Archivos para November 30, 1999

Hace ya más de un mes del comienzo de la invasión rusa de Ucrania y la guerra continúa. También ya casi un mes desde el comienzo de las primeras negociaciones entre agresor – Rusia – y agredido – Ucrania – y no hay avances en hacia una paz que pudiera ser cuando menos duradera y deseablemente definitiva.

Mapa de situación del Teatro de Operaciones. El Orden Mundial

Las noticias de la guerra son abundantes y normalmente se refieren a los resultados de los bombardeos rusos, ya sea aéreos, ya mediante artillería terrestre. Ucrania, su ejército, solamente puede responder mediante ataques que puntualmente sirven para recuperar alguna población menor y con ello levantar la moral de sus combatientes.

Las noticias de la guerra, desde la frontera oeste de Ucrania hacia Europa, son las de los miles de refugiados ucranianos que cruzan las fronteras de Polonia, sobre todo, Hungría y Rumanía. La ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados ya contabiliza hasta cuatro millones de desplazados, en lo que probablemente sea el mayor éxodo conocido, y sin duda es el mayor éxodo en menos tiempo.

Las negociaciones Rusia – Ucrania comenzaron en la república pro-rusa de Bielorrusia, pero se han trasladado a Turquía, donde siguen bajo el hospedaje de Erdogán, en lo que pareció un nuevo impulso, tomar más fuerza un eventual final de los ataques rusos, pero que continúan en el mismo punto. En una negociación de guerra hacia la paz, se echa de menos comenzarla por el principio. Las negociaciones diplomáticas para terminar con un conflicto, en las que participan los actores del mismo, es fundamental llevarlas con un mandato previo: un alto el fuego. Y eso no se ha producido.

Ucrania negocia bajo las bombas rusas, y, por tanto, desconfía de las intenciones de la Rusia agresora. No se puede negociar cuando uno de los contendientes tiene la pistola humeante encima de la mesas. Y Rusia negocia con la pistola humeante encima de la mesa.

Pero la guerra, esta guerra (hay otras guerras, más antiguas, en todo el mundo), es una contienda entre dos mundos: la Rusia exsoviética que pretende ganar hegemonía política, económica y militar frente a la OTAN, y Ucrania, que parece incluso que ya ha ofrecido a su agresor la neutralidad frente a la OTAN.

Mariupol (Ucrania). Foto Alexander Ermochenko (Reuters)

Hasta aquí lo que más o menos se conoce con cierta seguridad. Ya se sabe que la primera victima de la guerra es la verdad. Y esta no va a ser menos.

Prácticamente a diario escuchamos, vemos o leemos informaciones atribuidas a los “servicios de inteligencia” de varias potencias occidentales que señalan desde el número de soldados rusos muertos, con unas cifras no reconocidas, obviamente, por el Kremlin, hasta cuestiones relacionadas con el posible uso por los rusos de armas nucleares si no avanzan en la estrategia de Putin, o el empleo de bombas de racimo, que están expresamente prohibidas por el derecho internacional. Rusia no reconoce ningún tipo de información que no sea la oficial, como la aparecida hoy mismo del éxodo de hasta 70.000 informáticos fuera de Rusia, o la previsión de la fuga de otros 100.000. Esto es, unos 170.000 en poco más de un mes, y todos huyendo del reclutamiento obligatorio ¿Pero hubo en Rusia 170.000 informáticos en edad militar?

Al comienzo de la guerra, desde el primer día de la invasión, los partidarios del NO A LA GUERRA se acodaron en su eslogan, a modo de barra de bar, y de ahí no salían. Al parecer, su posición, la de fiarlo todo a la diplomacia, que ya venía funcionando desde hacía meses, era el único parapeto para frenar la guerra.

La diplomacia ya funcionaba antes de que Rusia invadiera Ucrania, y la advertencia de lo que iba a ocurrir se percibía no solo en las cancillerías occidentales, sino en los think tanks de geopolítica. Estaba en el aire qué tipo de acciones militares acometería el poderoso ejército ruso sobre la débil Ucrania. Una de las “alternativas” era la de una guerra express, con una victoria en pocos días que terminara con la rendición ucraniana. Pero no fue así, Putin optó por un modelo más convencional: una guerra de ocupación buscando, como con el modelo express, la répida rendición.

El estratega ruso se equivocó: Ucrania no estaba dispuesta a rendirse, con su presidente a la cabeza, el antiguo actor cómico Volodimir Zelinski, y Europa, con el apoyo de la OTAN no permitiría que Rusia avanzara su dominio sobre la frontera. De hecho, Finlandia, que tiene frontera terrestre con Rusia lo que hizo fue sustituir su neutralidad por una petición de adhesión a la OTAN.

