La recién finalizada campaña electoral a las Asamblea de Madrid ha supuesto un claro triunfo de las derechas y las ultraderechas, que han aterrizado en un campo plácido de libertad, de una libertad que habían perdido. Eso decían. La recién recobrada libertad, ha venido a erizar las espinas que rodean las alambradas tendidas para defenderla de uso y abuso. Los magníficos coros de jóvenes ahítos de alcohol garitando su nombre, han ensombrecido las halagüeñas esperanzas que los más altos y preclaros teóricos sobre la libertad y su necesidad han vomitado en discursos y opúsculos, que han barrido de la historia de la filosofía patria las sin duda livianas ideas esgrimidas por Ortega y Gasset.
Cuando los protectores de los nuevos teóricos de la libertad se han dado cuenta de que son su sola protección les bastas, es cuando se han percatado de un detalle: no saben cómo se usa la libertad, ni para qué sirve. Sobrepasados por las huestes alcohólicas se han atrincherado otra vez detrás de sus banderas, cada vez más llenas de mierda, de sus propios vómitos.
Los caminos de la libertad están llenos de inconvenientes, de obstáculos, que es preciso sortear y eliminar y para lo que no sirve la bandera que mancillan diariamente, ni tampoco esos discursos aduladores que en la bacanal fascista utilizan para arroparse.
La libertad que les han hecho creer sus mamporreros no les sirve porque el valor de tan preciado valor ya no soporta ni los falsos colores de la bandera rojigualda, ni las pulseras que les sirven como esposas que los tiene aprisionados a la espera de los juicios por corrupción que les aguardan.
Ya sé que puede considerarse un ejercicio de torturas que pisoteen sus alienados y blandos cerebros, y los de sus aduladores: Francisco Marhuenda, Antonio Ferreras, Jorge Bustos, Lucía Méndez Prada, Vicente Vallés Choclán (Ladianda Infocon, S.L.), Carlos Alsina (Enhorabuena por su programa, S.L.), Carlos Herrera, Federico Jiménez Losantos, , Angel Expósito, Ana Rosa Quintana, Susana Griso, Eduardo Inda, María Claver, y una larga nómina de siervos a los que la palabra libertad les puede causar graves daños de los que ya no podrían recuperarse, tan deteriorados están…
En mis cuadernos de escolar
en mi pupitre en los árboles
en la arena y en la nieve
escribo tu nombre.
En las páginas leídas
en las páginas vírgenes
en la piedra la sangre y las cenizas
escribo tu nombre.
En las imágenes doradas
en las armas del soldado
en la corona de los reyes
escribo tu nombre.
En la selva y el desierto
en los nidos en las emboscadas
en el eco de mi infancia
escribo tu nombre.
En las maravillas nocturnas
en el pan blanco cotidiano
en las estaciones enamoradas
escribo tu nombre.
En mis trapos azules
en el estanque de sol enmohecido
en el lago de viviente lunas
escribo tu nombre.
En los campos en el horizonte
en las alas de los pájaros
en el molino de las sombras
escribo tu nombre.
En cada suspiro de la aurora
en el mar en los barcos
en la montaña desafiante
escribo tu nombre.
En la espuma de las nubes
en el sudor de las tempestades
en la lluvia menuda y fatigante
escribo tu nombre.
En las formas resplandecientes
en las campanas de colores
en la verdad física.
escribo tu nombre.
En los senderos despiertos
en los caminos desplegados
en las plazas desbordantes
escribo tu nombre.
En la lámpara que se enciende
en la lámpara que se extingue
en la casa de mis hermanos
escribo tu nombre.
En el fruto en dos cortado
en el espejo de mi cuarto
en la concha vacía de mi lecho
escribo tu nombre.
En mi perro glotón y tierno
en sus orejas levantadas
en su patita coja
escribo tu nombre.
En el quicio de mi puerta
en los objetos familiares
en la llama de fuego bendecida
escribo tu nombre.
En la carne que me es dada
en la frente de mis amigos
en cada mano que se tiende
escribo tu nombre.
En la vitrina de las sorpresas
en los labios displicentes
más allá del silencio
escribo tu nombre.
En mis refugios destruidos
en mis faros sin luz
en el muro de mi tedio
escribo tu nombre.
En la ausencia sin deseo
en la soledad desnuda
en las escalinatas de la muerte
escribo tu nombre.
En la salud reencontrada
en el riesgo desaparecido
en la esperanza sin recuerdo
escribo tu nombre.
Y por el poder de una palabra
vuelvo a vivir
nací para conocerte
para cantarte
Libertad
Paul Eluard
Quienes ajenos a los loores insanos que los eunucos que cantan sus inmarcesibles dones para la inanidad de las deidades a las que, con fruición lamen sus fluidos corporales, sientan que pueden ser salpicados por ellos, tan corrompidos y tan semejantes a los detritus de la Charca de sapos, pueden apartarse.
Cada una de las palabras de Eluard, cada una de sus estrofas, debe ser una adarga, una pica que se clave en la podredumbre que supure pus de los cuerpos y limitadas mentes de las falsas deidades que, creyendo haber conseguido la libertad se encuentran desamparados, desarropados de las banderas que se deshilachan, sin sabe ni qué ni para qué sirve la libertad.
Vale.