Los pueblos del Ibor y su emigración.

cercadelasretamas —  marzo 1, 2021 — Deja un comentario

Los pueblos del Ibor y su emigración

Ahora, cuando tanto se escribe y habla sobre la España Despoblada, conviene recordar, porque es de justicia, los llamamientos sobre la emigración que hace ya más de un siglo, aparecían periódicamente en los medios escritos de hace más de 100 años. Unos llamamientos que, como el texto que a continuación se transcribe, publicado en EL NORTE DE EXTREMADURA, el 30 de marzo de 1907, y firmado por Manuel Plaza Pizarro, sobre cuya y milagros no me ha sido posible encontrar referencias válidas. El apasionamiento con el que el autor relata sus emociones cuando ve partir a familias enteras, y cómo narra las riquezas del Valle del Río Ibor, entre Casas del Castañar y Navalvillar de Ibor, hace ver que ya en aquellos años había extremeños a los que espantaba la emigración, sobre todo teniendo en cuenta las riquezas de las tierras que abandonaban buscando mejores condiciones de vida.

La creación del Geoparque de Las Villuercas, Ibores y Jara, supone para los pueblos que forman la región, un siglo después de que Manuel Plaza publicara su artículo, una magnífica y única oportunidad para procurar a sus habitantes una oportunidad, la que no tuvieron sus antepasados, y que deberán agarrarse a ella, a traducirla en un futuro próspero para sus gentes.

Nunca fue idea mía la de atribuirme vanidosamente la prioridad de la iniciativa en pró de los intereses regionales de esos pueblos del Ibor y de los que ya me ocupaba en un anterior artículo titulado “La política en el distrito de Navalmoral de la Mata”.

Tampoco está en mi ánimo, siquiera, el esbozar un problema tan arduo y complejo, que como el social, parece ya iniciarse á través de la aparente ingenuidad de los habitantes del Valle.

Ubicación del Río Ibor. Provincia de Cáceres.

No me creo, paladinamente lo confieso, con autoridad y competencia suficientes, para abordar asuntos de tales trascendencia y tan sagrados como son éstos. Harto haré con exponerlos, con presentarlos, guiado de una fuerte voluntad, mantenida por el acendrado cariño que todos tenemos hacia la patria chica.

¡Cuántos ayes de angustia, de dolor, han sido lanzados por pueblos de otras provincias, con sus arranques de amenazas de emigración para atraerse las miradas compasivas de los que nos rigen! Si á saberse fuera, por unos y fútiles pretextos, comparativamente con los que aquí se traen. Estos pueblos de me ocupo, sordomudos, nada han dicho nada dirán. Aguantan y sufren callando. Pasiblemente dejan transcurrir los tiempos y minados por el arrastre impetuoso de la vida y de las exigencias actuales, faltos de todo elemento, de toda ayuda, aprisionados en cárcel perpetua, su espíritu se empobrece, sus energías se apagan, y la esperanza y la ilusión del mañana perdidas, no pueden ni sus fuerzas se atreven á otra empresa que no sea la de esperar con quieta y pacífica resignación el fin ansiado de la desesperante crisis que les alosa.

Nada de pesimismo, nada de apasionamiento; los que convivimos en estos pueblos, los que de cerca palpamos y escuchamos  quejas, somos los que precisamente sufrimos y los que con ellos compartimos su dolor.

¿Quién no ha presenciado allí, en las afueras del lugar, junto á la típica cruz de granito las desgarradoras  escenas de despedida? Escenas que destrozan el alma, que conmueven al indiferente… de siempre tristísimos recuerdos.

Familias completas liquidan sus ya desmembrados bienes para reunir el puñado de pesetas que les alivie el viaje y les ponga franco á bordo. Mujeres, niños y ancianos se aprestan á la marcha; sus hatillos al hombro dan el último adiós, el último abrazo á sus seres queridos que allí dejan, y sollozando camino adelante van… á lo desconocido, á ser carne de déspotas mayordomos… verdadera remesa de coolies.

Y cuando de lo alto de una meseta, á las postreras luces del día, el toque del Angelus hace elevar nuestras miradas enfilando la silueta de los campanarios y agrandándose ante nuestros ojos en lejano horizonte, una inmensa y desierta manigua, emocionados decimos… van á colonizar…

Agreste campiña de espesos é intrincados matorrales, exuberante vegetación de lozana y atrevida jara, laberinto de corpulentas madroñeras, lentisca, romero, todo un reino vegetal se enseñorea en miles y miles de hectáreas, sin que la mano del hombre haya hecho otro cultivo que la roza que destruye y el fuego que lo arrasa.

