“Cada vez que había una reivindicación de los trabajadores, les apoyábamos” (Pablo Iglesias, en “Dos días y una noche”, Antena 3).
Si realmente hay un “signo de los tiempos” en le cultura (entendida como un modo completo y compacto de relacionarnos con nuestro entorno) española, es la constante y creciente pérdida de los valores semánticos del idioma. La linealidad de las frases, la simplicidad de los mensajes, tiene mucho que ver con una pérdida de conceptos y un alejamiento de la realidad.
En el lenguaje político también sucede: frente a los conceptos formados en torno a una determinada ideología, aparecen los eslóganes, que se pretende que transmitan todo un pensamiento y en la práctica terminan siendo frases huecas y sin contenido alguno. Eslóganes publicitarios que se convierten, a su vez, en hastags sobre los que adeptos y contrarios construyen filias y fobias.
Así, el lenguaje de los políticos transmite una pobreza creciente, pero, sobre todo, dejan al aire cuáles son sus auténticos valores.
En la noche del martes, en un programa de Antena3, Pablo Iglesias, convertido ahora en comunista de conveniencia tras la compra en el mercado de la quebrada Izquierda Unida, soltó una frase que, sin duda, marca cuál es su pensamiento y, sobre todo, cuál es su posición social (su clase social).
Refiriéndose a su familia (socialistas, según él), afirma: “Cada vez que había una reivindicación de los trabajadores, les apoyábamos”.
¡Qué lejos queda en nuestra cultura el uso acertado de los campos semánticos! ¡Qué lejos queda aquello del conceptismo y el culteranismo con el que nos enseñaban a Quevedo y a Góngora!
La frase de Iglesias podía haber sido: “Cada vez que había una reivindicación de los toreros, les apoyábamos”. O “Cada vez que había una reivindicación de los seminaristas, les apoyábamos”. Fuera cual fuera el colectivo, la frase sirve (en el sentido joseantoniano del término). Claro, que también cabe deducir de su tono el concepto real, el criterio real de la misma: “Cada vez que había una reivindicación de los /pobres/desharrapados/ trabajadores, les apoyábamos”.
La posición social (de clase) de Pablo Iglesias es clara: él, su familia “socialista”, en un grado social más elevado, distante, que los trabjadores. Condescendientes, “les apoyábamos”.
El discurso de la casta y la gente, los de arriba y los de abajo, queda retratado con esa frase, que es una declaración de parte: “los trabajadores, los de abajo, recibían nuestro apoyo, aunque pertenecían a una clase social inferior”.
Ahora, Pablo Iglesias, atrapado en su propio discurso, no hace sino manifestar abiertamente su posición: 2los de abajo, la gente, solamente se salvarán si nosotros, los de arriba en la clase social de la inteligencia, los guiamos por el camino que queremos para conseguir el poder.”
Mientras que en las dictaduras el paternalismo es una manera de establecer las diferencias de clase social, ahora Pablo Iglesias se muestra, desde su soberbia intelectual, superior en clase social, y desde esa superioridad ofrece, magnánimo, su apoyo y su guía luminosa para sacar a los pobres trabjadores de la indigencia.
Pablo Iglesias, ahora comunista de conveniencia, nos guía y nos recuerda, a quienes nunca lo hemos olvidado, que hay clases. Claro que las hay, nunca ha dejado de haberlas. Pero él pertenece a la clase alta, desde la que apoya (pero no se compromete ni se implica) a las clases bajas, que son mayoría de votos, los votos que busca, como Susan, desesperadamente para ver realizado su sueño mesiánico (en el sentido vaticanista del término, no en el evangélico).