Archivos para dignidad

El alcalde de Madrid, don Alberto, ha tenido una ocurrencia paternalista, propia de quienes ven el mundo desde una derecha rancia y antigua: prohibir los hombres anuncio en nombre de la dignidad. Es rancia y antigua, y paternalista, porque pretende defender la dignidad de quienes, en la Gran Vía de Madrid se ganan la vida colocándose de hombres anuncio, de quienes, para poder vivir dignamente, aceptan ese puesto de trabajo.
Me parece muy bien, y estoy de acuerdo con don Alberto, en que hay que defender la dignidad del hombre. Claro. Pero prohibir los hombres anuncio… Porque, vamos a ver: ¿es indigno que un inmigrante, en paro, para poder pagarse un alquiler y poder comer una vez al día, se coloque unos cartelones y se pasee por la Gran Vía a la vista de mucha gente que pasa? No creo, don Alberto, que eso sea más indigno que ser hombre anuncio de una casa de apuestas, que sea visto por millones de personas, y encima los hombres anuncio que llevan camisetas con esa publicidad son aplaudidos y considerados héroes. Y quien dice casas de apuestas, dice coches, refinerías, y cualquier cosa que produzca enormes beneficios.
¿Qué diferencia hay, don Alberto, entre un inmigrante que trata de ganarse dignamente 600 euros al mes y una megaestrella de fútbol que anuncia una casa de apuestas? ¿Es que hay que defender la dignidad del hombre anuncio de Gran Vía y no defender la dignidad de Raúl? ¿O es que Raúl, al venderse como hombre anuncio ha perdido su dignidad?
En realidad, al bueno de don Alberto, que se ha pasado con esto varios pueblos, hasta por lo menos Navalmoral de la Mata, le ha perdido la vestimenta: ha querido vestir de defensa de la dignidad lo que es en realidad su deseo de retirar de la vía pública a esos pobres desgraciados que se pasan el día arriba y abajo por la acera anunciando la compra de oro.
Así, don Alberto, no se defiende la dignidad. Así, lo que está usted haciendo es poniéndole precio. Y eso… es indigno.
Vale.

Después del lamentable espectáculo servido a lo largo de la legislatura por los magistrados del Tribunal Constitucional, ahora se hacen los dignos.
Después de no tener capacidad de acuerdo, de diálogo, que en quienes ostentan el mayor rango jurídico constitucional debería ser un rasgo ordinario, ahora se hacen los dignos.
Después de no tener agallas ni valor como hombres y mujeres para soportar y acallar los ataques a su «dignidad» personal y profesional que la extrema derecha, incluido el Partido Popular que la representa, les han propinado durante la legislatura, ahora se hacen los dignos.
Después de no ser capaces de defender la dignidad del Tribunal para el que han sido elegidos, ahora se hacen los dignos.
Cuando el Fiscal General muestra su desacuerdo con la absolución de los estafadores Alberto Cortina y Alberto Alcocer (son estafadores, aunque el delito, según los «dignos» magistrados del Constitucional haya prescrito), y dice en voz alta que los estafados, las víctimas, quedan indefensos, ahora se vuelven dignos.
Los magistrados del Constitucional que, todos a la una, firman un escrito dirigido al Presidente del Gobierno quejándose de la crítica del Fiscal General, debieron, muchas veces en la legislatura, haber hecho acopio de la dignidad de la que, con su carta, ahora dicen tener, para que el Tribunal Constitucional no hubiera sido, como ha sido, una cancha de ambiciones personales, de bajezas políticas.
Ninguno de los doce magistrados que firman la carta de queja tienen la dignidad, la mínima dignidad para seguir en sus cargos. Seguramente, la excedencia les permitiría abrir prestigiosos bufetes en los que nos les faltarán clientes como los Albertos y podrán tapar con dictámenes, informes y dossieres las vergüenzas que hoy les han quedado al aire.