Abajo en el hondo valle la dilatada faja  blanca de regada vega, pobre y mezquinamente cultivada por el primitivo sistema rutinario y de precursora ruina para el campesino. Ruidosos saltos de agua, lamentables pérdidas de fuerza motriz que, vertiginosa, corre azotando el ramaje siempre verde de una de una prodigiosa variedad de alisos, toros, sauces, fresnos, hojaranzos… que en desaliñado contraste cobijan las limpias y cristalina balsas que forman sus remansos.

Valle del Río Ibor. Navalvillar de Ibor. Cáceres

En las laderas y en encantados bosques, se confunden el roble, quejigo, alcornoque y acebo; bosques maderables extensísimos de árboles jigantes, la mayoría carcomidos, efecto de su incultivo y clamando ya por la renovación de otros.

Y en este oasis, en esta vasta extensión donde no se descubre palmo de terreno que no sea fructífero para el común sustento de sus naturales, se encuentran principalmente enclavados y separados sólo por unos kilómetros, los dos pueblos de Navalvillar y Castañar de Ibor.

Aduares de amontonadas casas, mal hacinadas unas sobre otras, viviendas ruines de pobrísimo y miserable aspecto, callejas inmundas, permanentes centros de pudrideros y constantes gérmenes de fiebres y otras epidemias; inhabitables si la naturaleza no prodigara los aires más oxigenados y las exhalaciones más sanas que hace emanar de su repujante vegetación.

Gente llena de vida, astuta y de clarísimo entendimiento habitan estas aldeas; rebosante de vigor, trabajan, pero trabajan sin fe, sin entusiasmo, sin esperanza de recoger nunca el fruto de su harapienta vida.

Sus productos mezquinos y á tanta costa recolectados, no compensan ni el escuerzo ni los ahorros allí invertidos. Les falta el todo, escasean los medios. Habitan, sí, un campo rico pero ¿de qué les sirve? ¿Para qué lo quieren? ¿Cómo transportar los indispensables abonos minerales que utilicen para fertilizar sus fecundas vegas. ¿Cómo cambiar  de planta y sistema de cultivo si no hay salida para sus cosechas, si las transacciones no existen, si los frutos se pierden por falta de medios de comunicación? Pero ¡qué más! En las grandes avenidas del Tajo, en los frecuentes temporales de invierno y primavera, éstos y otros pueblos del valle se ven forzosamente obligados á guardad absoluta incomunicación con la capital de su partido. Ni un puente que les preserve del constante peligro á que se exponen al barquear el río.

Puente sobre el Río Ibor. Provincia de Cáceres.

¿Qué hacer? Agobiados por las crecientes necesidades de la vida, fustigados por la escasez de medios, oprimidos y vislumbrando negro horizonte de miserias y ruinas, desalentados pretender buscar el consuelo de otros países y allá se arriesgan siempre con la ilusión del mañana.

Entiendo que la emigración es beneficiosa; sobre todo en los países cultos y naciones adelantadas es, digámoslo así, el complemento para el ensanche de razas y de relaciones de negocio. Mas otras clases de emigraciones: aquellas que maduramente se fraguan en riguroso y acabado aprendizaje en los Escritorios de casas explotadoras de Hamburgo, Manchester, Liverpool, etc., de juventud sana, ambiciosa de poder, previamente adiestrada y que con su inteligencia y prácticos conocimientos, se lanzan á copar para sí y para su país las primeras patentes en todos los ramos de la industria y el comercio.

Pero estos desdichados ¿á donde van? ¿á colonizar cuando aquí nada hay colonizado?

Abrigo la esperanza, tengo la firme convicción del risueño porvenir que á estos pueblos les está reservado. Por ley natural la riqueza de este suelo y subsuelo no puede quedar oculta; ha de llamar fuertemente la atención de poderosos Sindicatos extranjeros que se interesarán en esta sierra olfateando codiciosamente sus tesoros y en donde encontrarán ancho campo de investigación para sus empresas. Ellos aprovecharán lo que nosotros despreciamos. A su lado aprenderemos y desarrollarán, con la cooperación de sus influyentes, sus planes de explotación, comenzando una era próspera y de positivos resultados para esta comarca.

Esas familias que ahora emigran, esos braceros irreemplazables que se van, son los que más tarde harán falta para habitar, colonizar y trabajar en estas desiertas campiñas.

MANUEL PLAZA PIZARRO.

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