El arte en muchas ocasiones tiene, debe tener, un componente de sorpresa. Sorpresa por descubrir los colores de un Zurbarán, sorpresa por las líneas definidas de una escultura barroca. Sorpresa por descubrir algo que se llama arte.
Estos días se ha inaugurado una exposición temporal en el Museo Helga de Alvear, con obras de Ryan Gander, que tienen esa particularidad de sorprender al espectador, sobre todo al que no ha visto nunca la obra del artista, como yo mismo.
Entrar a ver la exposición y comenzar a pasar por las distintas salas, sin conocimiento previo, ni siquiera sin haber leído ninguna referencia, ninguna cartela. De hecho, la información asociada a cada obra está contenida en códigos QR, que ya iré, en otras próximas visitas, descifrando.

Tampoco ahora señalaré los elementos más sorprendentes o sorpresivos que forman parte de la muestra, vamos, lo que se dice hacer espóiler.
Es una muestra que responde a la variedad de términos que aparecen en su título: “Ryan Gander. Gruñidos, silbidos, gemidos, ladridos y gritos”.
No son unos espacios sobre los que moverse, en los que desplazarse solamente mirando a las paredes de las que cuelgan obras de arte, elementos de instalaciones, que nos devuelven su mirada.
Hay que moverse mirando el suelo por si aparece algo, mirando las paredes más amplias, que pudieran contener en su parte más baja, junto a lo que sería el rodapié, unos dibujitos de colorines, diminutos.
O pasar junto a un pasillo, estrecho, que esconde el paso del tiempo, el paso del calendario, o ver, como al descuido, un par de zapatos… que hace recordar que el artista se mueve en silla de ruedas.




