Parafraseando el título de la película de Win Wenders, contemplamos la amenaza de una megamina de litio que se cierne sobre la ciudad de Cáceres, como un fantasma que está tan cerca como el dinero que su singular directivo reparte entre los fieles, y tan lejos como quienes, siendo cacereños, no conocen la ciudad ni su entorno.
Cuando me encontré con el primer documento de la minera, presentado sin firmar por los técnicos “redactores” ante la Junta de Extremadura, la primera impresión que extraje fue: si quienes figuran como redactores del documento técnico no lo firman, cuántas mentiras y falsedades esconderán. Cientos.
La primera, escribir que la mina está situada a unos 3 km del casco urbano. Falso de toda falsedad. Está tan cerca de la ciudad como su CEO de la corrupción.
Una mina, para el común de los ciudadano, es el espacio, es la “excavación que se hace para extraer un mineral” (ww.rae.es).

Y según el documento sin firma presentado ante la Junta de Extremadura (¿por qué lo admiten a trámite sin firmar? ¿Privilegio, trato preferente? esos 3 kilómetros de distancia se reducen a menos de uno, incluso con un trazo grueso (como el humor de Arévalo). Porque aún no conocemos la ubicación exacta (con coordenadas) donde irá el agujero de las bombas. Da igual que fuera a cielo abierto como a infierno cerrado. No se sabe.
Hablando con algún que otro cacereño, pocos, ubican la mina “detrás de la Montaña”, como si la Umbría de la Montaña fuera otra cosa. La ciudad en su conjunto mira, tan cerca, a la Solana, y se oculta, tan lejos, por la Umbría.
Pero la mina está en la Montaña, está ahí, a la vista. Y si llega a ponerse en marcha estará no solo a la vista, sino también al oído, al gusto, al tacto y al olfato. El oído cuando las voladuras con explosivos de inusitada fuerza resuenen a nuestro lado. Al gusto, porque los efluvios que desprendan los nitratos de los explosivos se no peguen al paladar. Al tacto, cuando tras una nueva explosión, nos llevemos la mano al cuerpo por si nos falta alguna pieza. Al olfato, cuando tras un poco tiempo, poco, de funcionamiento de la mina, nos dé en la nariz que esa idea minera no era nada buena.
Pero no hace falta irse más lejos, a la Umbría, ni en el tiempo, a que la mina, desgraciadamente, pudiera funcionar. Porque no está tan lejos, porque está más cerca de lo que parece. Solamente cambia el punto de vista.
Si se hace una encuesta en el Paseo de Cánovas, por alguna entrecalle puede verse el punto más alto de la Montaña, el santuario, pero la distancia es la que parece. Desde las calles de la ciudad vemos el santuario, como desde alguna calle con otra orientación vemos la sierra de Montánchez, el cerro de Los Pinos, la Sierrilla. Porque Cáceres está montada sobre varias colinas sucesivas del mismo tipo que el Santuario: San Mateo, Plaza Antonio Canales, Sierrilla… como un todo de continuidades sobre un lecho común. Solamente la colina sobre la que se asienta la ciudad monumental está separada del santuario por una corriente de agua que nace de una potente masa de agua, El Calerizo.

Ver, sin andar mucho fuera de “la ciudad”, sin desplazarse de las propias casas de la ciudad, un perfil natural que realmente nos muestra no solo la belleza del conjunto, sino que nos trae tan cerca las señas de identidad urbana, unas señas que comprenden no solo una ciudad histórica, sino asentamientos humanos de más de 65.000 años, cuya pervivencia se pone en riesgo por quienes quieren explotar (en su sentido más violento) nuestro subsuelo, sino, sobre todo, por quienes deberían ser los primeros en defenderlo, unos ciudadanos a los que les importa un comino el pasado que viene de Maltravieso. Y les importa un comino porque no creen en su ciudad, ni en su historia, y, mucho menos, en su futuro.
Vale.



