El pasado 1 de diciembre apareció en uno de los caminos del Valle de Valdelores un “socavón” de enormes dimensiones: 2 metros de largo, por 1,5 de anchura y 1,5 de profundidad. Con esas medidas, el desfallecimiento del terreno no alcanzaría a la denominación de socavón, más bien de socavonino.
Claro es que el lugar en el que el terreno cedió tan dramáticamente, en el sitio en que unos especuladores australianos pretenden colocar una megamina de litio, con sus megatúneles de acceso, sus megachimeneas de aireación, megavertederos de millones de m3 de vertidos, requería, como sucedió, una rápida respuesta municipal.
Por supuesto, el Ayuntamiento de la ciudad, que acaba de dar curso a un megainforme técnico/jurídico diciendo que la megamina es “no incompatible” con las determinaciones del Plan General Municipal, ha actuado con la diligencia que le es propia.
Rápidamente se ha acudido con todos los medios técnicos y humanos para reducir el socavonino, que había alarmado a los vecinos de la zona (sí, donde quieren colocar la megamina hay vecinos) y aquellos ciudadanos a los que les gusta pasear por un entorno tan privilegiado como Valdeflores.
El Ayuntamiento ha actuado con la misma diligencia o más con la que destaca a brigadas de operarios a sustituir las baldosas manchabragas que jalonan muchos acerados y algunos tramos peatonales, cuando caen cuatro gotas, o como aquí decimos, llueve con desesperación.
La misma diligencia con la que mantiene perfectamente repintados los pasos de peatones, no vaya a ser que el brillo de la pintura blanca, satinada, desaparezca como por arte de magia.
Con esa misma diligencia con la que los funcionarios municipales suelen atender a los ciudadanos que preguntan por cualquier cuita que les atañe.
El socavón (más bien socavonino) ha sido resuelto y dejado expedito el camino para que nadie pueda resultar perjudicado. No vaya a ser que siente un precedente de las consecuencias que la minimina (según las autoridades electas y ejercientes) puede acarrear.
Solamente se les ha escapado un detalle, en el afán de ser transparentes con las causas profundas del socavonino: nada, que al parecer ha sucedido en un lugar por el que transcurre un regato subterráneo.
Y esa es la cuestión: ¿cuántos socavoninos o socavones se producirán cuando las máquinas de los australianos y su sicariato cacereño horaden el subsuelo de Valdeflores allá por los 40 metros y más de profundidad, con potentes máquinas y más potentes explosivos?
¿Resistirán los múltiples regatos, las múltiples venas de aguas subterráneas de Valdeflores, tributarias de arroyos de superficie como el de Valhondo, o de acuíferos como el del Calerizo?
Da igual, las explicaciones de las autoridades que aprueben tamañas fechorías recaerán en que es lo que decían los informes técnicos, para, al final, destruir un espacio vital para el equilibrio medioambiental de Cáceres, atacar con emanaciones químicas las piedras milenarias de la Ciudad Patrimonio Mundial.
Las autoridades, al final, dirán que es solo un socavón con categoría de socavonino.
Vale.



