Dicen que la política es el arte de lo posible. O, también, como hace la Real Academia de la Lengua, “la actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo” (acepción 9ª).
La amnistía que en estos meses forma parte del paisaje político de nuestro país concita a su alrededor múltiples opiniones, de todo tipo, de cualquier pelaje, de cualquier ángulo del llamado espectro político. Y ello me mueve a dar mi modesta opinión.
En primer lugar, se achaca al actual Presidente del Gobierno que no manifestara antes de los dos últimos llamamientos electorales (municipales y autonómicas de mayo y generales de mayo de 2023) si estaba dispuesto a amnistiar a los autores del llamado procés catalán, culminado en 2017 con la efímera DUI (Declaración Unilateral de Independencia) y la huida de Carles Puigdemont en el maletero de un coche. Claro, que en campaña electoral los programas se limitan a plantear cuestiones que teóricamente están a su alcance en caso de gobernar.
Sucede que, cada vez más, las coaliciones gubernamentales, en todos los estratos de la actividad política (local, autonómica o nacional) son imprescindibles para el gobierno de ayuntamientos, autonomías y gobierno central. Ello hace que los partidos políticos se ven en la necesidad de acordar para hacer viable la gobernabilidad, cediendo cada grupo de la coalición en beneficio del conjunto, o renunciando a determinadas opciones para propiciar los acuerdos.
En este contexto, la formación del actual gobierno de PSOE + Sumar, apoyado por el resto de grupos parlamentarios, excepto P y Vox, responde a ello. Cada partido que ha apoyado esa mayoría parlamentaria (en equilibrio constante) ha planteado y obtenido cesiones o contrapartidas, siendo el propio gobierno el que obtiene la mayor ventaja, que es la dirección política de la nación, conforme determinan la Constitución y las leyes.
El PSOE, con su Secretario General al frente, ha negociado con todos, y especialmente, por la deriva informativa que el asunto ha supuesto, la posibilidad de conceder una amnistía para los incursos en el procés. Esa negociación culminó en sede parlamentaria con el rechazo del proyecto de ley de amnistía al votar en contra, precisamente, el grupo de Junts per Catalunya, cuyos dirigentes serían los máximos beneficiarios (junto con ERC) de la medida de gracia.
Llegados a este punto, se puede afirmar que la cuestión se ha negociado con la transparencia necesaria, plasmada en el proyecto de ley y en su debate y sometimiento a enmiendas, pero no ha prosperado. Es decir, que los pasos intermedios de la negociación, bajo la necesaria discreción, han aparecido y han salido a la luz donde se plantea la soberanía popular, en el Congreso de los Diputados.
Todo ello, todo lo anteriormente expuesto, sometido a un bombardeo constante de las soflamas del Partido Popular y sus correligionarios de Vox, adobadas con grandes dosis de titulares y terceras páginas de todos los medios de comunicación (salvo las excepciones de todos conocidas) que machaconamente han atacado y atacan al Presidente del Gobierno y al partido del que es Secretario General, con llamamientos a salir a la calle, al golpismo decimonónico (“el que puede hacer que haga”, que dijo el que saliva con ser presidente de la III República), a rezos (¿para qué?), a rodear brazo en alto la sede de Ferraz.
Pero, lo que son las cosas. Hace escasos días, Carles Puigdemont, el del maletero, dijo, refiriéndose al Partido Popular, que la situación actual no habría sucedido (lawfare incluido) de haber aceptado la propuesta de hacer a Núñez Feijóo presidente del gobierno. Y que, en consecuencia, se sabría qué es lo que el líder interino de la derecha le habría ofrecido para buscar su apoyo.
Antes de que el tal Puigdemont (más de derechas que donde se encuentran los aseos de los bares) pudiera hacer pública su versión, la dirección de Génova ha sacado un argumentario en el que reconocen las negociaciones, que estuvieron negociando una amnistía, o que negociaron el indulto para el Molt Honorable Carles, todo ello para conseguir la “reconciliación” en Cataluña.
Y ahora, a una semana vista de las elecciones gallegas, el todavía amigo del narco Marcial Dorado (tiene que desmentir esa amistad sin dejar lugar a dudas), se enfrenta a su propio descrédito, por haber ocultado esas negociaciones, por haber ocultado por qué fracasaron, y por qué solamente cuando se ha visto amenazado por la versión que pudiera dar Puigdemont, se ha atrevido a reconocer. Por supuesto que no lo hace en primera persona, sino mediante un argumentario.
En el fiel de la balanza, de un lado, la actitud del Secretario General del PSOE, y de su grupo parlamentario, que han llevado hasta el final mismo, hasta la votación en el Congreso, los resultados de los acuerdos y desacuerdos que se reflejan en el proyecto de ley de amnistía. Y del otro, la actitud rácana, miedosa, de un falso líder político que no se atreve a dar la cara y que pretende que un lacayo suyo herede su poltrona gallega pare él seguir guardando la suya de Génova.
¡Bien harían los gallegos de darle una patada en el culo a Rueda, con efecto expansivo en el trasero de Núñez Feijóo!
Vale.



