusto

Vale

… continuará…

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