¿Qué será eso de la nueva normalidad? ¿Cómo será? ¿Cuánto nos afectará?
Cuando ayer, 28 de abril de 2020, el presidente del Gobierno se refería a la nueva normalidad y vi el “furor” causado por la expresión, no me quedó más remedio que escuchar la comparecencia entera (sin las preguntas de los “periodistas”). Más que nada por hacerme una ligera idea de a qué se refería.
Parece que los efectos de la pandemia causada por el coronavirus o COVID-19 van a ir más allá del tiempo que se tarde en doblegar la curva o de declarar superada la pandemia. De hecho, y fue una de las cosas que afirmó Pedro Sánchez es que no habrá fin de la pandemia hasta que no se encuentre una vacuna eficaz que prevenga de nuevos contagios masivos. Por lo tanto, más allá de la desescalada (otro concepto nuevo que asumimos con absoluta “normalidad”) habrá que seguir manteniendo algunas pautas, tanto sanitarias y de higiene individual, como de protección. Fue curiosa la afirmación de Pedro Sánchez de que hasta que se encuentre la vacuna, será “altamente recomendable” el uso de mascarillas en transportes públicos, en espacios con numeroso público, etc. Usar mascarilla hasta que aparezca la vacuna será un elemento de la nueva normalidad. No llevarla, sin que exista vacuna, se convertirá en un elemento de la “vieja” normalidad, que será una práctica peligrosa.
Pero habrá otros elementos a tener en cuenta en esa nueva normalidad, y pensando en diversos escenarios, podrían tener algunas prácticas preventivas. Ahora ya es habitual que en los colegios públicos, los niños más pequeños tengan un horario de recreo, y cuando es posible, un espacio, diferenciado de los más mayores. En un futuro, un colegio con 350-400 alumnos, tendrá que prever situaciones en las que las aglomeraciones sean menores. Seguramente, los consejos escolares y las ampas tendrán que valorarlo.
Lo mismo sucederá en los centros de ESO, en las Facultades Universitarias (sobre todo en este caso en los primeros cursos, que es donde más alumnos se concentran).
En la nueva normalidad se irán produciendo implantación de nuevas “normas” que modulen las concentraciones en poco espacio de muchos ciudadanos, o que por las actividades que estos realicen pudieran estar expuestos, sin vacuna previa, a producir contagios.
Frente a las nuevas normas que surjan, bien desde decisiones políticas y/o administrativas, hasta regulaciones propias de colectividades o empresas, se mantendrán dos niveles, a mi juicio, de reticencias. Por un lado, se producirá un número de voces discordantes negando la necesidad de nuevas normas en base a criterios puramente dogmáticos o políticos. Estas discordancias se irán resolviendo en la medida de que la sociedad vaya aceptando las nuevas reglas de funcionamiento, o, si se produce un mayoritario y evidente rechazo, manteniendo las anteriores a la declaración de pandemia. Por otro, estarán las reticencias basadas en conceptos muy concretos, en actividades muy concretas, que no cuestionarán de plano las nuevas normas, pero que pretenderán que las que los colectivos que impulsen la negativa a aceptarlas, puedan, de modo expreso, volver a prácticas sociales previas a la aparición del COVID-19.
En esa nueva normalidad, tendrán un papel preponderante las alarmas sanitarias de cualquier índole, reales o sobredimensionadas, que obligarán a los gobiernos a adoptar medidas preventivas. Ejemplo de esto último, lo tuvimos ya en España con una amenaza de gripe que llevó al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero a hacer un acopio de vacunas que luego resultó que fueron necesarias. Ahora sería distinto: además de las decisiones políticas de prevenir mediante stocks de productos sociosanitarios, estarían las decisiones políticas y administrativas de regulación expresa de las relaciones sociales.
Vale.