Por tanto, Putin parece ser que erró en su estrategia y si bien Ucrania no ha conseguido implicar militarmente a la OTAN en su defensa, si consiguió, al menos, que Europa y la Alianza Atlántica estén ayudando a defenderse a sus ciudadanos, con el envío de armas y municiones.

Y hasta aquí puedo (me gustaría “leer”) leer. No vaya a ser que el prospecto de la medicina de la guerra destape algunos tarros que necesitamos estén cerrados y sellados.

En el asunto de las negociaciones diplomáticas, que como decimos se están llevando con los misiles rusos apuntando directamente a las cabezas de los negociadores ucranianos, la parte ucraniana está más obligada a encontrar un camino de paz, y por tanto, a no cometer ningún error. Por eso, me parece que la participación en su equipo negociador del oligarca ruso Roman Abramovich, dueño del club de fútbol londinense Chelsea me parece muy peligroso, por mucho que el sujeto haya jurado y perjurado lealtad a Ucrania, porque su condición de poderoso multimillonario solamente puede negociar por sí mismo.

Vale.

La máxima de que para evitar la guerra, para mantener la paz, es necesaria la diplomacia y que enviar armas a un pueblo que está bárbaramente sometido por otro infinitamente más potente lo que hace es prolongar la guerra, impedir que los débiles tengan opción a defenderse.

Una vez comenzada la guerra en Ucrania, por decisión de Vladimir Putin, y de que el Gobierno de España haya decidido, junto a otros gobiernos de países de la Unión Europea, enviar armas y municiones al gobierno de Ucrania, Pablo Iglesias, exvicepresidente del Gobierno, e Irene Montero e Ione Belarra han sacado el no a la guerra para intentar estamparlo en la cara de Pedro Sánchez y el propio Gobierno. Han sacado el no a la guerra del mismo cajón del no a la OTAN. Y ni el Gobierno de España ni la OTAN son responsables de la guerra de Putin.

La OTAN es una institución internacional de carácter defensivo, cuya misión es evitar en todo lo posible que los países miembros sean atacados. Ucrania no es miembro de la OTAN y, por tanto, esta organización no puede intervenir en tanto que no hay ninguno de sus miembros que esté siendo atacado. El grito del “No a la Guerra”, que sonó en España con el Gobierno de Aznar tenía su razón de ser porque el dirigente popular no solamente se alineó con otros países, sino que convirtió a España en país agresor, y las consecuencias las pagamos con los graves atentados del 11m.

Ahora, España no es un país agresor, ni lo es la OTAN, a la que pertenecemos. España lo que hace es ayudar a un país con unas tropas y un armamento infinitamente inferiores que está siendo atacado por Rusia.

En la situación actual, con los 10 días de guerra que se llevan desde el primer avance de blindados y bombardeos, la probabilidad de que se produzcan negociaciones (se están produciendo contactos para establecer corredores humanitarios) encaminadas a la paz es casi nula. También es improbable que con una ocupación escasa aún sobre el terreno por el ejército agresor (se supone que Iglesias, Montero y Belarra reconocerán que el papel de agresor se lo tiene reservado Vladimir Putin) pueda prosperar un mediador entre agresor y agredido, con observadores de ambos lados, y la propuesta de que ese papel lo haga China, como reclama el Alto Comisionado Josep Borrel, o que sea Angela Merkel, como también ha sonado, también se antoja lejana.

En estos momentos, con la iniciativa exclusivamente en manos de Putin, amparada en la superioridad de sus fuerzas armadas sobre las de Ucrania, es el agresor el que se siente más cómodo y el que va tomando decisiones no solo militares sino de otro tipo que eliminan cualquier intento de mediación.

Las noticias de ayer sobre el apagón informativo decretado sobre Rusia no solamente van destinadas a demostrar su dominio en la guerra, que también, sino a algo más aparentemente inocente. Por ejemplo, durante unos días se han visto en “Occidente”, también en la propia Rusia, manifestaciones en contra de la guerra, manifestaciones de rusos exigiendo a su gobierno el cese de la guerra. Esas manifestaciones han estado seguidas de miles de detenidos. Ya no se verán en el extranjero esas muestras contra Putin: lo que no se ve, no existe. Y no se verán ni manifestaciones ni policías rusos deteniendo a sus compatriotas.

Tampoco tendremos noticias provenientes del agresor porque se impondrán penas de cárcel, de hasta 15 años, a quien difunda “desde Rusia” noticias que sean consideradas falsas. Será muy difícil que medios y periodistas rusos puedan contraponer sus datos a los oficiales que serán los que “informen” de los avances de la invasión. Pero es que, además, esa amenaza de cárcel se extiende a los periodistas de medios de comunicación internacionales, por los que las grandes empresas de comunicación están sacando del país a sus redactores.

