Este confinamiento al que nos ha sometido el CVOID-19 parece que va a durar todavía algunos días más. O quién sabe. Para los científicos, el confinamiento durará en función del comportamiento del virus, ese imperceptible actor para el ojo humano, mientras que para los que somos legos en ciencia, el confinamiento durará siempre demasiado. Dura ya demasiado.
Asomarse a la ventana, o salir a un balcón de poco más de 40 dm2, en una calle estrecha, o en asomarse a una ventana desde la que se ve a lo lejos “el campo”, es una especie de alivio, o una especie de martirio.
Confinados entre las paredes de una casa, buscando ventanas físicas o virtuales o imaginarias, sin saber si mañana tendremos la buena noticia de que podremos salir de casa a algo más que a avituallarnos de productos comida o farmacia, o si mañana, como hoy, como ayer, volverá a ser lunes.
Al menos a mí me ocurre que siempre me resulta lunes desde hace 42 días, y cada vez el lunes es más pesado, más amenazante.
Estamos, estoy confinado a mi pesar y además se me exige en tanto que ciudadano que sea ejemplar, que no salga ni a estirar las piernas, y, mucho menos, a estirar mis pensamientos. Las piernas parece que encogen, lo mismo que los pensamientos. Nunca, ninguno de nuestros contemporáneos, hemos vivido algo semejante, algo para lo que no estábamos preparados, algo para seguimos sin estarlo, sin ni siquiera haberlo imaginado.
No es ciencia ficción, no es una pesadilla. Eso podría ser lo que me parecía los primeros días. Los primeros lunes. Cuando todos los días son lunes, cuando el tenue sol de primavera se marcha por el horizonte, entre las casas que puedes ver desde tu ventana, sabes que al día siguiente todo volverá a ser igual.
No es esa rutina con la que me podría haber acomodado a vivir, una rutina buscada para evitar sobresaltos, dientes de sierra en los estados de ánimo; es una rutina impuesta, sin saber muy bien por qué (los científicos son los que saben), o por quién. Es la ciencia la que nos lleva por un camino que solamente ellos creen saber que es el que nos conducirá a un nuevo horizonte.
Pero mientras los científicos buscan un horizonte seguro en el que dejarnos libres, desconfinados, la filosofía, se encuentra igualmente confinada: ya no podemos preguntarnos ni de dónde venimos, adónde vamos.
Solamente sabemos que venimos del lunes y vamos al lunes.