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Ayer, con motivo de un mitin en no sé qué sitio, ni me importa, Pablo Casado, ese milagro de equilibrio, tuvo la brillante frase que descubrió al nuevo malvado. Porque fue una frase, una idea vacua como todas las que le escriben y él, cada día más jimagua de Miss Ciempozuelos, repite como un lorito de espectáculo de feria.

La brillante idea que no sabemos de qué cuernos salió se refiere a que, desde la dimisión de Pablo Iglesias, el ignaro líder (a cualquier mierda llaman líder) andaba como pollo sin cabeza hasta que, ¡eureka¡ descubrió que el radical del gobierno no era Pablo, sino Pedro. Sí, Pedro Sánchez, el radical.

Que Pablo Casado tilde de radical a Pedro Sánchez no deja de tener su punto de guasa gorda, porque radical, racial, Sánchez no lo es. En todo caso, un dirigente centrado (en su discurso), de buenas formas, con buen conocimiento del inglés, que le sirve (que nos sirve) para que en Europa nos tengan en consideración.

Seguramente, a Pablo Casado no se le habrá ocurrido (a él solo, desde luego que no, es muy cortito) lo de llamar radical a Sánchez porque crea que lo es. Se les ha ocurrido, a él y a quienes lo manejan, para poder acomodar su lenguaje a su enemigo.

La derecha, esta derecha que desgraciadamente campa por España a hombros del periodismo, del periodismo que se ve, que es el mayoritario, quiere un lenguaje violento, un lenguaje que justifique y oriente hechos violentos, y nada mejor para ello que imaginarse un enemigo que desprenda violencia, un enemigo radical. Porque Casado necesita la confrontación con un enemigo (en el sentido bélico del término) para justificar su deriva cada vez más errática, cada vez más cercana al precipicio, y no dejarse comer el terreno por su verdadero contrincante, el partido fascista. ¿Cómo marcar distancias con el partido fascista sin dejar de ser beligerante con el enemigo? Pues adoptando las mismas armas. Hoy, sin duda, son indistinguibles Casado y Abascal. Son, los dos, igualmente fascistas. La diferencia estriba en que Abascal ya había llegado a ese otero cuando creó su bandería, y Casado se tiene que empeñar, se tiene que embarcar cada día, cada mitin, cada hora, en reivindicar el otero.

Casado se reúne por videoconferencia con un ministro marroquí seis días antes de la grave crisis en la ciudad de Ceuta.

El descubrimiento del radicalismo de Sánchez, según Casado, ha creado una necesidad en el flecha de Génova, que es la de demostrar su liderazgo frente a un Presidente del Gobierno de coalición, que a pesar de todo lo que se esfuerza la derecha, especialmente la mediática, se sostiene por una amplia mayoría parlamentaria. Ese pretendido liderazgo de Casado le está convirtiendo en lo que realmente era: un monigote.

Desde Génova creen que solamente un reseteo del monigote pueden presentarse como paladines de la derecha, y para ello, necesitan, como el comer, diferenciarse de los de Box, y aparecer y ser más violentos en el lenguaje, más virulentos en las descalificaciones, más de derechas, ¡coño!

Y a todo esto, los hitos que va consiguiendo Casado son, entre otros: decir que el PP de Rajoy es el viejo PP, que el nuevo es otra cosa, mientras su hada madrina está imputada por corrupción, decir que para el nuevo PP se necesitan nuevos espacios y que para ello venderán la sede de Génova, pero ni Fotocasa ni Idealista han recibido el anuncio.

Y sobre todo, para demostrar que son un nuevo PP, con un discurso moderno y mejorado, ha decidido rodearse de los mejores ideólogos, de los mejores filósofos, de los más expertos en Ciencias Políticas, y para ello ha tenido a bien nombrar a Albert Rivera su asesor de cabecera.

Si aguantan mucho en Génova, 13, cuando lo vendan, si lo consigue, las encimeras de los lavabos van a valer su precio en polvo.

Vale.