Pau Rivadulla Oró (a) Pablo Hasel
Llevaba unos días pensando en escribir algo sobre el (de momento) rapero Pablo Hasel, a consecuencia de los disturbios que, con la excusa de su encarcelamiento por injurias a la Corona, se vienen sucediendo en determinadas zonas del país.
No me decidía hasta que hoy he visto, en El Periodico.com una noticia que, en verdad, anima a no sentir ninguna empatía y en no atribuir ningún esfuerzo para aplicarle la máxima de Concepción Arenal: “Odia el delito y compadece al delincuente”.

Detención de Pablo Hasesl en la Universidad de Lleida. Foto: El Periodico.
La noticia de hoy se refiere a que el reo Pablo Hasel se niega a compartir celda con el argumento de que son muy pequeñas.
Si realmente el delito de injurias a la Corona fuera la causa única y última del ingreso en prisión de Pau Rivadulla Oró (a) Pablo Hasel, por supuesto que habría de odiarse el delito, un delito que más pronto que tarde debe ser eliminado del Código Penal.
Pero el delincuente Hasel no está en prisión solamente por ese delito. Adornan la carrera del niño burgués de Lleida, alumno de los claretianos hasta su abandono de los estudios en bachillerato, diversos delitos que en nada tienen que ver con su historia de rapeador. Y esos delitos son los que le convierten en delincuente.
Que ahora, el niño burgués Rivadulla se revuelva contra el sistema penitenciario diciendo que las celdas son muy pequeñas y que no quiere compartir una con ningún preso se convierte en el símbolo de muchas de las violentas manifestaciones que en su nombre otros niños burgueses como él, acostumbrados a las sábanas que sus mamás les preparan en sus confortables dormitorios, llevan a cabo.
Que la historia de un niñato burgués, como muchos que se entreveran en organizaciones autollamadas antifascistas, o en grupos de acción como los que se autodenominan CDRs y que hacen campaña para la CUP en Cataluña, o que, aún más graves, serán los que en su momento traten de arrumbar un gobierno de izquierdas, que esta sea la historia que rompe escaparates, apedrea el Palau de la Musica bajo el mantra de la libertad de expresión, desde luego dice muy poco a favor de los que así se muestran.
Que el niño burgués Rivadulla, como otros niños burgueses catalanes (con Puigdemont como banderín de enganche) sean quienes pretendan tomar la bandera de la libertad de expresión, de la lucha antifascista, y además sean jaleados por ¿líderes? políticos que hacen gala de una supina ignorancia (Pablo Iglesias, Pablo Echenique) en sus acomodados asientos y poltronas, descalifica a estos.
Que un vicepresidente del gobierno, en un gobierno de coalición, o que el portavoz del partido minoritario en ese gobierno sean los que aplaudan, compadezcan a un delincuente clasista, pequeño burgués, retrata a los han tomado la máxima de Concepción Arenal haciendo causa común con él, y serán los que reclamen para su patrocinado reo, una confortable celda y el derecho a que todas las noches su mamá o la chica “que trabaja en casa” vaya a la hora de silencio en la prisión, a arroparle y a desearle buenas noches.
Vale.
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