Muchos recordamos aquellas láminas de recortables, en los años sesenta mayoritariamente de muñecas, que las niñas de mi barrio llamaban mariquitas y jugaban a darles la vuelta… Recortables. Aquellos recortables venían con un dibujo de una niña, menos veces niños, ya digo, y con trajes, vestidos, gorros que dos extensiones que se doblaban se vestían. Y eran intercambiables: todas las figuras del mismo tamaño podían tener muchos vestidos, uniformes…
Ahora, los recortables, los intercambiables, han vuelto. Los medios de comunicación (esos que controlan el quinto poder, la información) están continuamente enseñando muñecos casi desnudos a los que visten con los uniformes que más les interesan en cada momento, sean o no de interés informativo para la población.
Ahora se lleva el cuarentañero, desnudo de ideología, pero con un uniforme que “se lo piden” todos y a todos los visten igual: la bandera. Debajo de la bandera la desnudez no sólo ideológica, sino moral, ética.
Ver al cuarentañero Pablo Casado embutido en la bandera y soltando gilipolleces, una tras otra, que los medios convierten en noticias cuando en realidad son la demostración palpable de la inanidad ideológica y de la maldad inquisitorial.
Escuchar el curicantano Alberto Rivera echarse la bandera al hombro y repartir carnets de españolistas o separatistas como si de verdad supiera lo que está hablando, si no fuera porque detrás de ello hay un deseo irrefrenable de acabar físicamente con los socialistas, comunistas, separatistas, proetarras y en general, gente que tiene sentido crítico y sabe pensar por su cuenta.
Quedarse uno ojiplático con la cancha que dan, en aparente, solo aparente crítica, al nazi Santiago Abascal, el que divide a los españoles entre los que son de bien, que quiere que puedan portar armas (¿va a comisión de la Asociación del Rifle o de los terroristas iraníes que le financian?), y el resto, los malos españoles, los que por el mero hecho de serlo merecemos un disparo entre ceja y ceja. Y si no es suficiente, el tiro de gracia.
Los medios de comunicación españoles (prensa escrita, radios y televisiones, en general) están haciendo, un día sí y otro también, ejercicio de prensa y propaganda a favor de los recortables nazis. Hay que hablar con precisión: no son el trifachito, descripción un poco infantiloide, ni las tres derechas: son tres partidos con el mismo fondo ideológico, el fascismo (si los asimilamos a la Italia de Mussolini) o el nazismo (si la asimilación es con la Alemania de Hitler).
A los tres, tanto a los que son cabeza publicitaria (Pablo Casado, Alberto Rivera o Santiago Abascal) les queda bien el mismo traje: la camisa parda, o, mejor aún, los uniformes azul marengo de las FET y de las JONS). A cualquiera de los tres les queda bien el mismo traje, y los tres están encantados con llevarlo encima.
¿Qué mejor para un español de bien que el uniforme de falange con correajes, la pistola al cinto por si aparece algún rojo y la bandera imperial colgada de los hombros?
¿Qué mejor para un heredero directo (en los términos del Código Civil) de los ministros franquistas que fundaron Alianza Popular y que se sentaban en el mismo consejo de ministros con Franco cuando su policía mató a cuatro obreros dentro de una iglesia de Vitoria, que vestir el uniforme de gala de la falange?
¿Qué mejor uniforme para un miembro, advenedizo, manejable e impresionable, que un traje de calle como los que llevaban los sicarios de la policía política?
Los tres son recortables, desechos ideológicos del más puro fascismo, los tres son intercambiables. A Santiago Abascal le caería muy bien, por ejemplo, el uniforme de gala de la falange, a Pablo Casado, los correajes ceñidos y la pistola al cinto por si escucha la palabra cultura, o Alberto Rivera el traje cruzado de inspector de la Comisaría Central de Barcelona.
Los recortables, han vuelto. Y son intercambiables entre sí. Y a ellos añadimos la legión de los que dicen ser periodistas pero que como aquellos de la Brigada Político Social que se infiltraban en las facultades o en las fábricas y se dedicaban a señalar con el dedo a los díscolos, para que el Alberto, Pablo o Santiago de turno los condujera a la comisaría. No son periodistas.
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