A lo largo de muchos años, hemos conocido diversas muestras de lo que se considera arquitectura efímera, cada vez más circunscrita a actos religiosos (arcos de bienvenida o despedida a vírgenes y santos), aunque en Cáceres se conservan otros de bienvenida a personajes célebres o a personas que habían realizado acciones en favor de la ciudad.
Sin embargo, esta arquitectura efímera era habitual que se levantaran monumentos con motivo de la coronación de reyes o su muerte. Solían ir acompañados de de la implicación de lo que se ha llamado siempre las fuerzas vivas.
Que esas fuerzas vivas, encabezadas por los corregidores, alcaldes mayores, miembros de la nobleza, el clero y los mayores contribuyentes consiguieran que su ciudad presentara la mejor muestra entre todas las del reino para alabar al nuevo monarca o despedir al rey muerto, no eran gratis. Todos lo que tenían algo de poder perseguían estar presentes en todos los actos, para ganarse el favor del rey.
Cáceres no fue ajena a esa forma de buscar prebendas, no tanto para la propia ciudad, sino para quienes, detentando ya el poder, buscaban más cuotas de ese poder, ampliar su ascendiente económico y militar sobre la plebe, y ampliar su acercamiento a la corte, ya fuera vía eclesial, militar o de la nobleza.
Competir entre ciudades y ganar esa competencia podía reportar grandes beneficios, privilegios, bulas que incorporar a los escudos de la nobleza, los blasones de los capitanes de las levas u obtener una clerecía de más enjundia.
Con motivo de la ascensión al trono de Carlos IV, se publicó en la Gazeta de 1789, esta noticia, de cuatro páginas, describiendo cómo había sido el artificio (a veces, esas muestras de vasallaje no eran ni materiales) que la villa había observado.
La importancia de esta arquitectura efímera era objeto de descripciones literarias, como, por ejemplo, y quizás definitivo culmen, el soneto de Miguel de Cervantes al Túmulo del Rey Felipe II, erigido en Sevilla y todos lo hemos leído al menos una vez.
Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla;
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?
Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.
Apostaré que el ánima del muerto
por qozar este sitio hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente.
Esto oyó un valentón, y dijo: «Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado.
Y el que dijere lo contrario, miente.»
Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
La imprenta de la Gazeta, hoy Boletín Oficial del Estado, recogieron los fastos con los que la ciudad de Cáceres honró al Rey, bajo el título
“NOTICIA DE LAS FUNCIONES QUE HA EXECUTADO LA M.N. Y L. VILLA DE CÁCERES EN LA PROCLAMACIÓN DEL SEÑOR REY DON CARLOS IV, EL DÍA 15 DE AGOSTO”
imprimiendo cuatro páginas, que se recogen a continuación.
Es verdad que fue el Rey Carlos IV el proclamó que fuera esta ciudad la que albergara la Real Audiencia de Extremadura en 1799, y que los fastos señalados fueran de alguna manera los que llevaran a la Corona a esa Real Audiencia. Seguramente.
Además, la descripción de esas noticias de las funciones (actos militares, comerciales y religiosos) son por sí mismas un acabado censo de las familias pudientes en aquella época, tanto militar, como nobleza, económicos o clericales, y que en una parte nada desdeñable, ahora serían los mismos títulos, los mismos privilegios aunque los privilegios económicos hayan variado, no mucho, y sigan estando en el mismo o similar número de personas con diversas connotaciones genealógicas.
Si vemos bien, las fuerzas vivas de la ciudad podrían hoy ser un trasunto, casi copia, de aquellos nobles, de aquellos comerciantes.
Lástima que no hubiera en la villa por aquellos años ningún notable escritor o recaudador de impuestos caído en desgracia, y desterrado en Cáceres, como Cervantes en Sevilla, que hubiera trasladado al color del castellano más florido lo que en la Gazeta es una sucesión “administrativa” del desarrollo de las funciones, ni tampoco tener la imagen artística de un pintor que hubiera trasladado al lienzo tan potentes imágenes.
(Al menos, yo no lo conozco).
Vale