Putin ha ordenado el silencio, silencio de ida y vuelta: no saldrán informaciones desde Rusia y también se impedirán las noticias que puedan llegar. De ahí el cierre para el país de Twitter y Facebook. Ningún ruso deberá saber qué se dice de la guerra en otros países ni podrán contrastar lo que ellos puedan conocer.

En esta situación, la posición naïf de Iglesias, Montero y Belarra carece de sentido, porque por mucho que se grite No a la guerra, el grito no llegará a su destinatario, y por mucho que se grite No a la OTAN, no podrá condicionar lo que la Organización Atlántica pueda hacer en el caso de que un país miembro fuera atacado.

¿Cuándo podrá llegar la diplomacia, la negociación?

Bueno, siendo simplista, habría que concluir que cuando Putin quiera. Aunque en sentido estricto así sea, deberán los gobiernos occidentales, los gobiernos europeos y los estados mayores de sus fuerzas de Defensa y de la OTAN los que tengan que atisbar cuándo será ese momento.

Hasta ahora, lo que se está viendo en el teatro de operaciones es una invasión a gran escala de una superpotencia sobre un país menor en todo, y que parece que se trata de una operación en principio para someter a Ucrania y a su gobierno, y sustituirlo por otro afín con el invasor. Pero de esta posibilidad, Putin no ha dicho nada. No ha establecido cuál sería, previsiblemente, su finalidad. Por ejemplo, la opción que podría resultar menos cruenta, sería la de cambiar el gobierno ucraniano. Sin embargo, desde el punto de vista militar, la masiva invasión por tierra, mar y aire, parece más propia de una anexión, ya fuera en su término más exacto, ya fuera otorgando al invadido un status de república confederada. En ambos casos, la finalización de la guerra estaría sujeta al cumplimiento de la misión, y a su mantenimiento en el tiempo.

Y es en este punto, en el de cumplimiento de la misión encomendada por Putin a sus fuerzas armadas donde radica el nudo de la puesta en marcha de negociaciones de paz. Es decir, cuando Vladimir Putin tenga el convencimiento de que todos los fines de la guerra están conseguidos, será cuando dé paso, de conformidad a negociaciones de paz, para las que dejará elementos como el tipo de gobierno que “permitirá” en Ucrania, el volumen de las fuerzas rusas que permanecerán en ese territorio y elementos menores, que le permitan establecer un status quo que, aceptado por Ucrania (si este tuviera capacidad de decidir sobre algo) y por los países occidentales, le sirvan de un ahíto imperialismo y convertirse, si no lo es ya, en el zar de todas las rusias.

En este panorama, totalmente sobrepuesto en las buenas intenciones del No a la guerra, del No a la OTAN, ¿qué plantean quienes como los líderes de Podemos que pudiera torcer la voluntad de Putin? Si los tres meses en los que se han producido cruces de cartas Putin-Biden, reuniones de jefes de Estado y de gobierno lanzando mensajes al líder ruso, reuniones de Macron y Scholz con el propio Putin, ¿qué capacidad coercitiva sobre el agresor ruso podrían dar lugar a negociaciones?

En estado de guerra, declarado unilateralmente por el agresor, que fuerza ni siquiera moral podrían tener las palabras de los grandes pensadores de países occidentales para hacer desistir de la agresión. En este estado de guerra la ética y la moralidad del agresor no tiene ninguna prevalencia sobre su deseo de completar la misión que se ha marcado conseguir mediante tanques, misiles, bombardeos… mediante la destrucción del país agredido.

¿Qué se consigue con el envío de armas y municiones desde países europeos? No mucho, la verdad, pero sí un mensaje de apoyo a los ucranianos, para que, en cuanto la voraz hambruna militar de Putin pudiera verse ahíta, acudir a la mesa de negociaciones. Y también, un mensaje ético y moral al pueblo ucraniano en su soledad.

Recordemos, aunque estos días se ha observado su ejemplo, que la II República española, el abandono de los países occidentales hacia el gobierno legítimo, frente a los apoyos militares del fascismo de Mussolini y el nazismo de Hitler, fue clamoroso. La acertada definición de León Felipe sobre Inglaterra quedó marcada en su obra, cuando la llamó Raposa.

Solamente cuando Putin quiera, podrá haber negociaciones. Y mientras tanto, el No a la guerra y el No a la OTAN no será sino cuentos infantiles de niñatos criados en terrenos roturados con aportaciones de abono que, a las primeras lluvias, son arrastrados por la realidad.

Ahora, la realidad es una guerra cruel por desigual.

Vale.