El 7 de agosto de 1918, el periódico liberal EL BLOQUE publicaba un artículo de Jacinto Benavente, el autor de «Los intereses creados» y «La malquerida», entre otras obras, y que en 1922 sería elegido Premio Nobel de Literatura.
El autor teatral, que a lo largo de su vida se vio sacudido por los avatares de la propia realidad española, pasando, por ejemplo, de ser uno de los creadores de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, en 1933, a ser censurado durante el franquismo (sus obras se representaban si citar su nombre, sino como “del autor de La malquerida”), y a participar en desfiles y conmemoraciones del franquismo, dejaba ver en el artículo que reproducía El Bloque, la doble moral de la llamada “alta sociedad” de la época, señala en la “señora de ***”.
Jacinto Benavente
¿A qué atenerse?
La distinguida señora de ***, en su casa y fuera de su casa:
En casa.- Necesita un portero. Condición: casado pero sin hijos. ¿Con chicos? De ninguna manera. Los chiquillos… que juegan y lloran y alborotan en la portería… No puede ser.
Fuera de casa.- Es secretaria de una sociedad protectora de los niños; contribuye á una Gota de Leche y cose para un Ropero de niños pobres.
En casa.- Ordena al mayordomo que despida inmediatamente á una doncella , en quien ha creído advertir señales de próxima maternidad. ¡Son cosas que no pueden tolerarse! Ella no se ha interesado nunca por la muchacha, nunca ha sido para aconsejarla, ni se ha cuidado nunca de los peligros que pudiera correr en su casa ó fuera de ella… Pero, ¡aquello! ¡Oh! ¡Aquello!
Fuera de casa.- Cargo importante y de faroleo en la Asociación Contra la Trata de Blancas; ídem en la Sociedad protectora de madres desvalidas.
En casa.- La servidumbre duerme en aposentos sin ventilación, el trabajo está regulado por los caprichos de la señora… Si la tertulia de noche se prolonga hasta la madrugada, los criados precisos velan toda la noche y después han de madrugar para atender el servicio, limpieza de habitaciones, etc. Cocheros, lacayos y “chauffeurs” aguantan heladas, lluvias y ventiscas, hora y horas. La alimentación de la servidumbre es por contrata con el cocinero, y el que no consigue captarse las simpatías del “jefe” anda á media razón por lo regular.
Fuera de casa.- Juntas se sanatorios y ligas antituberculosas.
En casa.- A los oficiales y jornaleros encargados de trabajos, obras y reparaciones se les paga un jornal muy regateado. ¡Abusa de un modo esta gente! Todo hay que ajustarlos antes: ¡desde que la gente baja lee el periódico!… Y ¡esa Casa del Pueblo!
Fuera de casa.- Funciones de beneficencia para los pobres de la parroquia; limosnas y donativos á vagos y holgazanes, con tal de que cumplan con la Iglesia y lo pidan por Dios. Todo lo que sea Caridad y nada que sea Justicia. ¡Es natural!; la Justicia no hace tanto ni hay porqué agradecérsela…, con ser más rara virtud que la Caridad.
En casa.- En las comidas íntimas, en las sobremesas, delante de los criados, se murmura de los amigos, se cuanto su vida y milagros, se ridiculiza á los ministros y á personajes más altos; en suma, se siembra indisciplina social.
Fuera de casa… y en casa también.- ¡Esta Prensa, que no respeta la vida privada! ¡Vivimos en plena anarquía” ¡No se respeta ni lo más respetable! ¡Con estos Gobiernos que se llaman liberales!
En casa.- La señora recibe á distinguidos judíos y luteranos, y se despitorra por ellos si son gente de viso.
Fuera de casa.- Firma exposiciones contra el Gobierno para impedir que se autorice la apertura de una sinagoga ó de una capilla protestante.
En casa.- La señora se viste en París; veranea en el extranjero, y los pocos libros que lee son franceses; los niños tienen “nurse” inglesa y aya alemana. Se escandaliza de las comedias españolas y no se pierde representación de una Compañía francesa.
Fuera de casa.- Es muy española: va á los toros, y, aunque en menos cantidad de la que paga á su modisto de París, contribuye á todas las suscripciones patrióticas. ¡En la de la bandera para el barco “España” no ha faltado su peseta…!
El patriotismo de la distinguida señora de *** es tan grande como su caridad. Ya lo dicen los cronistas de salones. ¿Tendremos razón para no tomar en serio su caridad ni su patriotismo?