Las piedras de la ciudad monumental de Cáceres, que tan bien nos vienen para enseñar a quienes nos visitan como si fueran certificados inmarcesibles de nuestra historia, no nos enseñan, creo, todo lo que fue y deberá seguir siendo, la ciudad.
Cáceres celebró su bimilenario apoyándose en la historia de Roma. Sin embargo, la ciudad es mucho más antigua, los primeros pobladores habitaron ya estas tierras en el neolítico.
Demostrada está la presencia de pobladores en mucho más tiempo que ese bimilenario. Las cuevas y abrigos del Calerizo de Cáceres, para resguardarse del frío, las lluvias y los depredadores, se compatibilizaban las épocas de poder aprovechar la bonanza del clima con en los humedales de Los Barruecos y los Arenales.

De esos tiempos tan antiguos, nos van, poco a poco, surgiendo respuestas (no todas las que serían posibles si se destinaran mayores recursos a las excavaciones) en Maltravieso, en El Conejar o en la Cueva de Santa Ana.
Sí tenemos, todavía, a pesar de los maltratos, la lectura actual de los que fueron aquellos tiempos, mucho más remotos que la invasión romana y el imperio de Augusto. Porque el libro en el que se escribieron las primeras historias sigue vivo: se llama el Calerizo, se llama la Ribera del Marco, y si los hubiéramos cuidado (algunos están a tiempo), los aliviaderos del Marco (la Fuente del Rey), el pozo de El Sapillo, el pozo de la Lebosilla, la Fuente de Santa Ana…
Cáceres tiene una historia que no está escrita en las paredes de la Ciudad Monumental (Patrimonio de la Humanidad) sino que fluye por hilos de agua que salen del Calerizo, por una fuente inagotable que era en el Neolítico, que fue en la dominación romana, que fue durante el Islam, que fue durante la Reconquista.
Lo mismo que los primeros pobladores, todavía seguramente nómadas, la aparición de la agricultura (de la acuicultura en la época romana), del sedentarismo, habría permitido a aquellos primeros pobladores encontrar asiento, refugio y ricos beneficios de la cantidad de agua que, como nos decía mi madre, fluye bajo la ciudad, como un mar.
El agua en Cáceres es más antigua que las piedras. Es más, sin el agua, las piedras nunca, probablemente, se habrían levantado. La cisterna que apareció en Mira al Río al tiempo que se cometió el atentado contra el puente de San Francisco, no era tal, era la continuación de la poterna, la puerta más adelantada de la muralla, por la que los sitiados tenían a su alcance acceder al bien preciado del agua.
Por esto, me gustaría llamar la atención por la desaparición de Cáceres durante ¿cinco siglos? de cualquier historia. De la época visigoda parece no haber rastro alguno. Pero la ciudad fortificada romana ahí estaba. El agua abundante del Calerizo, ahí seguía. Las enseñanzas romanas en materia de agricultura habrían dejado rastro en pobladores dedicados a los cultivos más elementales.
Los visigodos (suevos, vándalos, alanos) parece que no tuvieron presencia en Cáceres. O parece que no dejaron huella alguna. Seguramente, se ha estudiado poco ese tiempo.
El gran arqueólogo José Ramón Mélida, en su libro en varios tomos dedicado a Cáceres, dentro del Catálogo Monumental de España, a comienzos del siglo XX sí se refiere, al menos, a alguna presencia goda.
Afirma Mélida que, a pesar de no haber monumentos de la época visigoda, sí se sabe que la Extremadura septentrional quedó bajo el reino godo de Toledo, y fue teatro de guerra durante mucho tiempo. En 585, Leovigildo sumó a su reino la ciudad de Mérida.
Desde mi punto de vista, que Cáceres no fuera conocida/invadida por los pueblos germanos (así parece) no quiere decir que quienes por estas tierras combatieron a las órdenes de cualquiera de sus reyes no tuvieran aposento en la ciudad romana dotada de buenos muros defensivos.
Por eso, me resulta llamativo que siendo el agua un elemento fundamental tanto en tiempos de paz como en tiempos de guerra, las torres romanas de la ciudad no albergaran ejércitos visigodos.
Cinco siglos de historia sin historia parecen muchos.
Vale.